Este artículo de opinión no busca para nada discutir la trayectoria profesional y humana de la actriz Amparo Grisales, ya que más allá de cualquier cosa no se puede ocultar, vituperar o negar el destacado lugar que esta mujer ha hecho en lo que algunos llaman como el mundo de la farándula. Nadie discute que esta actriz ha roto esquemas. Nadie discute que esta actriz es pionera en su campo. Nadie discute sus luchas por la protección de los animales. Sin embargo, lo que sí se desea y busca discutir o poner de relieve en este artículo son aquellas actitudes que a mi gusto y humilde opinión son aquella muestra, reflejo y ejemplo de lo que somos como sociedad, y que infortunadamente es representado y muy bien emulado por esta actriz.
Muchos que en este momento están leyendo este artículo se preguntarán cuáles son aquellas actitudes o razones para llegar a concluir que Amparo Grisales es aquella muestra o mal ejemplo de lo que no deberíamos ser como sociedad, y es precisamente que ante la evidente pregunta de muchos a continuación mostraré cinco razones que a mi juicio son el argumento para validar mi "temeraria’" afirmación. Cabe aclarar que tales argumentos o razones son suministrados, recogidos y analizados de varias fuentes, sobre todo de entrevistas y material audiovisual que la actriz ha concedido a algunos medios de comunicación, especialmente a la revista Semana en su edición digital.
- La sociedad apolítica. Amparo Grisales muestra aquella errónea y equívoca actitud de ser ajena, desconocer y evadir la importancia o responsabilidad de tener al menos un mínimo conocimiento de la política. Política que debería ser entendida por todos para así evitar que nos metan los dedos a la boca, pero que lamentablemente la sociedad colombiana es desentendida de la misma por aburrimiento, ignorancia, desesperanza o desinterés.
- Se quejan del sistema, pero lo siguen defendiendo. La actriz evidencia su descontento por la realidad nacional y los problemas que le aquejan; sin embargo, contradictoriamente sigue apoyando o mostrando su visto bueno a personajes políticos que lo único que han hecho es, precisamente, ahondar esos problemas y descontentos históricos que la sociedad hoy se vive quejando.
- Juzgan y critican al que despertó. La diva juzga a aquellas personas que han tenido una actitud desafiante, ilustrada y política frente a los problemas que se evidencia en el país, por lo menos cuando cuestiona a la también actriz Margarita Rosa de Francisco por estar inmersa activamente en su papel y responsabilidad ciudadana. Papel que muchos como la Grisales y otros en Colombia no desean o les quedó grande poner en práctica por seguir sumidos en la ignominia o simplemente por el peligroso desinterés que emanan de su banal vida.
- Predican pero no aplican. Amparo Grisales dice defender ideales democráticos, como la libertad de opinión y reflexión; no obstante ataca a aquellas mujeres que de una u otra forma han ayudado para que precisamente ella también tenga un lugar privilegiado y más ameno en una sociedad machista como esta. Dice defender y respetar, pero cuando se trata de revictimizar lo hace vehementemente en contra de las feministas y comunidad LGBTI.
- Banalización de la vida y la política. La actriz pone de manifiesto unos postulados frente a lo que debería ser para ella lo bueno, lo recto y lo justo. Entre líneas emite que la sociedad debería ser sumisa ante el poder, quedarse callada ante los problemas que le aquejan, que prácticamente debe ser una sociedad silenciosa que no se eduque frente a su dura realidad, sino más bien disfrute de aquellas banalidades que ella dice pregonar o hacer como parte de un estilo de vida. Estilo de vida que en su mayoría los colombianos no podemos tener, gracias de seguro a que nos quedamos soñando el mundo banal e irreal que la actriz y el mundo consumista y artificial nos ha puesto.
En definitiva, Amparo Grisales es una muestra fehaciente de una sociedad colombiana que, descaradamente, sigue sumida en la aversión política, el conformismo, la ignorancia, el desinterés, la banalidad, la adulación, la quejadera, la negación y la permanencia de aquello que nos ha hecho descender a lo que la Azcárate llamaba como los sótanos del infierno. Definitivamente, hoy más que nunca en Colombia necesitamos más Margaritas que erizadas.
