La política la obsesionaba como pocas cosas en la vida. Angélica Lozano gastaba sus mañanas escuchando los noticieros radiales y las tardes siguiendo atenta los debates en el Congreso. Corría el 2003 cuando escuchó a Alberto Casas y Julio Sánchez Cristo dar tumbos de lado a lado intentando explicar un debate sobre el desfalco al Banco del Pacífico sin que dieran en la almendra del asunto. Lozano levantó el teléfono, llamó a la W Radio y durante media hora hizo un detallado recuento del debate que había adelantado Gustavo Petro. Su participación en el programa aquel día no pasó desapercibida y Antonio Navarro, entonces senador del Polo Democrático, le abrió las puertas de lo que sería el inicio de su carrera política.
Angélica Lozano llegó desde su natal Arbeláez, un pueblo en el sur de Cundinamarca, al Parque de los Hippies en Chapinero. Se instaló en un barrio que es símbolo de su lucha política, centro de la comunidad LGBTI de Bogotá y donde empezó su carrera como una de las 20 alcaldesas locales designadas por Lucho Garzón en 2005. Ella, la primera mujer abiertamente homosexual en asumir el cargo. Un camino difícil, luego de haber pasado por muchos colegios y terminar de interna en una institución de monjas en Madrid, a las afueras de Bogotá.
Aunque ya había trabajado entre el 2000 y 2002 en la UTL de Ingrid Betancur, fue con Antonio Navarro, también en el Congreso, cuando tuvo la oportunidad de medirse el aceite político. Desde la alcaldía local de Chapinero defendió temas de espacio público y de minorías, y empezó a ganarse el reconocimiento de una élite intelectual entre la que estaba una reconocida investigadora de conflicto armado: Claudia López.
Angélica conoció a su esposa desde la academia: compró un libro de la Corporación Arco Iris en el que Claudia había participado, fue al lanzamiento e hizo fila para la firma. La autora lo firmó “para mi alcaldesa favorita y una amiga perdurable hacia el futuro”. A partir de ahí empezaron a reunirse en varias oportunidades, aun cuando estaba subiendo en su perfil político y haciendo parte de la lista del Partido Verde para la Cámara de Representantes a las elecciones de 2010.
Pero en medio de esa campaña, Lozano anunció a un grupo de amigos que iba a bajarse de la lista. La razón: su novia de ese entonces no quería acompañarla en la política. López, que estaba en el grupo, gritó repentinamente “Next! De nada te sirve que no te acompañen”. Angélica se quemó y terminó su relación.
Haber salido de la lista de los verdes, sin embargo, no significó su retiro. Al contrario, con Gustavo Petro aspirando a la Alcaldía de Bogotá con el movimiento Progresistas, Lozano se metió entre las candidatas al Concejo de la ciudad con la colectividad. Pero su amor por Claudia López y su aspiración de entrar al capitolio pesaron más. A los dos años renunció a su puesto en el Concejo para poder presentarse a la Cámara en las elecciones de 2014: en esa oportunidad, como fórmula de Claudia, sí llegó al Congreso con el aval verde, luego de que Progresistas se fusionara con el partido.
La llegada de Angélica al escenario nacional se vio acompañada por una gran cantidad de polémicas. Los enfrentamientos ruidosos en programas de radio se vieron acompañados por sorprendentes amistades con personalidades de la derecha como Paloma Valencia. El propio Álvaro Uribe mantenía una relación cordial con Lozano, aunque se tienen bloqueados para ahorrarse los insultos y ataques en redes sociales. Esta cercanía le ha ganado miles de críticas señalada de ser una “uribista tapada”, pero ella dice que quiere tender puentes.
En 2018 subió al Senado en reemplazo de Claudia, quien estaba como fórmula vicepresidencial de Sergio Fajardo. Ciento ocho mil votos le dieron el poder suficiente dentro del partido Verde y comenzó a marcar una distancia y una independencia que ha molestado a muchos. Con el petrismo, sus antiguos aliados, ha tenido fuertes choques por preferir la línea centrista de Antanas Mockus.
Después de quedarse en la primera vuelta detrás de Iván Duque y Gustavo Petro, Angélica llamó a votar por el último, pero los enfrentamientos con la izquierda se multiplicaron con el paso de los meses. No es la primera vez: ha chocado con el petrismo desde que Progresistas entró a la Alianza Verde en 2013, y ha tratado de llevar al partido por la línea centrista de Antanas Mockus y Sergio Fajardo.
Pero tras el fracaso de Fajardo en 2018, Lozano comenzó a armar su propio grupo con el que pretende sentar una posición, la que mande dentro del partido. Al principio quiso repetir fórmula, pero en los verdes un sector cercano a Gustavo Petro le ha hecho contrapeso. Ante el choche, Lozano puso sobre la mesa una controvertida propuesta: escindir el partido para que los “petristas” que están en los verdes se vayan y armen rancho aparte. Algo que ha caído mal dentro del partido e incluso Mockus se vio obligado a intervenir, proponiendo varias alternativas para elegir el candidato presidencial de los verdes, que por el momento se mantienen en la Coalición de la Esperanza.
Hoy la pelea también es con Camilo Romero, el exgobernador de Nariño que también quiere ser el candidato de los verdes. Angélica no está de acuerdo y todo indicaría que lo quiere fuera del partido. Y para ello, su as bajo la manga se llama Carlo Amaya, el exgobernador de Boyacá que salió del cargo con gran reconocimiento y popularidad. Desde que puso el nombre de Amaya sobre la mesa comenzó una correría política para consolidar el nombre de Amaya en el país y así garantizarle una victoria en la consulta interna que está por definirse. Amaya sabe que está bajo el árbol que más da sombra, pues Angélica hoy es una superpoderosa en los verdes en donde, además, cuenta con el respaldo de la alcaldesa López y de Antanas Mockus.
Los choques con sus compañeros y su radicalismo hoy la tienen en la picota, pero ella está dispuesta a capotear cualquier postura para consolidar su poder antes de enfrentar la última campaña política que haga para buscar una curul en el Senado.