Para Ángela, Luisito y familia
(y los que te queremos)
La primera vez que llegué a Urabá, en 1997, tú habías organizado un taller con mujeres viudas, era un taller psicosocial para expresar tantas vivencias que ahogaban el alma y compartir la confianza que hacer que se pueda hablar del miedo y del duelo, en un ejercicio de apoyo mutuo que nacía de estar juntas. Así se llamaba el grupo, Compartir. Me traje de allá la profundidad de una historia que apenas vislumbraba, pero que sentía. El trabajo psicosocial se convirtió luego en un hilo invisible que volvió a juntarnos varias veces, con el movimiento de mujeres, con los manuales de apoyo, con las comunidades afro. Antes de llegar a Urabá, las historias tan duras que había escuchado habían dibujado un paisaje pajizo. Conocerte y trabajar con las mujeres, lo volvió verde. Tenías ese poder, que nace de algo que es auténtico.
-Tal vez soy bruta – decías muchas veces para disculparte por decir las cosas como son. No solo no se necesitan muchas palabras, sino que tu nos has enseñado en medio de los temas a discusión y las dificultades que se acumulan, la actitud de escucha y la mirada de donde está lo importante. Lo importante es la gente.
Viniste a Antofagasta hace un año a conocer esa parte de la Colombia negra, ese exilio que habita en las favelas, allá en lo alto, de ese desierto polvoriento. Allá cuesta subir por esas rampas de tierra que se deshace, en algunas de esas casas de palo compartimos con la gente de Buenaventura y de Tumaco un agua, un café y, sobre todo, confidencias de esas verdades de las que ni siquiera allá se puede hablar. Estabas en una tierra que era más tuya que chilena, porque estaba tu gente nuestra. De ese exilio volviste siempre recordando la importancia de ese otro olvido, y celebrando la vida. Era un 20 de julio, porque en esa favela, una de las asociaciones comunitarias había organizado una fiesta. O sea, música y algo de tomar, el resto lo pusiste tú, y yo me pegué a ese baile encendido. Tengo fotos que dan su testimonio, pero son esas memorias pegadas al cuerpo que nos acompañan toda la vida, las que lo certifican. Como esas heridas de las que quedan cicatrices, hay historias lindas que se quedan en el cuerpo.
Cómo será este dolor que duele tanto, que me niego a taparlo con recuerdos, porque este dolor es también tu presencia. Hay gente que trata de enseñar a los demás con una pedagogía que nace de una distancia. Aprendimos de ti a no tenerle miedo a la cercanía, porque de ese ser pueblo, de esa impotencia compartida, nace la resistencia. Apenas ayer, después de los saludos y abrazos, y de preguntarte como estabas, empezaste a hablarme de lo étnico en la comisión, de la importancia de que lo afro se vea en las regiones. Yo te decía, ya hablamos cuando te recuperes. Pero tenías prisa. Con esa tozudez campesina también yo te abrazo. Seguiremos esa lucha tuya, nuestra, solo si nos dejas esta cicatriz de vida, nada de despedida.