Agarró las riendas de su Alemania hace 14 años y las lleva con mano inflexible, enérgica, sin mover las cejas, pero con naturalidad zen. Más bien se la ve apacible como si la preocupación, la angustia, la ira, el arrebato fueran ajenas para ella y solo patrimonio de las masas. Siempre es mesurada en sus palabras, la locuacidad está desterrada de su carácter. Hay días que se define conservadora, otros dice ser liberal, y a veces socialdemócrata. Es mejor no dejarse encasillar, esto le permite jugar con que sus directrices políticas no sean concretas, a más vaguedad menos compromiso. Esto sus adversarios lo desaprueban. A Melania Trump la viste Calvin Klein, Brigitte Macron lucía diseños de Lagerfeld, Merkel siempre va con chaquetas —rojo, azul o verde, el azul prusiano es su color favorito— que compra en tiendas normales. Mirada clara como el color de sus ojos, que imprime confianza en el interlocutor, con un signo corporal que aparece siempre en las fotos, las manos formando un rombo, donde deposita sus nervios y le transmiten aire imperturbable. Perfectamente pasaría por ser una abuela alemana que va a comprar al supermercado y no la poderosa gobernante que controla a su país, Europa y el mundo. Está a la altura de Trump, Xi Jinping, Shinzo Abe, quienes deciden lo que 7.000 millones habitantes en el mundo tienen que comer.
Parece normal, pero no. ¿Cómo ha hecho para quedarse en el poder tanto tiempo? Entre sus vecinos lo que impera es la inestabilidad. El gran problema de la Unión Europea es la caída constante de jefes de gobierno, presidentes, primeros ministros. Gobernar es imposible, y más después de la crisis de 2008, gobiernos que se hunden por su ineficacia, líderes sin respuestas a la creciente ansiedad, desazón e incertidumbre de electorados que se sienten engañados en sus aspiraciones. Ella tranquila, el rombo dibujado por sus dedos, sin afán. Ni Gran Bretaña, el viejo imperio se tambalea, Major, Blair, Brown, Cameron, May, Johnson, se fotografiaron con Merkel, pero a ellos se los llevó el viento. A Angela no, las tempestades no le hacen fruncir el ceño, aunque las tormentas no cesan en los 27 países del Club europeo. Disputas ideológicas y económicas hienden a los países aquí y allá y hacen brotar los terribles nacionalismos que quitan el sueño a Bruselas, y no se van a ir pronto, al contrario, se quedarán, crecerán y van a gobernar, precisamente por la decepción ciudadana que ha visto caer sus niveles de vida en 20 o 30% respecto a 2008. Cuál es el grito más desgarrador y escuchado en la última década en muchos países europeos, incluido el de la reina Isabel: “¡No más desahucios!”, que revela la locura que impera en el sector bancario y que impide no pensar que Europa se convirtió en un matadero de ilusiones y en una fábrica donde la esperanza arde en sus hornos. A la señora Merkel nada de esto la perturba.
Por todas partes se ven disparidades económicas. No se trata de dramatizar, pero en las economías de la eurozona, todos lo saben y lo repiten, se ha recaído en la falta de crecimiento. Macron ve peligrar su reelección por el estancamiento de la economía francesa, por eso en la reunión del G-7 en Biarritz en agosto suplicaba la fórmula para volver a crecer. Giuseppe Conte, al recibir en Roma a la futura presidenta de la Comisión Europea, el 1 de agosto, lanzaba un SOS, “necesitamos crecimiento, cultivar políticas laborales activas, especialmente para los jóvenes; es prioritario el renacimiento del Sur”. España se rompe, los jóvenes de Cataluña, más que al independentismo, reaccionan con furia por saberse olvidados y sin ningún futuro, se rebelan contra la inoperancia del sistema capitalista, que no cesa su voracidad económica.
