El año nuevo, a diferencia de la Navidad, es una fiesta nostálgica; solemos meditar sobre nuestros logros y fracasos, recordar a los que murieron y el innegable hecho de que estamos envejeciendo. No falta quien rompe en llanto de forma inexplicable o se va, silenciosamente, hasta la terraza (o el patio) para quedarse mirando al horizonte en medio de la borrachera.
Sin embargo, el año nuevo es una fiesta simbólica que, para tranquilidad de muchos, solo será un día más. Para los chinos, por ejemplo, el año nuevo se celebra el próximo 6 de febrero cuando empiece el ciclo del Mono de Fuego, a pesar de que hacen shows y utilizan nuestro sistema para cuestiones administrativas desde 1912.
Los musulmanes utilizan el calendario islámico, que es lunar, y parte de la fecha en que Mahoma tuvo que huir de la ciudad de la Meca (más o menos en 622 después de Cristo), y se celebrará el próximo 2 de octubre de 2016, cuando comience el año 1438, según sus cuentas.
Nosotros también tenemos errores en nuestro calendario, pues debido a cambalaches de astrólogos, papas y emperadores, mantenemos los nombres trocados. Septiembre, que por su nombre debería ser el séptimo, terminó de noveno; octubre (que viene de octavo) de décimo; y diciembre, que debería ser el décimo (proviene del latín decem que significa diez) terminó de doce. Todo ello porque cuando instauraron el Calendario Gregoriano en 1582 no le cambiaron los nombres para mantener las costumbres.
Si esto no es suficientemente extraño, algunos finales de año resultaron trágicos.
Tal es el caso de los seguidores del fundamentalista norteamericano Pat Robertson, quien afirmó, a comienzos de los ochenta, que al terminar 1982 se acabaría el mundo; "Garantizo que a finales de 1982 el mundo será juzgado". Hoy parece un chiste, pero no fue gracioso para cientos de personas que dejaron su trabajo, vendieron la casa y esperaron pacientemente la segunda venida de Cristo.
Igualmente, el 2015 tampoco fue un buen año para algunos de los habitantes de Shanghái, pues a pesar de que las autoridades cancelaron el espectáculo pirotécnico que solían realizar por miedo a que la masa se volviera incontrolable, decenas de miles de personas se congregaron en el malecón de la ciudad y esperaron, pacientemente, hasta que un bromista decidió lanzar cientos de billetes de 100 dólares de juguete desde un edificio provocando una avalancha humana que acabó con la vida de 36 personas y causó cientos de heridos.
No olvidemos tampoco al famoso Y2K, que produjo que millones de personas entraran en pánico el 31 de diciembre de 1999, pues estaban seguras que los computadores se volverían locos, causarían que los aviones se cayeran, los bancos cobraran más intereses y los misiles nucleares se dispararan por sí mismos, ocasionando el colapso de la civilización. Aunque nada de esto sucedió, un canadiense llamado Norman Feller se encerró en su búnker y salió hasta el año pasado para darse cuenta que todo seguía igual y que había perdido, entre otras cosas, 14 años de su vida.
* Antropólogo, candidato a doctorado en historia. Profesor de la Universidad del Rosario y coautor de los libros Los monstruos en Colombia sí existen y 13 relatos infernales.