Para mediados del siglo pasado, Séptimus, en su columna “La jirafa” publicada en el diario El Heraldo de Barranquilla, planteaba el título con que hemos bautizado esta nota. Su opinión respecto al amor en aquella oportunidad correspondía a que, más que ser una actividad sentimental o afectiva, el amor es una enfermedad del hígado, con aflicciones tan severas en el sujeto que la padece que, el único consuelo es acompañar el desayuno con algo de ruibarbo.
Sin duda, Séptimus no se equivocó. La enfermedad del amor, cuyo nivel de devastación alcanza la categoría de pandemia, ha sido uno de los más grandes padecimientos del ser humano. No es posible determinar cómo se propaga en el ambiente, ni sus formas de transmisión. Basta una mirada o tal vez una sonrisa casual o un brevísimo roce en el autobús para quedar impregnado y contagiado de los pies a la cabeza.
Hay toda una alteración química que perturba el sistema nervioso central. El comportamiento del sujeto infectado de amor cambia casi de inmediato y uno de sus primeros síntomas es el delirio. Ciertos estudiosos de la materia han sido arbitrarios en denominar otro de los síntomas como “mariposas en el estomago”, en realidad, se trata del desarrollo de una amebiasis crónica que produce padecimientos graves como un tipo de estreñimiento melancólico y apasionado que hace al sujeto enamorado retorcerse mientras supura una baba espesa y fosforescente.
Quién ha sido contagiado por la enfermedad del amor es fácil de identificar. Comúnmente su mirada está perdida en el horizonte o agachada en lo más profundo del suelo. Sus movimientos repentinos, bruscos y descoordinados que permiten percibir una locura transitoria. Es un estado de ensoñación que altera los sentidos y la razón. En ocasiones se pierde el apetito o se presenta una aguda disfagia. A veces se reemplaza la comida por hojas, arena o cal que se rasga de las paredes hasta hacerse las uñas sangre ante el desespero incontrolable que genera el amor.
La demencia que produce suele ser en extremo aguda, se manifiestan visiones de hologramas y la percepción de voces, rostros y olores en cualquier espacio o elemento cotidiano. Más de un enfermo de amor ha sido embestido por un carro porque mientras atravesaba la calle se había quedado dormido de amor, pensando en la figura que le generaba su afección. A veces esta demencia suele manifestarse con sonrisas que se escapan sin ningún motivo o lágrimas torrenciales que empapan toda la vestidura del sujeto.
El insomnio es otra de las afecciones que genera la enfermedad del amor, acompañado de fuertes calenturas, calambres, temblores corporales y dificultad para respirar. El corazón aumenta su frecuencia cardiaca y el vértigo agita el mundo del sujeto enamorado. Algunos enfermos de amor terminan cortándose las venas para que la enfermedad salga por fin de toda su sangre. Algunos más radicales se cuelgan ante el desespero y el hormigueo que produce en todo el cuerpo. O toman un raticida para aplacar todo pálpito amoroso.
No hay vacuna para esta afección. Los pocos que han logrado sobrevivir al influjo del amor, terminan siendo víctimas nuevamente de la enfermedad y por algún motivo sus efectos suelen hacer más mella en ellos. El amor más que ser una enfermedad hepática ataca cualquier fibra, órgano, músculo, célula o cualquier pedazo de piel inhóspita.