Pero Merkel se mantiene en sus trece, nadie la saca de su mundo, tiene las ideas muy definidas y sabe lo que persigue. Ella jamás se imaginó llegar hasta aquí. Su padre, Horst Kasner, era un teólogo luterano, él decidió trasladarse del oeste alemán al este comunista, hacia 1956. Sintió el llamado divino y no lo dudó, allí se dedicó a su labor religiosa, en el austero y bucólico seminario de Waldhof, cuidaban y atendían a centenares de discapacitados, en donde creció la pequeñita Angela. La construcción del Muro de Berlín en 1961 los dejó del lado este, oficialmente ateo. Pero el señor Kasner nunca tuvo obstáculos para ejercer su trabajo y mantenía muy buenas relaciones con la nomenklatura. En Waldhof la futura canciller se hizo reconcentrada, vio la realidad de la condición humana, aprendió a esperar sin desmayar, a identificar lo necesario en cada momento. Oía con atención las discusiones teológicas de sus mayores. Su familia no tuvo necesidades, algunos de sus profesores los describen como parte “de la élite”. Se distinguía la jovencita Merkel por su especial afán en recolectar discreción, cualidad que tal vez llamó más la atención del canciller Helmut Kohl, cuando la conoció en 1990, hasta el punto de nombrarla en su gabinete al año siguiente. Kohl solo veía encantos en ella. No se ancla en una idea, cede cuando lo ve necesario, como lo hizo con la política energética alemana. Renunció en 2011, tras Fukushima, al 23% de energía generada nuclear, el cambio tendrá lugar “sin importar energía de otros países” y “sin subir costes eléctricos”, se atreve a decir. Cuando Trump regresa al carbón, ella en 2019 en Petersberg, promete renunciar al carbón, pero para 2038, cerrará la mina de Hambach, una de las tres más contaminantes de Europa. Queda una pregunta que Merkel ni los partidos alemanes han resuelto —tampoco Greta Thunberg—, porque no basta con decir alegremente fuera carbón, petróleo, gas natural, ¿cómo y de dónde va a venir la electricidad verde?
El mérito de Merkel como canciller ha sido aprender a derrotar o retener por lo menos a sus viejos demonios. Recién llegada al poder en 2005, la calificaban de ser "demasiado blanda" o "muy retraída". Normal, la cancillería fue siempre asunto de hombres. Ella tenía que demostrar que podía gobernar e imponerse como mujer. Puso en marcha su catarsis, quitando complejos, haciéndose más segura, dominando la escena y actuando. Su legado, si logra llegar hasta el final de su cuarto mandato en 2021, podría ser el de administrar más que gobernar. Que puso en práctica ya gobernando, ha manejado con mucha destreza la crisis griega de 2012 que hizo temblar al eurogrupo, la de Italia a la que Salvini tiene en jaque, ha sabido no dejar suelto al húngaro Orban. Aplica su política de ir siempre despacio. Ahí están Alexis Tsipras y Luigi Di Maio, de vendavales amenazantes pasaron a vientos en calma. Del mismo modo apechugó el torbellino de los refugiados en 2015. Ante todas estas situaciones políticas deja ver que la sangre fría y el empirismo son ingredientes que vienen bien en tiempos revueltos. Esta mujer, nacida en 1954, escoge para su accionar pasos pequeños, pequeños gestos, aplica con precisión “el método del paso a paso”, descrito por su biógrafo Stefan Kornelius. Los grandes gestos líricos están muy alejados de sus fronteras.
Cuando llegó al poder se hablaba de Alemania como “el hombre enfermo de Europa” —hoy esto se dice de Italia—, ella, su gobierno, se pusieron manos a la obra hasta cambiar ese paradigma por una Alemania al mando de la locomotora del crecimiento europeo, le dio la vuelta al déficit público para llevarlo al superávit presupuestario y el rostro teutón recuperó la sonrisa. En los últimos años solo obtiene superávits comerciales —que la economía francesa no ve hace varios años—, en 2018 la economía alemana obtuvo un beneficio de 227.000 millones de euros, muchísimo más que China con 160.000 y Japón 143.000 que son grandes exportadores. No es que Merkel sea genio de las finanzas, ella en Leipzig era una mujer entregada a la física, su profesión, ni siquiera pensaba en política, la consumía la mecánica cuántica y, tal vez, intercambiaba mucha información con el físico norteamericano Michio Kaku, este sí renunció a la política y puso todos sus afanes en la elaboración de la teoría de cuerdas, que vale más que todos los gobiernos del mundo juntos. El poderoso Bundesbank maneja la política económica, su presidente Jens Weidmann nunca estuvo de acuerdo con la política monetaria de Mario Draghi. Pero Angela Merkel jamás dejó traslucir ningún gesto de contrariedad ante Draghi, más bien, conservando las formas, siempre con su disposición habitual se presentaba conciliadora.
