La verdad, hay que ser muy ciego o muy inseguro o muy soberbio para pensar que, con una ley o con una decisión electoral mayoritaria, se puede definir qué tipo de familia es normal, tradicional o aceptable en pleno siglo XXI. Sin duda alguna, las sociedades tienen la obligación de defender los derechos de los niños y niñas y, por ende, se debe legislar, limitar, prohibir y perseguir aquello que atente contra los mismos. Esta obligación, no obstante, no da derecho a que un grupo, -sea religioso, social o ideológico-, imponga a los demás su particular visión acerca de la configuración de la familia. La iniciativa aprobada esta semana en el Senado de la República (por algunos corporados que hace poco pedían a gritos la revocatoria del Congreso) que le da vida a un referendo que tiene como fin limitar los derechos de adopción intenta hacer exactamente eso.
Realmente no hay que hacer ningún gran esfuerzo ni ser un investigador o un académico para reconocer que en esta sociedad existen muchas clases de familias: padre y madre; padre y madre en el registro civil, pero solo uno de ellos en la realidad ; uno solo de los progenitores; abuela o abuelo solos; padre y padre; madre y madre; padre o madre biológicos con otro cónyuge etc. No es posible tampoco, ni de manera empírica ni por medio de estudios, como se ha probado ante las cortes y en las discusiones académicas a nivel mundial, concluir que hay un solo tipo de familia “buena”, o que los menores y demás miembros de un núcleo familiar están más protegidos, mejor educados o podrán tener más posibilidades en su futuro de acuerdo a un modelo determinado. En cada modalidad se observan patrones de buena crianza, valores, respeto y solidaridad, tanto como se presenta el abuso, la violencia y el abandono.
Una familia no es más, pero tampoco menos, que un vínculo y un compromiso de amor, respeto y solidaridad. Ese vínculo es siempre más fuerte que el reconocimiento legal que lo puede acompañar y en ocasiones es incluso más intenso que los lazos biológicos. Querer estandarizar una relación, cambiante, y que ha demostrado a través de siglos y culturas multiplicidad de formas, cada una de ellas con alcances y limitaciones, es un esfuerzo no solo ambicioso sino claramente excluyente. La supuesta defensa de los niños y niñas que impulsa a los puristas de la familia, quienes desconocen la realidad y la coexistencia de múltiples tipos de familias, y cuyos argumentos carecen de sustento científico alguno, tiene que generar dudas y críticas serias.
Concluir que un hombre o una mujer sola, o una pareja del mismo sexo
son incapaces de generar vínculos de amor, respeto, valores,
es un caso de discriminación y violación flagrante al principio de igualdad
Concluir que un hombre o una mujer sola, o que una pareja conformada por personas del mismo sexo son incapaces de generar esos vínculos de amor, respeto, valores y solidaridad, o que en dichas familias el riesgo de violación de los derechos de los menores es mayor, es básicamente un caso de discriminación y una violación, esa si real y flagrante, al principio de la igualdad. Bajo esta lógica el 38 % de los hogares del país, con madres solteras cabeza de familia, serían espacios inseguros para los niños y niñas con menor valor constitucional y legal. ¡Absurdo!
Si, como dijo el exconvicto y ahora pastor (tiene todo el derecho a elegir ese camino), a algunos les gusta hacer y decir lo “cristianamente correcto”… allá ellos, están en su derecho (aunque el Jesús que me enseñaron a mí no era de segmentos, señalamientos ni discriminaciones). Lo que no se puede permitir es que pretendan que todos, sin distinción, concordemos con su visión de familia basada en sus creencias. La democracia liberal permite y protege la coexistencia de diversas cosmovisiones, religiones, ideologías y proyectos de vida. Las minorías no pueden estar sujetas a lo que las mayorías consideran “normal” o tradicional.
Quizás, y una vez salgamos de las familias de los gais, los viudos y los solitarios, el próximo referendo puede preguntarle al constituyente primario si quiere establecer de una vez por todas en las escuelas el curso obligatorio de creacionismo y así desterramos ese embeleco seudocientífico de la evolución. Al fin y al cabo Adán y Eva le llevan miles de años de ventaja a los dibujitos esos de Darwin y es mucho más digno, normal y deseable tenerlos a ellos de familia extendida y no a los sucios y promiscuos primates.
Los niños y niñas merecen amor y acompañamiento. Las creencias son respetables, pero no se imponen. Son opcionales y personales.