Hace tiempo, tres años, que Ángela Merkel anunció que se retiraría de la política después de gobernar durante 16 años la compleja, contradictoria y poderosa Alemania.
Paradoja: la caída en picada de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) en las elecciones federales de ayer 26 de septiembre, por un lado, y, por otro, el inmenso valor de Ángela Merkel como líder en Alemania y en Europa, como defensora de los principios liberales en la época de los Trump, los dirigentes de derecha tipo Orban, húngaros o polacos, del poder de la derecha francesa alrededor de Le Pen, de los populistas italianos y de tanto pateador de los valores democráticos en el planeta.
Una física que se graduó con una tesis en química cuántica en la Universidad de Leipzig, doctorada en la Academia de Ciencias de Berlín con calificación magna cum laude y que terminó dirigiendo la cuarta potencia mundial (después de EEUU, China y Japón) durante 16 años. De una sencillez y austeridad personales que contrasta con los egos agigantados y la adicción de nuestros dirigentes locales por los guardaespaldas y las caravanas de camionetas blindadas.
Los movimientos de los migrantes provenientes del cercano oriente, de Afganistán y Pakistán, de los Balcanes, entre 2014 y 2016, representaron la mayor crisis migratoria y humanitaria en Europa desde finales de la segunda guerra mundial. Ante la indiferencia y la negativa de buena parte de los países europeos, Merkel autorizó el ingreso de más de un millón de migrantes en 2015. En proporciones menores, Alemania fue secundada por Francia, Suecia e Italia en el otorgamiento del estatus de protección a los refugiados.
El ingreso de los migrantes (40% proveniente de Siria), un gesto que aplaudió el mundo liberal, le dio, también, combustible a los movimientos de extrema derecha a lo largo y ancho de Europa. Sumado a eventos como las violaciones sexuales en Año Nuevo en Colonia (diciembre de 2015) por parte de algunos migrantes, el atentado en Charlottenburg, Berlín, en 2016 y la ola de ataques en Francia y Bélgica por parte de movimientos inspirados en alas radicales del islamismo, el ingreso masivo de migrantes sirvió a los propósitos y las consignas políticas del extremismo de la derecha alemana y europea.
En Alemania, la Alternativa por Alemania (AfD, creada en 2013) ha crecido al punto que hace rato superó el umbral del 5 % y campea sólida en el parlamento, el Bundestag, con 10 % de los escaños. La xenofobia encubierta, los ataques a la posición alemana en la eurozona, son parte de su repertorio político que la hacen muy exitosa en algunas circunscripciones de lo que era la antigua Alemania Oriental y que los tiene hoy en la oposición a nivel federal. En el resto del continente es conocida la consolidación de gobiernos de extrema derecha, poco respetuosos del estado de derecho (Hungría, Polonia), así como el auge de la derecha en Austria, Holanda y Francia, que hace eco recíproco a las consignas xenófobas y en contra de la Unión Europea.
Merkel, conservadora y defensora de los principios liberales, que se apoderó de partes importantes de la agenda de los socialdemócratas (SPD), ha sido una dirigente de centro. Armó gobierno con el SPD en tres de los cuatro períodos en los que gobernó. Capaz de entablar alianzas con Rusia, el líder griego Tsipras y también con Hungría, de plantarse ante los EE. UU. frente a temas como la agenda contra el cambio climático. Maltratada por la derecha y también por movimientos de izquierda griegos que la asimilaban a Hitler en la época de las negociaciones por la deuda pública. Defensora de la economía social de mercado y del sistema democrático.
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El partido socialdemócrata, el de Willy Brand y Helmut Schmidt, que había caído en las últimas elecciones al 20 % consiguió algo más del 25%, mientras que CDU de Merkel, cayó en 8 puntos al 24 %
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Ayer se reencauchó en Alemania el SPD, el partido socialdemócrata, el de Willy Brand y Helmut Schmidt, que había caído en las últimas elecciones al 20 % y consiguió algo más del 25%, mientras que el partido de Merkel, CDU, cayó en 8 puntos al 24 %. Lejos están los partidos tradicionales de los resultados obtenidos en la segunda mitad del siglo pasado, cuando obtenían alrededor del 40 % de la votación. Por regla general, bastaba entonces una coalición con un pequeño partido, como el Partido Liberal (FDP), para gobernar con comodidad.
Hoy armar coaliciones tiene otro precio. Es probable que el sucesor de Merkel (no será mujer; había esperanza, hasta hace algunos meses, que la verde Annalena Baerbock, de 40 años, podría llegar a ser la canciller alemana a partir del supuesto de que el Partido Verde obtendría una votación superior al 20 %, hecho que no ocurrió). Aunque hay varios escenarios probables, puede ocurrir que el líder del SPD, Olaf Scholz, actual ministro de finanzas y exalcalde de Hamburgo, de gran reputación, tenga que aliarse al Partido Liberal y al Partido Verde. Una sopa difícil de cocinar por las concepciones opuestas alrededor del gasto público que tienen uno y otro.
Aunque resulta esperanzador que Scholz encabece la coalición, hará mucha falta en el mundo el talante de Angela Merkel, una física respetuosa de la democracia.
Publicada originalmente el 27 de septiembre de 2021