Cuando le preguntan por el malestar y la irritación que los superávits comerciales alemanes le producen a Donald Trump quien afirma que se obtienen a "costa de los consumidores estadounidenses", habla que para ella es difícil oponerse a la calidad “made in Germany”, la causante de la demanda internacional, como tampoco está en sus manos controlar el precio de las materias primas y de los combustibles. Desde hace años Bruselas y el FMI le piden a Alemania bajar el superávit por la sencilla razón de que “exportar mucho más de lo importado no significa otra cosa que convertir la deuda de otros en su propio modelo de negocio”, opina Maurice Obstfeld, jefe económico del FMI. Allí donde llegan los productos alemanes, maquinaria, excavadoras, autos, los países deben endeudarse para poder comprar esos bienes. Los beneficios alemanes se asientan sobre los déficits interminables de los demás. Aun así, la ruleta de la economía no deja de girar, como el hámster que corre y corre en la rueda y por más que se desgañite no llega a ningún lado. La salida no es tan complicada, le piden a Alemania aumentar sus importaciones, incitando y premiando la demanda interna. El modelo económico germano tiene fijación por el ahorro y la restricción simultánea de salarios e inversiones públicas. El mismo contribuyente del país nota ese rigor en su propio bolsillo porque ve que sus políticos gastan en otros, “griegos”, “refugiados”, pero no hay dinero para los ciudadanos alemanes, los salarios son bajos y el empleo es precario. No creo que sea tan difícil entender que, si Alemania impulsa las importaciones, esto estimulará el crecimiento en otras partes y abundará en reducir los desequilibrios económicos mundiales. En su primer discurso como directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, puntualiza la delicada situación generada por la desaceleración global y coloca el énfasis en que los países con margen fiscal como Alemania, aumenten el gasto en infraestructuras e I+D. Por tanto, no se requiere ser mago para sospechar que en el fondo lo que entorpece las cosas son la vil codicia y la insolidaridad. Frau Merkel y su equipo de científicos no lo ven así, sin embargo, esta situación repercute de manera determinante para que la UE sea un proyecto en el que cada vez su número de contradictores, falsos profetas y enemigos vaya en aumento, y el Club comunitario ande tambaleante.
Polonia, Hungría, Bulgaria, entre otros, ni en sueños, llegarán a tener un sector manufacturero tan poderoso como el alemán. ¿Por qué no podría ser esto factible? Dato bien curioso: el principal comprador de armas de Alemania hoy es Hungría. Esto significa sumir y mantener en la pobreza al pueblo húngaro, y eternizar su dependencia. ¡Tanta pobreza en Hungría y su presidente comprando armas, y Alemania vendiendo esas armas sin ningún pudor! Quién tiene mayor culpa, ¿Orban o Merkel? La Comisión Europea debería de abrir un proceso disciplinario para esclarecer el asunto, dado que Hungría saca provecho de los fondos comunitarios que son para favorecer un mayor grado de cohesión económica y social. Una nación no crece ni se desarrolla armando a sus ejércitos.
Estos superávits y desequilibrios presupuestarios deben de estar en la agenda de la canciller como un asunto pendiente, subrayado con rojo; como también debe estar en esa agenda, escrito con letras mayúsculas: “crisis del euro” que, mientras no se resuelva, hará que la palabra ‘Europa’ se escriba entre interrogantes que llevan a contener la respiración. La idea de la Unión Europea se incuba en las ruinas de la posguerra, formalmente inicia su andadura en 1957 y es cuando empieza a desarrollar su arquitectura jurídica, institucional, económica a lo largo de estos años, la esencia del gigantesco edificio que se ha construido hasta hoy se basa en la solidaridad. Se juntaron las economías ricas e industriales del norte, con las del sur con problemas estructurales sin resolver como altas tasas de inflación, de desempleo, salarios inferiores. A pesar de las asimetrías económicas se siguió adelante. Objetivo un mercado único, sin fronteras internas y las libertades económicas de personas y capitales. El euro nace para facilitar estos movimientos. Quizás la joya de la corona sea el euro como un instrumento para hacer frente al dólar. Todas las transacciones internacionales se realizan en dólares. El dólar impone su dictadura, que hoy se ve peligrar por el empuje del yuan chino que podría poner fin al imperialismo económico de la moneda estadounidense. El euro fluctúa entre indecisiones, dudas y los ataques de todo el mundo. No hay una opinión firme y cierta de los economistas sobre la situación del euro. En la misma Alemania hay economistas que claman por su desaparición y anhelan el regreso del marco nacional. Frau Merkel, secundada por Macron, lo ve como soporte del edificio comunitario. Cantidades de economistas ven inconveniente un retorno a las monedas nacionales, sería perder la cabeza.
