Nos encontrábamos hablando con Carlos Pizarro Leongómez, en agosto de 1.989, en torno a la seguridad que tendrían en la Ciudadela de Santo Domingo, Toribío, si ese lugar, que concentraba a los dirigentes nacionales y milicianos provenientes de gran parte del país, ante una eventual ruptura del proceso y la penetración aérea que pudiera culminar con el lanzamiento de “bombas racimos”, a un costo muy alto para la paz y el Movimiento y, en ese preciso momento, sobrevolaron dos aeronaves, entre ellas, un Mirage francés, de ablandamiento táctico, ensordecedor, y otro, que pareció ser un Tucano, lo que, naturalmente, nos provocó sorpresa y desconcierto.`
Además, habíamos llegado a la conclusión de que los procesos de reconciliación, en las guerras, nunca son lineales y enfrentan rompimientos inesperados, mientras le argumentaba que tenía plena convicción en las decisiones pacificadoras del Presidente Virgilio Barco, por su decencia y pulcritud políticas, como la de sus cercanos colaboradores Rafael Pardo Rueda, Consejero Presidencial para la Paz y Ricardo Santamaría, Director del Plan Nacional de Rehabilitación, PNR.
La plática que sostenía con Carlos Pizarro, en mi calidad de Presidente de la Comisión de Dialogo del Cauca, elegido en una asamblea convocada por la Asamblea Departamental, los movimientos sociales, el Concejo Regional Indígena del Cauca, CRIC, trabajadores organizados, líderes populares, los destechados de Popayán, el Partido Comunista, partidos políticos y algunos empresarios, reunión realizada en el recinto de la Duma Departamental, terminó por concentrarse en temas de seguridad, por el sorpresivo avistamiento de los aviones de caza, lo que me obligó a realizar un quiebre en la charla y decirle intempestivamente:
“A ustedes les hace falta unos cañones antiaéreos de largo alcance, que se deben cubrir con plásticos negros, para evitar la humedad y el óxido que les ocasionaría la lluvia, respondiéndome, también, inmediatamente: “No tenemos, viejo man, dinero para adquirir lentejas y arroz para sostener las tropas, menos para comprar cañones”, y, al escucharlo le respondí con la misma rapidez,: “No se preocupe Comandante, yo se los pongo”.
“Habría que situar los cañones en un sitio estratégico, hacerles un terraplén para ubicarlos y, colocarles, doce milicianos para los honores que exigen los cambios de guardia; de su instalación lo sabrán solamente usted, Gricerio Perdomo, vocero político del Movimiento, el Comandante Germán Rojas Niño, y, por supuesto, los milicianos de confianza que seleccione”.
Observé, en su rostro, discreta y cautelosa inflexión y, a los pocos días, los cañones estaban provocadoramente instalados en un sitio estratégico de La Ciudadela de Santo Domingo. No volvieron a pasar aviones y, la revista Semana, publicó una foto de “la base artillada”, con el titular: “El M19 tiene cañones antiaéreos”.
Desde ese momento, la Fuerza aérea colombiana, FAC, suspendió las operaciones estratégicas aerocomandadas, seguramente para evitar bajas que desmoralizaran las fuerzas legítimas del Estado.
Confieso que la imaginación humorística de mis razonamientos fue una valiosa destreza que utilicé en mis tareas mediadoras. Lo de los “cañones”, lo confirmé pocos días después, funcionó a plenitud, y, además, coincidía con el efectismo sensacionalista que el M19 le había impreso a sus luchas durante su existencia política.
Recuerdo que mientras conversábamos Carlos Pizarro él escribía el último dirigido documento al Presidente Virgilio Barco Vargas, escrito en una longeva máquina Brother, en el que hacía énfasis en la necesidad de incorporar, en una nueva Constitución, los mecanismos de participación popular como un derecho ciudadano, hizo una pausa y quedó sorprendido con la idea: Llegó a pensar que yo tenía la capacidad para instalarlos.
