Anatomía del antipetrismo

Anatomía del antipetrismo

De cara a segunda vuelta, el antipetrismo ha encontrado espacio en la aspiración de Hernández. Poco importan las diferencias programáticas o el rechazo del candidato

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
junio 09, 2022
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Anatomía del antipetrismo
Fotos: Canva/Archivo

Desde que Petro llegó al Senado en 2006, tras integrar el movimiento Vía Alterna a las huestes del Polo Democrático y convertirse en la primera votación de la izquierda (sacó 143.443 votos), el antipetrismo se ha configurado como una corriente de desafección hacia su perfil, talante o programa. A la par que el petrismo aumentaba en su capacidad electoral, el negativo de Petro crecía y se convertía en un catalizador para agrupar sectores de extrema derecha y vertientes de centro agrupadas en torno a un único objetivo: detenerlo.

Así, el antipetrismo se midió con fuerza en la elección presidencial de 2018 —fue determinante para consolidar la victoria de Duque— y volverá a jugar un papel de importancia de cara a la segunda vuelta.

En el entretiempo el balotaje y mientras las fuerzas electorales se reagrupan, el antipetrismo se convierte en un factor cohesionador entre sectores antagónicos o aparentemente distantes al programa demagógico y autoritario de Rodolfo Hernández. De ahí que el uribismo que se movió con Federico Gutiérrez —las bases más articuladas a los congresistas del Centro Democrático— se haya desplazado a la campaña del ingeniero con el objetivo de conformar un amplio frente anti Petro, al igual que Fajardo, Robledo y el Nuevo Liberalismo —la microempresa electoral de los hermanos Galán—.

El común denominador entre estos “adversarios” se simplifica en su aversión a Petro. Nada más podría explicar que Robledo y Néstor Humberto Martínez naveguen en el mismo barco.

Pero el antipetrismo es una fuerza compleja y que responde a diversos incentivos. Por eso, resulta importante precisar su anatomía.

Desde una perspectiva primaria (tras hacer un rápido estudio de campo en varios municipios del suroeste antioqueño), el antipetrismo más radical y visceral se configura como una emoción profundamente negativa asociada al perfil humano del exalcalde.

Para este tipo de antipetristas, el más furibundo y difícil de persuadir —muy común en territorios conservadores y uribistas—, el exalcalde siempre será visto como una suerte de guerrillero comunista (poco importa que lleve tres décadas en la legalidad o que el M-19 sea historia), como un pésimo administrador (se reitera con frecuencia el mediático episodio de las basuras) o como un arrogante incapaz de montar equipo.

Por otro lado, existe un antipetrismo más cercano a posturas de centro; en la práctica, aglutina una corriente de opinión que no exacerba el miedo a Petro cuestionando su vida guerrillera, sino que se enfoca en criticar la validez técnica de su programa, su perfil caudillista y su forma de gobernar. Para este tipo de antipetristas —Fajardo y Robledo son sus principales referentes—, el líder del Pacto Histórico es visto como un populista irresponsable que ofrece “recetas sencillas a problemas complejos”; además, es percibido como un político pragmático (del todo vale) que galvaniza a un “ejercito virtual” radical o extremista.

De cara a la segunda vuelta, todo el antipetrismo ha encontrado espacio en la aspiración de Hernández. Poco importan las diferencias programáticas, el propio rechazo del candidato —como aquello de afirmar que en la primera vuelta enterró al uribismo o que la invitación a Fajardo solo fue una simple cortesía— o si quiera el distanciamiento con su talante autoritario; al parecer, el antipetrismo resulta siendo un incentivo más potente.

Y Hernández viene potenciando ese incentivo, no tomando el libreto de Federico Gutiérrez —que basó toda su campaña en exacerbar el medio a Petro—, pero si concluyendo que podría sacar al país de la matriz antagónica del uribismo versus petrismo.

Aunque el ingeniero no duda en afirmar que con su victoria en el balotaje decretaría la muerte del petrismo, no es claro si el antipetrismo resulta siendo una fuerza electoral tan grande, pues Petro ha venido ganando espacio y el desgobierno de Duque le ha restado fuerza a la narrativa anti Petro o castrochavista que le fue tan favorable al uribismo en las elecciones de 2018.

A Hernández también se le viene plegando la casi totalidad de la clase política tradicional, no necesariamente antipetrista, pero sí temerosa de los alcances reformista en un gobierno del Pacto Histórico o con auténticas propuestas anticorrupción (no reducidas a quitarle las camionetas a los congresistas). Además, la clase política tradicional se siente más cómoda con el “rodolfismo” porque ve el petrismo como un proyecto más articulado a estructuras territoriales que en franca lid le podría disputar el poder en las próximas elecciones regionales.

A falta de propuestas claras, conocimiento del país o el más mínimo respeto por las instituciones, a Rodolfo Hernández no le queda más que decir: ¡Antipetristas de todo el país, uníos!

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