El 4 de marzo de 1977 al mediodía y frente a Patricia Restrepo, su novia, Andrés Caicedo se tomaba sesenta pastillas de seconal. Su cabeza cayó inconsciente sobre el escritorio en donde había redactado tantas reseñas de cine, tantos cuentos, tantos proyectos. A su lado estaba el ejemplar de Que viva la música que le acaba de llegar de Bogotá en la edición que había sacado al mercado Colcultura. Tenía 25 años y un futuro promisorio, pero quería vivir rápido y dejar un cadáver hermoso, tal y como lo habían hecho sus ídolos Brian Jones, Janis Joplin, Billy the Kid o Jean Vigo.
Murió y dejó obra y entre esa obra está la novela en la que vertió toda su energía vital, la novela que esperó ver publicada para después tomar la decisión romántica de quitarse la vida. 10 días después de su suicidio, el entonces joven escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal hizo la reseña de Que viva la música, esta es, seguramente, la primera crítica que se escribió sobre la novela póstuma de Caicedo.