Andá a cagar, querido papa Francisco
Opinión

Andá a cagar, querido papa Francisco

Lo incomprensible es que vos, con tu mediático alias de Francisco, te opongás al amor a los animales

Por:
noviembre 16, 2015
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Bastantes meses tardé en sentarme a escribirte esta carta, querido Jorge Mario. Perdoná la tardanza, pero sucede que durante este tiempo me robaron tanto la atención como el tiempo algunos eventos, noticias, certámenes, partidos de fútbol, elecciones, conciertos, libros y fiestas, todos ellos más importantes que una respuesta personal, colérica y transoceánica a las declaraciones de un insoportable hincha de San Lorenzo vestido de falda blanca.

Recapitulemos, querido Jorge.

¿Recordás la homilía que diste en la capilla de la residencia vaticana de Santa Marta el 2 de junio del 2014? Bueno. Si no la recordás, yo te refresco la memoria: hablaste de las parejas que optan por no tener hijos y deciden dar su amor a sus mascotas.

Pusiste tu mejor cara de ironía y dijiste, pontificando (¡tu verbo!): “¡Es mejor no tener hijos! ¡Es mejor! Así tú puedes ir de vacaciones a conocer el mundo, puedes tener una casa en el campo, tú estás tranquilo... Pero quizá sea mejor, más cómodo, tener un perrito, dos gatos, y el amor va a los dos gatos y al perrito”.

¡Hombre, Jorge! ¡Descubriste el agua tibia! Viajes, casa en el campo y tranquilidad. ¿Te parece poca cosa? A mí me resulta una sola de ellas, cualquiera, suficiente motivo para no tener hijos. ¡Claro! ¡A mi que no tengo vocación alguna por la paternidad! Habrá otros que estarán dispuestos a echarse el mundo a sus espaldas por ser padres y el santo derecho les asiste de hacer con sus gónadas lo que a bien tengan.

Y, a todas estas, ¿qué es lo que te rasca de que algunos decidamos entregar amor a los animales en lugar de hacerlo a los hijos? ¿Y no es esa rasquiña un insulto al Francisco del que tomaste el nombre?

¿En serio no te avergüenza decir
que los hijos se justifican
porque son el seguro de compañía de los ancianos?

Pero fuiste más allá: “ (...) al final este matrimonio llega a la vejez en la soledad, con la amargura de la mala soledad.” ¡No, Jorge! ¡No jodás! ¿En serio no te avergüenza ni un poco decir que los hijos se justifican porque son el seguro de compañía de los ancianos? ¿Es esa tu mejor carta?

Tengo muy claro que el discurso de la jerarquía católica es el de la exclusión, el del señalamiento y el de la crucifixión del diferente, pero la verdad es que me sigue sorprendiendo la capacidad que tienen ustedes, los de faldita y capelo, para superarse en esas materias a medida que pasa el tiempo. ¿De qué lugar retorcido sacás una ética que te permite juzgar la negación a la reproducción de los demás cuando vos mismo decidís no reproducirte por razones que al resto de los humanos nos tienen sin cuidado? ¿No hay que tener una mente muy sucia, un corazón muy endurecido o un juicio racional muy atrofiado (o los tres al mismo tiempo) para pensar algo como “los demás tienen la obligación de reproducirse, pero yo, que se los recuerdo, puedo ignorar mi semen pontificio y optar por la esterilidad”?

Mi querido Jorge Mario, perdoná que te lo diga tan así, tan de frente: ¡no tenés la más mínima idea del siglo que trascurre, de lo estériles (esas sí) que son tus palabras y de lo ridículas que suenan! Y además, muchacho, no atinás a concebir lo criminal que resulta pedirle a los humanos que produzcan más humanos, cuando es la plaga humana la que devasta este planeta tan abandonado de tu patrón.

Pero lo último, Jorge, lo más difícil de creer, lo incomprensible aún para quienes sabemos que detrás de tu pose de reformador se esconde el imperdonable jefe de una organización imperdonable, es que vos, con tu mediático alias de Francisco, te opongás al amor a los animales, los verdaderos inocentes, las víctimas de esa maldad humana que ninguna divinidad ha logrado siquiera moderar. ¡Qué mezquindad meticulosa, Jorge Mario! ¡Qué pequeñez de corazón! ¡Qué eficaz forma de fotografiarse indolente! ¡Qué inmejorable manera de ejemplarizar la más ruin de las esquinas humanas!

Entiendo que tenés todo el derecho a convertirte en el estéril que critica a los estériles, pero como ese derecho no trae aparejado necesariamente el silencio de quienes nos atragantamos con tus barrabasadas, permíteme, con todo cariño, que me despida con una entrañable expresión de tu Agentina natal: ¡andá a cagar!

No es más, querido Jorge Mario. Quisiera extenderme, pero debo escribir algunas cartas más a tus compañeritos Vivian Morales y Alejandro Ordóñez. Que Zeus te acompañe en este fin de año y que, por elemental justicia poética, la próxima vez que salgás a la Plaza de San Pedro, te muerda un perro o te cague una paloma.

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