El alcalde Donamaris me dirige una carta en la que escupe, rebuzna, grazna, croa, ladra, y hasta …¿cómo se llama el sonido que emiten los lobos? Ah, sí, guarrea. Y hasta guarrea, pero también sisea, que es lo propio de las serpientes. Pero en ningún momento refuta mi columna de la semana pasada. Tal vez no se la leyeron y, como el alcalde es hormonal, salió escupiendo una larga lista de estupideces. Dice, por ejemplo, que “por respeto a las enseñanzas de mis mayores, que incluían todo tipo de comprensión, consideración y admiración por la mujer, nada diré en contra de doña Elisa Montoya”
No respeta a Elisa Montoya sino a “sus mayores”. Nunca había leído una frase tan machista. Por el hecho de que Elisa Montoya sea mujer el alcalde la considera incapaz de asumir un debate público sobre los asuntos públicos que envuelven al alcalde. Pero por otro lado, Donamaris miente cuando rebuzna su “admiración por la mujer”. El martes pasado las madres comunitarias le hicieron una manifestación frente a la alcaldía porque quieren que el alcalde vaya a los barrios y sepa las condiciones miserables en que viven. El alcalde las ignora. Son madres cabeza de hogar que trabajan en guarderías, mujeres que viven de un salario mínimo para sostener hogares que generalmente son numerosos. No solo escupe sobre el honor y el respeto de las madres comunitarias, sino que además rebuzna y grazna que es el lenguaje propio de los asnos y cuervos. Cría cuervos y te sacaran los ojos, dice el conocido refrán. Y ahí están, las madres comunitarias que votaron por Donamaris, sin ojos, y con la esperanza de obtener al menos una de las 20 mil casas que prometió en campaña.
No creo que haya leído mi columna, el señor alcalde, porque en su carta de respuesta (hay gente que apesta incluso por escrito) el hedor de su talante lo enceguece. Yo pregunté qué pasó con la camioneta Toyota Runner, modelo 2011, que heredó de María Eugenia y que usó como trampolín para hacerle un juicio político. Una camioneta que costó más de 160 millones de pesos y que prometió vender para, con el dinero recaudado, construir escuelas a niños pobres. Resulta que la camioneta no la vendió sino que la pintó de blanco y la mandó a blindar y ahora se pasea en ella por las calles de la ciudad con la más absoluta impunidad. Yo pregunto eso y él guarrea (que es como hacen los lobos cuando quieren atacar en gavilla) diciendo que yo consumo sustancias alucinógenas. ¿Ve la diferencia? Su respuesta no tiene nada que ver con mi pregunta. No me he metido en su vida privada por dos razones: primero, porque no me importa. Y, segundo, porque ahí espantan. Todo lo escrito es sobre sus actos públicos.
Pienso que el examen de toxicología deberían hacérselo no al alcalde, ni a mí, sino a la carta que le escribieron. Es una carta escrita con esquizofrenia paraniode, con delirios de persecución, que es un síntoma que sufren todos los adictos. Y la ciudad sabe que Donamaris es adicto al poder. El poder lo embriaga, lo vuelve lenguaraz, bipolar, agresivo, mitómano, misógino, megalómano y gazmoño. Gazmoño, o sea, se cree el santo que lleva un aura sobre la cabeza cuando aura es una hiena.
El problema del alcalde es que todavía cree que está en las épocas en que animaba las fiestas de Macro Efectus (chispún, chispún, chispún), con micrófono en mano (chispún, chispún, chispún), haciendo show (chispún, chispún, chispún). No ha madurado. Y ahora viene a insultar a sus críticos. Un alcalde serio no responde con carticas sino con obras. Un alcalde serio no gasta el presupuesto municipal pagando anuncios publicitarios para cambiar la realidad, sino que cambia la realidad pagando los salarios de los trabajadores.
Amenazó con demandarme penalmente, ojalá, al menos, cumpla con eso, y no se esconda en su madriguera, como hacen las víboras después de que escupen el veneno.