Vemos por estos días de cuarentena por pandemia, a través de nuestras ventanas de una manera melancólica y añorante de todos esos espacios de libertad de movimiento que normalmente no valoramos o ni somos conscientes de los mismos. Simplemente allí estaban, todos los días, a disposición. Ahora se imaginan lejanos.
El sector animalista y particularmente el antiespecista, ha mantenido una posición de firme rechazó a los zoológicos, considerados "cárceles animales". Sitios que de manera tradicional han sido espacios donde las personas acuden a ver animales que nunca verían en su cotidianeidad. De los zoológicos han hecho parte en siglos pasados inclusive animales humanos. Normalmente se nutrieron del secuestro de animales desde sus hábitats naturales que convirtieron en piezas de exhibición. En una sociedad especista antropocéntrica los intereses más banales de los humanos son valorados mucho más que los intereses más relevantes de los animales no humanos. Por ello, la vida y libertad de los animales ha venido siendo cercenada para divertir a las masas. En lo que no reparan los asistentes es que aquellos animales que observan en visitas que pasan fugaces por cada jaula de los cautivos, ese paso efímero de los humanos contra la eternidad de la vida en cadenas de los animales, es que esa visión de prisioneros sin delito, no es la que se imaginan, la de plenitud en su vida silvestre, sino una visión desdibujada por los efectos del cautiverio.
"El cautiverio trae muchas de las mismas desastrosas consecuencias que han sido observadas en las cárceles con los presos humanos, y los que sufren los rigores del secuestro (Irritabilidad, estado de continua alerta, dificultades del sueño, reacciones físicas como sudoración, problemas de respiración, nauseas, palpitaciones, etc.). Conductas naturales como la caza, las migraciones, y la adecuada socialización en manadas son disminuidas. Las conductas sexuales sufren notorios trastornos, así como características especiales de cada animal sufren atrofia por la falta de uso. El debilitamiento general por la escasa actividad física es notorio. Se da una amplia gama de conductas producto del estrés, como las automutilaciones y demás conductas autodestructivas, así como conductas estereotipadas (como ir continuamente de un lado al otro). El cautiverio reduce la cantidad y calidad de vida de cualquier ser vivo". Crespo (2013).
La razón de ser de los zoológicos ha venido transformándose y adaptándose a las nuevas moralidades de nuestra sociedad actual, donde los animales empiezan a ser considerados moral y legalmente, reconociendo su sintiencia, pero lastimosamente aun siendo propiedades de los humanos. En nuestra realidad actual la razón de ser de los zoológicos ha pasado de ser meramente "educativa" (con todo lo erróneo de este concepto dadas las trasformaciones anotadas en la naturaleza propia de los animales), a blindarse como centros de investigación y sobre todo de mantenimiento de fauna decomisada producto del tráfico ilegal de especies, así como de entidades que combaten la posible extinción de ciertas especies con la búsqueda de mecanismos de reproducción en cautiverio. Razones quizás válidas, pero que siguen siendo razones trágicas para los animales que siguen confinados: tragedia que se retroalimenta en un eterno círculo vicioso. Sobre todo porque estas razones se basan en acciones humanas que de no existir, perderían su peso. Si el tráfico legal o ilegal de especies o las explotaciones de animales y de la naturaleza que causan extinciones no se dieran, no tendrían por qué existir lugares como los modernos zoológicos o por lo menos no contarían con estos argumentos, desnudando razones de siempre para su existencia como el negocio y comercio con base en los animales, al mejor estilo de los zoo criaderos que también exhiben animales.
En la perspectiva antiespecista se sigue aboga por la libertad de todos los animales y la destrucción del yugo al que los humanos les hemos sometido, viéndolos como meros objetos para nuestro servicio. Pero en estos crudos tiempos también surge la pregunta de si existen realmente espacios libres para los animales, en tanto el humano se ha apoderado de la mayor parte del planeta, desplazando y confinando a los animales no humanos a sitios cada vez menos extensos, como los santuarios, parques naturales y áreas protegidas. Pareciera que el destino de los animales en nuestra época está ligado a tener barreras, barrotes, cercas, límites en espacios más pequeños o más grandes, dependiendo de la pérfida voluntad humana.
La crisis mundial producto de la pandemia y las medidas para enfrentar la Covid19 ha afectado a todos los países del mundo, a cada persona, a cada empresa, a cada lugar, y de manera directa, también a los espacios que cuentan con animales como los zoológicos. Progresivamente van saliendo en los medios y redes sociales los llamados de auxilio de las administraciones de estos lugares, que basados en obtener recursos por ingreso de taquillas, han visto en la cuarentena y la prohibición de congregaciones de público un golpe letal a sus finanzas (El espectador, 2020).
