Es una época compleja, a treinta años de la caída del muro de Berlín. Autoritarismo, xenofobia, falsas verdades, a la orden del día. Populismos de derecha e izquierda, en su primavera. Crisis en América Latina, como pocas. Piñera, tratando por todos los medios, de recular y tranquilizar la marea.
Por otro lado, se supone que los políticos están en capacidad de leer e interpretar los cambios. Es difícil comprender, solo para citar lo más reciente, la mano de elogios del presidente Duque al exministro de Defensa, así como el voto de Colombia de cara al embargo a Cuba.
Incomprensible: ¿Para dónde va, que quiere Duque? ¿Cayó para él el muro?
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial se enfrentaban en el planeta tres narrativas y proyectos políticos, todos con pretensión de redención: comunismo, fachismo, democracia liberal. A mediados de 1945, con la derrota de Hitler y Mussolini, quedaron dos opciones.
Hace treinta años, con la caída del muro de Berlín y con él, la de la cortina de hierro, parecía que habría una única ganadora.
El famoso Fin de la historia y el último hombre de Fukuyana (1992), le daba a la democracia liberal el turno indefinido, puesto que la lucha de las ideologías habría terminado. Lo que quedaba por dirimir se asociaba a modelos económicos dentro del capitalismo y la democracia.
Más allá de la incertidumbre acerca de qué tan lejos pueda llegar el fundamentalismo islámico, de si la capacidad del terrorismo puede llegar más lejos de lo que lo hizo el 11 de septiembre o del esplendor de ISIS desplegado en el 2015; o de si pudiera presentarse un dominio cultural y político en Occidente al estilo de Sumisión de Houllebeck (Universidad Islámica de la Sorbona), lo aterrador, en realidad, son los dirigentes tipo Trump, Le Pen, Wilders, Orban, Bolsonaro y lo que representan.
No es un tema de conservatismo o liberalismo en el sentido partidista de la palabra. La señora Merkel pertenece al partido conservador por excelencia en Alemania, el CDU y es, sin embargo, la campeona de la democracia liberal en el mundo.
En realidad, la “novedad” es la flagrancia de las posturas políticas que rompen con el respeto a la diversidad, a la convivencia entre diferentes, a la legitimación de las falsas verdades (fake news), a la línea de indignificar a los que piensan diferente. Revisar la historia es uno de los atributos de los nuevos liderazgos.
La “novedad” es la flagrancia de las posturas políticas
que rompen con el respeto a la diversidad, a la convivencia entre diversos,
a la legitimación de las “fake news”, a indignificar a los que piensan diferente.
Jóvenes dirigentes alemanes de extrema derecha lo dicen de frente: “¿Cuál holocausto?” O: “Nos parece intolerable la construcción de mezquitas.” Los actos antisemitas en Alemania, a mano de jóvenes, están aumentando. Asesinatos como en Halle (estado de Sajonia Anhalt), de fieles judíos, hace pocas semanas, o de funcionarios como Walter Lübcke, político conservador promigración, reflejan el grado de amenaza a la democracia liberal. En Suecia, en Holanda, Francia, Polonia, Hungría, Estados Unidos, los actos de antisemitismo y xenofobia se han multiplicado.
La xenofobia, los nacionalismos y regionalismos, amalgamados con toda suerte de proyectos populistas están a la orden del día, envueltos en lenguaje disociador, excluyente, sin que exista algún tipo de pensamiento de largo plazo que envuelva a las respectivas sociedades en su conjunto.
De manera simétrica, hay izquierdas de izquierdas. Algo va de Bachelet a Maduro, u Ortega, representantes de regímenes que se han pasado por la faja las reglas de juego, las establecidas por las constituciones que sus movimientos impulsaron. La renuncia de Evo Morales se da luego de un escandaloso fraude.
¿Y por estas latitudes? Argentina, Chile, Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela, México, Colombia, emproblemados. Hay que estar muy mal para que las alternativas en Argentina sean Macri y Kirchner.
En Colombia, es sorprendente el analfabetismo funcional del gobierno: parece no haber leído los resultados de las elecciones del pasado 27 de octubre.
El elogio del presidente Duque a la gestión del renunciante ministro de la Defensa, el voto en las Naciones Unidas alrededor del embargo a Cuba, la ausencia de reconocimiento a la fallida estrategia impulsada en el seno del Grupo de Lima, la corrección de la historia de parte del Centro Nacional de Memoria Histórica, serían comprensibles si el capital político del CD hubiese rendido abundantes dividendos políticos.
Al contrario, como lo han dicho Fernando Londoño y otros prominentes opinadores de esas tribunas, Duque ha descapitalizado al CD. No es solo culpa suya: más y más gente, muy especialmente los jóvenes, no resisten el lenguaje de los inspiradores, como se lo han hecho ver al CD y a Uribe en campaña en los municipios paisas y en las elecciones, en Medellín, el 27.
Los resultados de las elecciones no garantizan, aún, que se presenten cambios sustanciales en la gestión de las alcaldías. Los triunfadores deberán lucirse. Sin embargo, sí son claros, en casos como Bogotá, Medellín, Cartagena, Cúcuta y varios otros, que la esperanza de salirse del territorio de los caudillos, de su lenguaje excluyente, del desprecio que han mostrado por sus adversarios, está a la orden del día. La orden del día es el respeto por la democracia liberal, equivalente a la convivencia en paz en la diversidad, a la puesta en marcha de proyectos incluyentes.
¿Por qué no pueden leerlo, Presidente y colaboradores?