Mi abuela me contó que se casó siendo aun una niña. Ella, joven y sin saber bien qué hacía, siguió aquel camino que habían predispuesto para que caminara. Jamás su opinión interesó. Su cuerpo mismo no le pertenecía. Su destino estuvo predispuesto y ella no pudo evitarlo. Esa historia que le sucedió por allá a mediados del siglo XX, en los albores de una Colombia que pronto se convertiría durante años en ríos de sangre, no cambiaría aún hoy, en pleno siglo XXI.
Ángela es el título de una película colombiana hecha de recortes de la vida de una de esas niñas entregadas al “blanco” o al "señor dueño de las tierras" por algún puñado de arroz, por una vaca en el mejor de los casos o por nada, con la intención de que a la familia le fuese bien. Esta es una constante que aún inunda la realidad del país, y solo hablo de mi país, porque sé que en el mundo la historia se repite constantemente.
La historia de este film transcurre entre las tierras cordobesas, en unos años turbados por las luces del devenir de los llamados “tiempos de la violencia”, pero se agradece que ese sea solo un marco para la historia que llama la atención: la de una niña que no puede elegir, porque no tiene opción, y que es entregada a un hombre mucho mayor, con el que conoce la sexualidad pero no el amor, y la gestación pero no el ser madre.
La niñez no tuvo tiempo para ella, pues, como ahora, el país no es para niños. Y mientras el viento típico de la sabana cordobesa parece darse prisa para no verla, ella callada y sin comprender qué sucede a su alrededor, se ve envuelta entre los mantos infames de una Colombia que ignora unas costumbres que le pasan por arriba, por el lado o por debajo, pero jamás para mejorar su vida, y tal y como las aguas del Sinú, son una corriente casi perpetua de aguas turbulentas.
Sin ánimo de espoilear, la invitación es a que vean esta película que no persigue ser una obra maestra, pero sí narrar una historia que debe contarse... una de esas miradas que permite hacer el cine con su magia. Entre sus cualidades está que es una mirada personal y única del director cordobés Agamenón Quintero, quien le da el toque inigualable que tienen aquellas historias de los que la conocen. Esto sin saber yo que sea la historia de algún familiar suyo.
Sea como sea, sentí al departamento cordobés de una forma singular: la magia de su tierra. Además, destaca la música que en todo momento tiene protagonismo y no es una acompañante; las actuaciones que con sutileza van lentamente internando al espectador en la historia; y un sentir sabanero, que cuando se ven aquellos paisajes llena de orgullo. Sin embargo, la historia no es un cuento de hadas, y aquí está su fuerte. Es la vida misma de muchas mujeres, o prefiero llamarlas niñas, porque es lo que vivieron y que lastimosamente siguen viviendo, ante una nación que ignora o simplemente no ve estos hechos. Incluso, la ley aún protege estas costumbres.
Sé que la película no tiene un presupuesto elevado, pero sin duda este cine casi de guerrilla es el que vale la pena ver y apoyar. No se mete en el facilismo de la lágrima o sonrisa fácil, y pretende entre sus cuadros simplemente retratar historias para la perpetuidad. Lástima, eso sí, la poca divulgación en salas de cine. Merece más salas, más pantallas, más tiempo en ellas y, claro, más apoyo de las personas que nos gusta el cine hecho en Colombia. Por ello si aún está en cartelera en un cine cerca a usted, no se pierda la posibilidad de verla. No deje pasar esta historia sin apreciarla, y disfrute del buen cine hecho aquí en casa por los nuestros.
