No voté por Fajardo, y creo que soy un petrista algo recalcitrante —aunque no tanto, al principio de la campaña iba a votar estratégicamente por “el profe”, pero no le digan a nadie—. Sin embargo, esto no me impide encontrar en la Coalición Colombia un singular y valioso aporte a la democracia colombiana. La solidez de su campaña, las curules ganadas en las legislativas y lo destacado de sus personalidades hacen que la tal coalición sea un fenómeno político en el país en la actual coyuntura. Lo que quiere decir que, a largo plazo, y teniendo en cuenta la decisión de Fajardo de decir ni-ni (ni Duque ni Petro), temo por la desaparición de ese grupete, cuyo candidato insistió en proteger en el discurso de su derrota. Es decir, a pesar de mi distancia con los tres mosqueteros de la CoCo, quisiera que duraran más que una ola pasajera y verde, pero creo que su indecisión en segunda vuelta es lo peor que pueden hacer, pensando en el mediano o largo plazo. Me explico.
Uno puede entender que Fajardo, invocando coherencia, insista en su ni-ni después de primera vuelta. Más allá de si tiene sentido posar de coherente después de perder las elecciones por tan poco —con crasos errores que la tal coherencia profundizaría— y de una campaña en donde la educación y la anticorrupción fueron sus banderas principales, cabe pensar que se quiere conservar a un electorado que vio en Fajardo la opción de oponerse a Uribe sin tener que votar por la izquierda. Y en ese sentido Fajardo recoge el sentir de sus votantes: muchos se habrían decepcionado si su crespo del alma se hubiera “polarizado”. Sin embargo, es un craso error de cálculo político pensar que ese electorado se quedará por mucho tiempo con “el profe”. Si en realidad Fajardo quiere proteger la Coalición, debería repensar su tibieza.
Buena parte de los electores que votarán por Duque en segunda después de haber votado por Fajardo en primera no votan por el programa de Fajardo: votan por su imagen y por el lugar ideológico que ocupa. Imagen que el uribismo ha sabido disputar con maestría: juventud, renovación, frescura, buena administración, y despolitización de la política. Hasta aquí, nada nuevo. Es una corriente que se ha venido creciendo en Colombia y el mundo en los últimos lustros, con Mockus a la cabeza en el país, y un Macri destacándose en Latinoamérica. Lo que Fajardo no está calculando es que el cambio de imagen del uribismo con Duque no es una cuestión electoral: es todo un programa a futuro. Hoy salió Pacho Santo a decir que en el Centro Democrático se hablaba de “post-uribismo”: ¿Qué mejor término para definir una “lavada de cara” del uribismo? y ¿qué mejor manera de definir al propio Fajardo? Y esto es un problema para “el profe”, ya que un partido poderosísimo —y probablemente en el gobierno— estaría jugándosela para llegar a colonizar un electorado que era suyo y de Mockus. Al dejar que Duque suba al poder, Fajardo está permitiendo que Uribe se le meta en el rancho. Los votantes que van de Fajardo a Duque, en 4 u 8 años, no volverán: se los habrá arrebatado el uribismo para siempre. Eso por la derecha. En la izquierda, si es que había alguna que lo apoyara, sobre decir que si los ataques rastreros a Petro en las últimas semanas de campaña no habían generado un distanciamiento, ya con el ni-ni para segunda, no habría dudas.
Ahora pensemos en Robledo y el Polo. Ese partido está muy dividido, y la probable insistencia del maestro del ni-ni en no apoyar a Petro podría terminar de partirlo en dos, y sobre todo de generar un merecidísimo recelo en lo electores de izquierda. Es decir, si el Polo no apoya a Petro por seguir con el impulso de la CoCo, perderá la poca credibilidad que le queda como partido. Robledo deberá decidir si sacrifica a su partido para salvar la unidad de la Coalición, o si sacrifica su ego y apoya a su némesis. De cualquier manera, la CoCo pierde: ya sea por la desvalorización del Polo, o por el apoyo a Petro por parte de su tercio amarillo.
Claudia López y el verde: muy mal se verían haciéndole el feo a quien defiende la cuestión ecológica como bandera principal de campaña, para irse con quien tiene una postura floja frente al fracking y quien tiene a Ordoñez, enemigo de los LGBTI, como compañero de campaña. ¿Qué dirá el noble Navarro? ¿Se dejará quitar por López la alcaldía de Bogotá, ya que ella no quedó ni de presidenta, ni de vice, ni de congresista? ¿No tendrá nostalgias “humanas”?
Así, la CoCo se debate entre el desprestigio y la división. Aunque se pueda decir que la diversidad de posturas puede enriquecer el debate y blablablá, la verdad es que un grupo tan recién inventado, con evidentes metas electorales, no creo que resista tales divisiones.
Por el contrario, si Fajardo se inclinara por Petro, podría perder algunos apoyos momentáneos, pero podría ponerlo de presidente y negociar algunos puestos de importancia. Y esto no pensando en cuotas burocráticas, sino en la posibilidad de cogobernar con quien tiene evidentes coincidencias programáticas, pero sobre todo junto a un equipo que tiene un “target” de votantes muy diferente al del “profe”. Es decir, con quien le permitiría afianzarse entre su electorado, quien en poco tiempo le perdonaría el apoyo al “polarizador” Petro, pues desde adentro del gobierno y desde el Congres, se pueden aun marcar las distancias.
Lo invito así, amigo fajardista, a que proteja a Fajardo de Fajardo y vote por Petro; no solo para que mi candidato quede presidente, sino para que el equipo que a usted lo motiva pueda sobrevivir otros 4 años.