Amigos y Enemigos

Amigos y Enemigos

Por: Juan Pablo Franco Parra
octubre 02, 2013
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El Proceso de Paz que el Gobierno colombiano adelanta actualmente con los miembros de las FARC ha exhibido con gran claridad la inmadurez y sectarismo que proliferan en la política nacional. Si bien es cierto que nuestro país se ha caracterizado durante sus más de dos siglos de historia republicana por una dogmática e intensa polarización (no sólo en el terreno político, también en el religioso, social, económico…), han sido los recientes diálogos de La Habana el detonante necesario para desnudar, y exhibir con una claridad nunca antes vista, la concepción schmittiana que poseemos de política, a saber: un juego de amigos y enemigos.

Basta con una superficial mirada hacia el pasado para concientizarnos de esta nefasta forma de entender la política. En efecto, la historia colombiana está plagada de ejemplos en los que, debido a nuestro miedo a lo distinto y a nuestra patológica incapacidad de dialogar, simples desacuerdos han dado paso a violentos conflictos que han terminado cobrando las vidas de cientos de miles de nuestros compatriotas. Así pues, incapaces de dar una racional solución a nuestras disputas, hemos optado por dividir arbitrariamente al país en dos bandos: el de los amigos, compuesto por todo aquél que se halle en sintonía con nuestras creencias, y el de enemigos, integrado por aquellos que se oponen a lo que hemos acogido como moralmente bueno, estéticamente bello, políticamente correcto o socialmente aceptable. De este modo, hemos construido un país de contradictores en el que no hay espacio para posiciones intermedias: o se es amigo o se es enemigo; se es liberal o se es conservador; se uribista o se es anti-uribista; se es de izquierda o se es de derecha…

Sin embargo, en lo últimos días el sectarismo de nuestra nación ha llegado a niveles absurdos. El actual Proceso de Paz, antes que unirnos y dar paso a un debate sensato acerca del modelo de país que queremos y nos merecemos, nos ha dividido entre amigos y enemigos de la paz, según se desprende de los pronunciamientos de los defensores del proceso que se lleva a cabo en La Habana; y, por otro lado, entre amigos y enemigos de la justicia, tal y como tercamente sostienen los críticos de la salida negociada al conflicto. Así, dentro de este contexto de posiciones enfrentadas e incapaces de conciliar, una salida racional a nuestro conflicto es, desde mi punto de vista, una simple utopía; un mero sueño.

De nada servirá la desaparición de las guerrillas si mantenemos viva la llama que ha consumido por décadas a nuestro país. En efecto, una paz que no conlleve un cambio radical en lo que entendemos por política será, en el mejor de los casos, una paz inestable y momentánea; una paz que a la menor provocación se tornará en un nuevo y sangriento conflicto. Por esta razón, el verdadero reto que traerá un hipotético posconflicto será el limar las asperezas que por años se han forjado en el país y dar paso a una nueva forma de hacer política que destierre el macartismo y lo sustituya por el dialogo racional. Sólo así, forjando un país de partidarios y disidentes que sustituya el arcaico país de amigos y enemigos, podremos llegar a gozar, finalmente, de la paz duradera que tanto hemos deseado.

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