Hace unos días Carlos Eduardo Caicedo Omar, el exalcalde de Santa Marta que más ha impactado en la vida de los samarios, ya sea de manera positiva o negativa, recibió un duro golpe por parte de la Procuraduría delegada para la moralidad pública en Santa Marta, pues fue inhabilitado por el ente de control para ejercer cargos públicos por 12 años.
En fechas anteriores, el actual alcalde elegido por voto popular, Rafael Martínez, fue sometido a medida de aseguramiento por juez de Control de Garantías, lo que se percibió por la opinión pública como un duro golpe al movimiento político Fuerza Ciudadana.
Las dos cabezas visibles del mencionado frente político han sido disminuidas a tal punto que no podrán tener un papel protagónico en las próximas elecciones regionales en el Magdalena.
Vamos al punto, llevo nueve años viviendo en Santa Marta, llegué cuando iniciaba mi primer semestre de derecho y para ser sinceros la ciudad tenía más aspecto de pueblo con algunos visos citadinos que de una ciudad catalogada como destino turístico de importante rango y con el mote de ser la ciudad más antigua de América.
En definitiva, Santa Marta se asemejaba más a una finca chévere gobernada por dinastías que admiro por su empuje empresarial pero desdeño por su mezquindad política, y esto solo empezó a cambiar cuando el señor Caicedo llegó al poder en el año 2012, pues, aunque nos incomodó con sus calles reventadas por las remodelaciones o la implementación de alcantarillados, construcciones de colegios, de parques, (a veces pensaba que era nacido en Bucaramanga) de complejos habitacionales como ciudad equidad, del parque del agua y de muchas otras obras, lo cierto es que Santa Marta iba cambiando poco a poco, se embellecía, se volvía útil a los ojos y a la logística urbana. Esto hacía que samarios nativos y adoptados como el suscrito diéramos un voto de confianza y nos armáramos de paciencia. Tampoco podemos olvidar los juegos bolivarianos, que si bien tuvieron sus lunares, fueron una perfecta celebración, una fiesta donde el samario se sintió orgulloso de su ciudad, no ya del pueblito costero con algunos visos citadinos.
Pero bueno, ¡el cambio! Porque si fue un cambio, porque negarlo sería matricularse en la actitud más “pendejista posible”, tenía un precio y era la fuerte oposición del establecimiento samario contra el nuevo residente del palacio municipal y su sucesor, era apenas lógico que los atacarían con cuentos de hadas y también con pruebas, si de verdad cometieses un delito contra el erario.
Mi papel aquí es tratar de ser objetivo con lo que está pasando en la ciudad, es tratar de aunque se siente un aire de injusticia y persecución, mirar más allá de los sentimientos de empatía y analizar qué es lo conveniente a este hermoso lugar.
Como primer punto, determino que quien salga escogido para las próximas elecciones como el nuevo alcalde distrital, tiene el listón bien alto, y será muy fácil tachar su administración de mediocre o fantástica, pues los señores de Fuerza Ciudadana sí que supieron demarcar un antes y un después, y dejar en el imaginario popular aquellos apellidos que casi representan un sinónimo de atraso político y económico.
No obstante, los señores de Fuerza Ciudadana también ayudaron a las generaciones más recientes a identificar y casi a rechazar por indigestas, muchas prácticas que son más comunes en ciertas familias políticas, como obligar a sus contratistas fuesen abogados, arquitectos, ingenieros, con especialización o maestría a buscar firmas para x o y iniciativas políticas, y la mayoría no estaban ahí por convicción ideológica, sino por convicción estomacal. Carlos Caicedo también se convirtió en referente de mal trato a sus subalternos, pues eran recurrentes las quejas por sus manifestaciones casi megalómanas, casi al estilo de Benito, a ese que atravesaron con un sable en una plaza.
En este momento surgen cuestionamientos a su persona, a Rafael Martínez y otros funcionarios, cuestionamientos por corrupción que no puedo negar ni afirmar, pues no tengo participación en los respectivos procesos penales y disciplinarios, y sinceramente si cometieron los delitos o las faltas disciplinarias de que se les acusa, pues deben ser condenados, o absueltos si demuestran su inocencia.
No es sano negar que estos dos personajes levantaron la moral y dignidad de Santa Marta, dignidad que sus antecesores nunca conocieron ni les importó dar a conocer a las masas, tampoco es sano desmeritar a los entes de control porque están investigando a ciudadanos afines a nuestros afectos ideológicos o meramente contractuales, pues se evidencia entonces el pobre hilo de justicia que aceptamos en nuestras vidas.
Lo que sí es cierto, conciudadanos, es que votemos por quien votemos, por favor, que no sea por los finqueros electoreros que ya conocemos en esta región, que no sea por alguien cercano a ese jovenzuelo acordeonero que como su tía pasará por la administración regional como un no ser del panorama político, como representantes de una década perdida, de un brillo igual de resplandeciente al uno carbón mojado.
Por favor, tomemos la decisión que queramos, pero ojalá que no sea volver al estancamiento tradicional al que estábamos acostumbrados y que ya casi habíamos olvidado como por arte de un Alzheimer felizmente aceptado.