Habría que preguntar a la canciller alemana si está interesada en la cohesión del bloque comunitario y en que la solidaridad sea una realidad, como lo pensaron sus fundadores. Merkel, o ¿fue la paranoia de Wolfgang Schäuble?, concentró sus energías en el concepto económico llamado “cero negro” (schwarze null en alemán) que persigue un presupuesto balanceado, sin déficit ni deuda, al que se llegó en 2014. No hay quien la haga cambiar de esta postura de rigidez fiscal. En este sentido se mantiene fiel a su guion de mesura y disciplina que aprendió al lado de su padre en Waldhof. ¿Virtud, empecinamiento, testarudez, cerrilidad? Este presupuesto estrictamente equilibrado ha llevado a que la deuda alemana, que en 2010 alcanzó su tope máximo de 81% del PIB, a finales de este año llegue a 57%, según la proyección. Esto no está sino al alcance de los teutones, todos los demás países de la UE han visto escalar su deuda pública, convertida en una auténtica espada de Damocles sobre las finanzas mundiales. La crisis de 2008 engrandeció a Alemania y a los demás países los puso a padecer, hasta hoy. Comparando 2010 con 2019, vemos que el aumento de los ingresos en Alemania ha sido de dos puntos del PIB (del 43% al 45%), mientras que la reducción del gasto ha sido de tres puntos (del 47% al 44%). En total, un vuelco de cinco puntos porcentuales que ha facilitado una clara mejoría del saldo fiscal. La queja unánime de países y organismos financieros se basa en que el excedente de los alemanes es la deuda de los demás, como dijo la directora del FMI. Esencialmente aquí es donde se genera la falta de solidaridad. Aquí es donde se juega que el euro llegue a ser competitivo como moneda internacional.
Desde que el euro nació en 1999, Alemania ha sido su mayor beneficiario. Mitterrand a comienzos de los ochenta lo concibió para quitarle a los alemanes la enorme influencia que tenían sobre el sistema monetario europeo. Y Kohl lo necesitaba para triunfar en su idea de la reunificación de las dos Alemanias y empoderar la industria. En el largo plazo el éxito de Kohl fue abrumador. Y Angela Merkel, como buena discípula de Kohl, disparó esos beneficios. Pero el precio ha sido oneroso. La UE, que es el centro de los afanes —y no Alemania—, continúa en una crisis de identidad, de desavenencias sociales, donde la democracia liberal ha sido cuestionada. Aun dentro de Alemania, su partido, CDU, ha sido humillado por verdes y la ultraderecha de tintes nazis AfD, en sucesivas elecciones regionales. Síntoma, percibido hace largo rato, de que ha perdido el contacto con los ciudadanos, se refugió en su aura de grandeza y desconectó de la realidad. Es el gran problema de tantos años aferrada al poder, 14 años. Solo interesa el poder por el poder. De la física con aspecto de ama de casa, que vive en un apartamento modesto en Berlín y cocina sopa encebollada, sobrevive apenas la vaga sombra del recuerdo. El poder corroe la personalidad humana, destruye sus principios y despoja de la dignidad.
Sin la caída del Muro nunca hubiera sido política. Vino del Este sin grandes contactos políticos. “Kohl cambió mi trayectoria política”, dijo el día de la muerte de su padrino político en junio de 2017, quien murió con la idea de que Merkel lo había traicionado. Esto no lo perdonó. Merkel le cayó en gracia a Kohl y a su sombra creció. Ya fuera del poder, Kohl entró en desgracia por una turbia financiación en 1998. Su ambición política pudo más que la lealtad y en un artículo de prensa, en diciembre de 1999, pidió a Kohl que se fuera del partido y diera paso a las jóvenes generaciones. En Alemania nadie daba crédito a lo que consideraron un escrito satírico. Sin este artículo nunca hubiera sido Canciller.
