Después de ver los nefastos estragos que ha dejado el COVID-19 en la región, hoy más que nunca retumba en mi cabeza con fuerza aquella frase de una canción de calle 13: “Soy América Latina, un pueblo sin piernas, pero que camina”.
En principio, todo sucedía en un escenario muy alejado de nuestra realidad. Cuando recién empezaba a brotar el virus en Huwan, una ciudad china de la que poco sabemos e incluso a veces se nos dificulta pronunciar. La idea de que el Sars-CoV2 llegará a nuestros países era una idea poco posible.
Inicialmente en diferentes medios internacionales se dijo que la posibilidad de que el virus llegara a América Latina era baja por los climas tropicales tan característicos de los países que la conforman.
Pero de pronto, y como se dice comúnmente “en un abrir y cerrar de ojos” se empezaron a registrar los primeros casos positivos de COVID-19 en la región. El primer caso se registró en Brasil el 26 de febrero y a partir de ahí se reportaron también los primeros casos en los países vecinos. Poco a poco en los titulares de prensa se iba cubriendo esta realidad: se confirma el primer caso en Colombia, se confirma el primer caso en Chile, Argentina, Venezuela, Ecuador y así sucesivamente.
Fue así como la pandemia nos cogió con nuestras profundas desigualdades, nuestras deudas sociales históricas y nos volcó la vida. Los ojos centrados en Europa veían con terror como morían miles de personas en Italia y en España, mientras los gobiernos decretaban como medida extraordinaria el aislamiento preventivo en todo el territorio nacional.
Todo se detenía, la vida tomaba un suspiro. Las calles de las ciudades turísticas más visitadas de Italia se volvían vacías, las aguas de los canales de Venecia se volvían claras y cristalinas, y desde América Latina se estaba a la expectativa. Realmente a nivel mundial nunca estuvimos preparados para enfrentar esto, pero en esta región lo estuvimos mucho menos.
Con economías emergentes, altos números de desempleo, inestabilidad política, presidentes incompetentes y grandes problemáticas sociales recibimos la pandemia en América Latina. Todas las características de nuestra región nos dejaban ante un panorama desalentador, como en el que de costumbre iban a perder los menos favorecidos, los más pobres y desprotegidos.
Fue una vana ilusión creer que podíamos hacer un confinamiento como en Europa. Ahora nos vemos en la difícil encrucijada de escoger entre la protección de la vida, para evitar el contagio y así el colapso de los precarios sistemas de salud de la región, o la reapertura de la economía nacional, para evitar que falte en miles de hogares la alimentación diaria.
Los nefastos resultados de un mal manejo de la crisis sanitaria no se hicieron esperar y ahora Latinoamérica se sitúa como el epicentro del Sars-Cov-2 a nivel mundial. El aumento de casos y muertes continúa siendo exponencial y preocupan especialmente los casos de Brasil, que actualmente supera los tres millones de casos confirmados, México, con más de cuatrocientos ochenta y cinco mil, y Perú, con más de cuatrocientos ochenta y tres mil.
La ineptitud de los gobiernos también ha sido muy característica en la región. Mientras Bolsonaro minimizaba los efectos del virus llamándolo “gripa”, el presidente de México, López Obrador, se encomendaba a las estampitas de la virgen de Guadalupe, ambos ejemplos (que no son los únicos) son muestras latentes de que América Latina continua siendo una región agreste, que ha sido saqueada durante años. Y aún, después de tanto sigue buscando un suspiro para sobrevivir.