Cuando la vi en los primeros minutos del Conjuro por supuesto que me asusté. Muñeca maldita, de risita cínica, satánica. En un acto de fe quise comerme el cuento de que la muñequita había existido en la vida real. Durante semanas retumbaban los gritos de los espectadores en mis oídos. Supe del caso de un niño en Barranquilla que decidió quemarle la colección de muñecas viejas a su abuelita porque creía que una de ellas se salía de la cuna donde estaba metida a jalarle las patas por haber recitado el Padrenuestro al revés.
Cuatro años y cinco películas después, Anabelle demuestra que los chistes, si se repiten, pierden gracia. La segunda parte de esta muñeca diabólica tiene algo que es un sello característico en todas las películas en donde está involucrado James Whan: hay una mano firme que sabe dirigir. Por eso la primera hora no sólo es atrapante sino que es delicada, sutil y original. Uno sabe que en cualquier momento, cuando aparezca el mismo demonio de las tres partes de Insidious y cuando las fuerzas paranormales empiecen a asesinar, sabremos que la credibilidad se habrá ido al carajo y hasta Anabelle, con su carita de pichón de bruja, nos parecerá una porquería.
Ha pasado una hora. Soporté con gallardía tres sustos impresionantes, de esos en donde un espectro te sorprende en la cama. Es la mano del diablo, la mano chamuscada de Belcebú. Después ocurre la posesión de la niña paralítica y cliché tras cliché empezamos a tener un dejavu que sentimos desde 1974 cuando William Friedkin partió en dos el género del terror con su Exorcista. La gente seguía gritando y dicen que en Brasil una niña salió tan afectada sicológicamente de la sala de cine que creyó que estaba poseída. Histeria que llaman. Pobres. No han visto mucho terror que digamos. Yo sí. Me gusta de Cat People y todas esas peliculitas maravillosas que produjo Val Lewton y después engordé cuarenta kilos mientras me vi en tres puentes seguidos toda la obra de Dario Argento. Se lo suficiente para declarar que James Wan no es el genio absoluto del terror contemporáneo. Satánica y malévola me pareció una que no recuerdo el nombre de un muchacho que se aleja a un bosque a hacer alquimia y por error convoca al más poderoso de los espíritus. En esa línea El extraño, del coreano Na Hong-Jim también es otra maestra que no llegó a comercializarse en Colombia.
Más de un aspirante a fan demoniaco morirá creyendo que James Wan y todos sus productos son la panacea del terror. Más de uno creerá que no hay muñeca más tenebrosa que Anabelle. Ni siquiera simples incautos se abrazan a esta verdad de algodón de azúcar. Los críticos más avezados de Estados Unidos se han inclinado ante las bondades de la segunda parte de Anabelle. Yo, los últimos diez minutos, los dormí como un bebé. Cuando salí, con el embote típico de los baretos de la tarde, me prometí nunca más volver a ver a esta muñequita que cada vez me parece más insulsa, más boba y hasta tierna. Me quiero comprar una para las navidades que vienen.