Apareció con una melena rubia que llama la atención, la cabeza de medio lado y el dedo índice de la mano derecha apuntando hacia arriba, apretando los labios. Y, gesticulando con aire de estreñimiento, soltó improperios contra la inmigración y contra otros pueblos. Y proclamó “America First”. Y las personas, entonces ya convertidas en masa, entraron en éxtasis.
"America First". Para muchos, este eslogan sonó novedoso, pero ya en 1916 el entonces candidato a la reelección Woodrow Wilson lo usó como lema para defender la no participación en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, influenciado por el hundimiento del barco RMS Lusitania, Estados Unidos terminó entrando al conflicto del lado de la Triple Entente.
Wilson dejó atrás su eslogan de campaña y se involucró a nivel internacional. Propuso, entre otras cosas, la creación de la Sociedad de Naciones como espacio para resolver posibles conflictos entre países a través de la diplomacia y de la cooperación multilateral y así promover la paz. En cambio, el personaje estridente de ahora se retira de espacios multilaterales, desconoce la Corte Penal Internacional, a la vez que va imponiendo “sanciones” unilaterales a diestra y siniestra.
Tras abandonar Wilson el "America First", fue Warren Gamaliel Harding quien lo retomó y rentabilizó políticamente. Ganó en la convención Nacional Republicana y posteriormente se convirtió en el vigésimo noveno presidente de los Estados Unidos. Una de sus principales propuestas fue limitar o prohibir la inmigración. Eran tiempos extraños, raros, confusos.
La economía no se acababa de recuperar de una crisis económica cuando apareció otra mucho más aguda que sacudió a todo el mundo. En Europa aparecían señores que gesticulaban de más, levantaban las manos con furia, sacudían los brazos, golpeaban el atril en donde daban los discursos, se abrazaban a sí mismos, y clamaban y proclamaban la grandeza de la nación. ¡La salvación de la patria!
Poco a poco, las extravagancias de estos señores dieron resultado. Convirtieron a las personas en una masa, en una muchedumbre ciega que, abandonaba el uso de la razón por la histeria y el fanatismo. Con ello, los buenos oficios, la diplomacia, el diálogo y la palabra, fueron dejándose de lado y reemplazándose por el aislamiento, el nacionalismo y la beligerancia, trayendo como consecuencia, la barbarie, el terror y la miseria. Tras arrancar millones de vidas y pasado un tiempo, esta época pasaría a conocerse como el periodo de entreguerras.
Un siglo después, casi con una precisión de reloj suizo, o como si fuésemos Bill Murray en El Día de la Marmota (Groundhog Day), vemos que personajes y hechos parece que se repiten, aunque con un intervalo de tiempo mayor. Los gestos extravagantes que hacen referencia a armas y odio, y el discurso en contra de todos y exaltando la nación, vuelve a embriagar a algunos. En el norte del continente americano hay un personaje de estos en el sillón presidencial. En el sur, otro histrión fanático del nacionalismo busca ganar la elección.
Teniendo en cuenta el actual panorama internacional, si a la ya compleja corte le sumamos un nuevo bufón, es probable que la amarga historia del siglo pasado por estas fechas se repita.
Ojalá esto no sea más que una absurda premonición y volvamos a la senda del progreso y la razón.