Lo anterior, da cuenta de un grave problema social en Colombia y es la cultura del corto plazo. Vivir del día a día es una de nuestras graves enfermedades socio económicas, junto a la falta de proyección y de planes de contingencia para el mediano y largo plazo. Claro, nadie nos imaginábamos que podría ocurrir la crisis del SARS-CoV-2, pero sí que estamos en una época donde no solo esto podría ocurrir, sino que nuestra desesperada carrera de consumismo - extractivismo capitalista ha derivado en el hecho de estar al filo de la pendiente resbaladiza hacia el punto de no retorno para la destrucción de la vida en el planeta. El principio de precaución debería primar en todas las esferas de nuestra existencia, pero dada su ausencia o escasísima aplicación, la previsión de sus efectos devastadores debería hacernos conscientes de nuestra fragilidad para así contar con estrategias de mitigación del daño.
Esta grave situación en los zoológicos obliga a reflexionar sobre si como sector animalista, se debería apoyar los llamados a la solidaridad de ese sector. Por supuesto, cualquier acción solidaria estará ligada a la necesidad de protección y bienestar de los animales, y no hacia aquellos que se lucran de ellos. Sin embargo, es un dilema nefasto para nuestras conciencias abolicionistas de la explotación animal.
Pero en este devenir reflexivo también surgen preguntas necesarias, que precisamente llaman a la necesidad de abandonar esa forma de funcionar con base en el corto plazo.
¿Por qué los zoológicos no cuentan con seguros que puedan reclamar en caso de calamidades como la presente?
Si realizan investigación, ¿por qué no cuentan con recursos gubernamentales asignados para este fin que puedan garantizar la tenencia de los animales en su custodia?
Si son tenentes de animales decomisados producto del tráfico ilegal de especies, ¿por qué no existen rubros estatales que sean transferidos para su manutención, teniendo en cuenta que legalmente la fauna es responsabilidad del estado? Por supuesto, existen vacíos legales en cuanto a los animales exóticos, pero al fin y al cabo la tenencia de estos animales en los zoológicos se encuentra legalizada, lo que confiere así mismo responsabilidad.
De contar con estos recursos, no requerirían depender de ingresos de visitantes, pues nadie necesita ver animales cautivos. Estos espacios se dedicarían a los procesos de rehabilitación de especies recuperadas, rescatadas o decomisadas, siempre con el objetivo, en lo posible, de su liberación, o procesos de reproducción de especies en peligro de extinción. Los animales en Colombia son responsabilidad de la sociedad y del estado y esa responsabilidad debe contar con recursos para materializarse.
En esa vía, quiero finalmente hacer un llamado a otros espacios que cuentan con otros tipos de animales cautivos o semicautivos, como los hogares de paso y los refugios para los llamados animales de compañía, que realizan una noble labor que normalmente busca la adopción de estos animales. El llamado es que toda la crisis que estamos viviendo nos tiene que enseñar que no podemos seguir viviendo del día a día. Que no podemos seguir viviendo solo para nuestro refugio sino que tenemos que empezar o seguir participando en los espacios que exigen, construyen y aplican políticas públicas en beneficio de los animales y sus consiguientes recursos y misionalidades estatales. La inmediatez, aunque loable y la mayoría de las veces obligada por la necesidad de la urgencia, no nos ha dejado vislumbrar lo importante.
En medio de la cuarentena, muchas personas se sienten encerradas, aprisionadas, pero por lo menos con la certeza de una luz al final del túnel, siendo cada vez más conscientes que el confinamiento no significa estar presos, sino que valoramos nuestra existencia y queremos vivirla nuevamente a plenitud y con responsabilidad cuando finalicen las medidas.
Es necesario que al ver a nuestras ventanas, imaginando nuevamente nuestra vida en libertad, apliquemos la empatía, sabiendo que nuestras emociones, pensamientos y conductas trastocadas por el encierro temporal, son las condiciones de normal-anormalidad sin final de las vidas de los animales que explotamos para nuestro beneficio. Al vivir una pequeña muestra de la miserable realidad de los animales en medio de la sociedad especista, quizás entendamos la injusticia de lo que hemos hecho y el porque es necesario que finalice esa injusticia haciendo realidad la liberación animal.
REFERENCIAS
Crespo, C. (2013). Trasfondo psicológico de los espectáculos con animales en los circos. Voces Animales Por los derechos de los que no tienen voz. Periódico bimestral No. 6. Mayo 2013.
El espectador (2020). Zoológicos colombianos viven su propia crisis por el coronavirus. Recuperado de https://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/zoologicos-colombianos-viven-su-propia-crisis-por-el-coronavirus-articulo-913667
Fotografías: Imágenes propias tomadas en el zoológico Matecaña de Pereira (2005), hoy Bioparque Ukumarí.