Alemania nada hoy en dinero. Olaf Scholz, SPD, ministro de finanzas alemán en una reunión en Washington el 20 de oct, así lo reconoce. “Hay crecimiento gracias a que la economía es robusta, hay casi pleno empleo y las inversiones están mejores que nunca”, dijo. ¿Hay riesgos? “Esperamos que haya acuerdo entre EEUU y China en comercio”. El optimismo de Scholz no es compartido por un gran número de alemanes, que no ven esa igualdad y justicias sociales que fueron factores de cohesión hasta mediados de los 90. Hay grietas en la sociedad alemana y, desde luego, entre oeste y este. En el este el PIB es una cuarta parte menor que en el resto del país. Hace casi 30 años se privatizó la riqueza del pueblo de la RDA, se nacionalizaron empresas públicas y bienes. Pero como siempre ocurre en este tipo de transacciones, los beneficios habrían sido privatizados y las pérdidas socializadas. En 2021 se eliminará el impuesto de solidaridad (Soli Zuschlag, en alemán) que se creó hace unos 30 años con motivo de la reunificación. En Alemania nada es gratis, los contribuyentes pagan fuerte. Entre los ciudadanos del oeste, Soli Zuschlag, genera resentimiento con respecto a RDA que muchos consideran atrasada y un lastre económico, y en el este muchos se sienten “maltratados y de segunda clase”. Hay suficiente dinero como dice Scholz pero no debidamente distribuido. Según la Asociación Sentido y Entendimiento, en 2018, 50% de los hogares más pobres poseen juntos solo 1% de la riqueza, y el 10% más rico posee 61%. “Queda mucho por hacer”, dijo Merkel el 3 de octubre al cumplirse 29 años de la reunificación; y uno de sus ministros dijo que “la igualdad este-oeste se alcanzará dentro de una década”
A Angela Merkel se le acaba el tiempo. Es consciente de que conduce la locomotora económica de Europa, su poder, con los escándalos de corrupción que han afectado a ciertos bancos y las emisiones de gases en la industria automotriz, no se quebranta. Sus 14 años afincada en la cancillería le han dado destreza para exigir con dulzura, imponer con una sonrisa. “Lo conseguiremos”, es su mantra y la fuerza que impulsa su acción. Vivir aislada por el Muro —construido a instancias de Walter Ulbricht— le enseñó que donde hay una voluntad, hay un camino, como decían los antiguos incas. Lo hecho, hecho está. Se va la jovencita que militó en las Juventudes Comunistas para poder hacer sus estudios de física, pero deja una Alemania briosa y dominante, y a unas instituciones europeas que tutela con ojo avizor. Sus comités de sabios, con tintes inquisitoriales, meten las narices en las finanzas comunitarias, para evitar ‘desvíos’. La muchacha de los años 70 que antes que al rock & roll dedicó su vida a la ciencia, a cultivar el espíritu, la entrega a los demás, a huir de los extremos, a perseguir la modestia que sus abuelos polacos le transmitieron. De todo esto se despojó, porque el poder exige, antes de entrar en su fortaleza, renunciar a satanás y sus pompas. Él tiene las suyas propias, donde prioriza el egoísmo, la falta de escrúpulos, la ambición desproporcionada, el desenfreno de pasar por encima de sus rivales a cualquier precio y la amnesia suficiente para olvidar hasta sus propio nombre.
Debería de haberse ido hace mucho tiempo. Sus continuos estrépitos electorales así lo atestiguan, pero lo que la ata es ese extraño ingrediente que mencionó Tony Blair el día que debió abandonar la sede de Downing Street: “Es duro dejar el poder”, dijo con rostro semilloroso el escocés de alma epicúrea. Angela Merkel, y su partido CDU, fue aplastada el domingo 27 de octubre, en las elecciones estatales de Turingia, por la extrema derecha, AfD, convertida en bestia negra de la política alemana. En condiciones normales, según la decencia democrática, un líder apaleado en las urnas deja su lugar a otro. Ella, esta vez, ha hecho gala de su principal virtud que en los 14 años le ha dado una fama enorme: silencio total. ¿Qué dice la Canciller?, es la eterna pregunta. Es un enigma sin resolver. Uno de los barones de la CDU, Friedrich Merz, 65 años, en la televisión pública, ZDF, el lunes 28 oct, consideró la derrota en Turingia como “un gran voto de no confianza” en contra de la gran coalición en Berlín, y lanzó una dura crítica contra frau Merkel de la cual dijo: “Su inactividad y falta de liderazgo se ha estado extendiendo por todo el país, como una alfombra de niebla durante años”, y terminó de manera inapelable: “Esta forma de gobernar no puede durar otros dos años —dijo Merz—. Alemania, pero también Europa, no se lo pueden permitir”. Merkel debería terminar su período de gobierno en 2021.
Otro peligro que la acecha es la próxima elección a la presidencia del Partido Socialdemócrata, SPD, su socio de gobierno. Hay dos candidatos. Si gana Olaf Scholz, la coalición continuará hasta el final. Si gana Norbert Walter-Borjans, aboga por un giro a la izquierda y una salida del gobierno; la “Groko” de Merkel habrá terminado sus días, será obligada a convocar elecciones. Esto se sabrá el próximo 7 de diciembre.
¿Podrá la canciller Angela Merkel comerse el pavo de Navidad en la paz, silencio y recogimiento de su apartamento sintiéndose la dueña del poder en Alemania y Europa?