En los tiempos pasados las divas eran cantantes de ópera. Por lo general, su fama era infinita y directamente proporcional a su talento. Y por obvias razones pertenecían al mundo del espectáculo, cuando este no se había reducido exclusivamente a la farándula. El entrenamiento es, porque sigue siendo, algo más que la farándula, pues incluye la literatura, poesía, teatro, el arte, quiero decir, el universo de la cultura.
Todavía guardo en la memoria aquella definición peligrosa y reducida del arte; se definía como la capacidad de hacer cosas que sorprenden por su belleza. Pero también por su fea hermosura, por su preciosidad a la inversa, en el plano de la estética de lo repugnante.
¡Qué nombre tan mal puesto es llamar a Amparo Grisales la Diva de Colombia! Más allá de que me guste o no, a ella le faltan requisitos. Hay cantidad de cosas en el planeta Tierra que a mí no me gustan, sin que por eso dejen de ser buenas en sí mismas. Yo sí he tenido malos ratos y hasta malos gustos. Soy de carne y huesos y cabellos, ni habito en una alta torre de marfil. El único talento que exhibe Amparo hoy por hoy es la capacidad de despertar amores y odios y por el mismo motivo: por posar. Todo su comportamiento es la misma pose. Amparo emite juicios desacertados, nunca atina, porque está muy concentrada en posar. No obstante, le adiciona una importante cantidad de petulancia, pues el odio le resulta rentable, así como los demasiados clics y los me gustas. Hay gente para todo. Hay quienes alucinan con la estética del vomito. Y son como el perro, que espera sentir náuseas para alimentarse de estas.
Amparo Grisales se acostumbró a ser esa burbuja postiza, llena de luces, cámaras, pero sin acción; porque eso no es vida, aunque vive en un palacio de oro, con balcón de diamantes y duerme en un colchón de plumas.
Esa es la pobreza extrema con dinero. No soportaría que la gente dejara de hablar de ella. Le encanta el escándalo, el qué dirán, estar de boca en boca. Radio Bemba es el nicho de toda su dicha. Desde su perspectiva de miras cortas, es mejor estar en boca de todo el mundo que no estar en boca de nadie, como consideraba Oscar Wilde.
La verdad es que a Amparito le falta glamour. Luce muy anciana. Si vemos a la Reina Isabel de Inglaterra podemos estimar a una frescura octogenaria. Y elegancia. ¡O a Pilar Castaño y su voz acariciadora de oídos, por ejemplo! Y a doña Gloria Valencia de Castaño. ¡Ni qué agregarle! Esta dama tuvo estilo antes de que Colombia tuviera estilo. Pero Amparo no tiene una gran voz. Tiene más años que talento, más arrogancia que idoneidad. Es dueña y señora de una soberbia vacua. Y los años no admiten engaños, revela la canción.
Talentos de la actuación colombiana: Margalida Castro, Judy Henríquez, Vicky Hernández, Carlos Muñoz, Enrique Carriazo, Teresa Gutiérrez, Marcela Benjumea, José Edgardo Román, Julián Román, Alicia del Carpio, Carlos ‘el Gordo’ Benjumea, Carlos ‘el Mocho’ Sánchez, Kristina Lilley, Silvia De Dios, Róbinson Díaz, Constanza Duque, Alejandra Borrero, Marcela Carvajal, Ana María Orozco, el encopetado de Jorge Enrique Abello, entre otras personas.
Me declaro indigno de incluir a Amparito en esta lista.
Róbinson Díaz reprochaba al ver que hay actores que cambian de ropa y no de personaje. A Amparo no la abandona el papel que ha interpretado siempre: la grosería
La palabra diva es una voz profunda, de raíz divina, sagrada, casi impronunciable. No a todo el mundo se le puede colgar. Es un rótulo que enloquece a los espíritus pálidos. La espiritualidad es llenura y vaciedad a la vez. Es el goce de la búsqueda de lo incorpóreo, pero que produce placer carnal.
Anteriormente, la palabra gozo estaba destinada para mencionar lo carnal, mientras que el placer se refería a la inmundicia y por ende eran antónimas en cuanto a la significación de lo que era tener buen gusto. Pero como las palabras son seres vivos que tienen pies y caminan, el gozo y el placer se fueron acercando hasta juntarse. Y hoy por hoy son sinónimas.
No obstante, las divas y las diosas de otros tiempos eran inconmovibles, su estado de ánimo no obedecía al capricho, muy diferentes del de Amparito. Cuando algún participante de Yo me llamo no es de su agrado, se despacha contra él de manera nada profesional. Es evidente que no está juzgando el talento.
Yo no hablo de objetividad o subjetividad. Alguien de cuyo nombre sí quisiera acordarme refería que la objetividad la ejercen los objetos y la subjetividad, los sujetos. Las críticas siempre son constructivas. Todo lo demás es envidia. Son para mejorar o construir. Lo de Amparito parece devastador o destructivo.
Las críticas se le hacen a una persona, porque existe la convicción de que ella posee la capacidad de corregirse. La Grisales no sabe esto. Además, ella está de jurado en Yo me llamo por motivos diferentes de su capacidad de apreciar las fortalezas de los participantes, de potenciar sus debilidades.
A ella la tienen ahí simple y llanamente, porque vende humo: sube rating, hay una audiencia que la sigue, tiene un séquito de fans que la sigue a todos lados. Pero de ahí a que Amparo Grisales sea la diva de Colombia, ni yo mismo me lo creo. Por supuesto, hablo por mí y por nadie más. En cada cabeza hay un mundo diferente. Y entre gustos no hay disgustos.