El Movimiento 19 de Abril, M19, en ese entonces, había obtenido la espontánea adhesión de personalidades como la del escritor Gabriel García Márquez, quien terminó exiliado en México, voluntariamente.
Quince días después de la insólita propuesta, coincidiendo que había firmado, en mi condición de Presidente de la Comisión de Diálogo del Cauca, firmé el cese al fuego unilateral con el Segundo Comandante Raúl, presidencia que compartí con la rectoría moral de Monseñor Samuel Silverio Trujillo, como un gesto de credibilidad del M19, ante sus ofensivas beligerantes me dijo: “Cómo es, viejo man, el proyecto de las piezas de artillería”.
Muy elemental Comandante, aquí en el corregimiento de Tacueyó, a media hora de Santo Domingo, hay una frondosa mata de guadua, adquiera cinco de las mejores unidades, se colocan en una fortificación artificial y se plantan apuntado hacia el espacio imaginarios: centro, sur, norte occidente y oriente, de tal manera que simulen un poder aéreo que nunca llegó a tener el Movimiento 19 de Abril, M19, durante la guerra.
Para sorpresa mía, pocos días después, Carlos Pizarro, había ordenado su instalación y, La Ciudadela de la Paz, a partir de ese momento, con una cúpula que tenía a sus mejores combatientes y dos millares de milicianos durmiendo en cambuches, prestos a la desmovilización, disfrutaban, al igual que las conversaciones de paz, de una vigilancia invencible e inexpugnable.
Los ‘guaduas” habían puesto en retirada a los Halcones negros, (Black Hawk), utilizados en la guerra de Vietnam, los Mirages y a los Cazabombarderos, el proceso de reconciliación política estaba salvado, gracias al impacto que provocó al interior del Estado la noticia divulgada por la Revista Semana y, el M19, regocijado con su protección, para garantizar su decisión ineludible de paz, promocionó una invitación a la Nación, con el lema: `Pase una Navidad con el M19´, que atrajo a cincuenta mil ciudadanos del Cauca, que seguramente hicieron parte de las setenta mil sufragantes que apoyaron en las elecciones presidenciales del 25 de Mayo de 1986, el Plebiscito por la Paz en el Cauca, refrendado por la Registraduría Nacional del Estado Civil, iniciativa que le formulé a las partes beligerantes en conflicto y fue acogida.
Del libro Anécdotas de la guerra, contadas otra vez, en edición.
Sumario: Elección de mediador del proceso de paz realizada en la Asamblea del Cauca, Cómo conocí a Jaime Bateman Cayón, Cómo conocí a Carlos Pizarro, Diálogo entre el Arzobispo de Popayán, Samuel Silverio Buitrago Trujillo y Carlos Pizarro en la vereda de Huellas, Corinto, Cauca, Firma del Cese al Fuego unilateral del M19 con el Segundo Comandante Raúl, Anuncio oficial de la desmovilización que no pudo hacerse en el Parque Caldas de Popayán, El teléfono satelital y el Ministro Carlos Lemos Simmonds, Los cañones antiaéreos, Quién le dice “Carro Loco” a Carlos Pizarro, Historia de Sombrero de Pizarro y su lanzamiento con el Grupo Niche en Santa Domingo, Los cien dólares que le quedé debiendo a Pizarro, Gricerio Perdomo, delegado político del M19, ex concejal de Popayán, y su diálogo con el Presidente Virgilio Barco, “Jorge, la única persona que me ha dicho “Carro Loco” en la cara”, La fotografía que obligó a German Pabón al el exilio, Recorrido político por el Batallón América, Vivo se lo llevaron, Vivo tienen que entregarlo, Firma del Acuerdo de Paz en la Casa de Nariño” y “Hermano, a mí me matan, pero si el precio de la paz para Colombia es mi muerte, la ofrendo”. Apoyo en la edición del doctor Carlos Perdomo Castaño-Capcast Asesor de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 y premio en derechos humanos de la Defensoría del Pueblo.