Desde Buenos Aires,
Fue inevitable y profundamente ensordecedor el silencio que rodeó las plazas, los bares, las almas. La sangre se heló. A este otoño se unieron las miradas bajas, los sentimientos desconcertantes. Argentina era subcampeona del mundo y del otro lado, en otro continente otros se hacían campeones. El cielo celeste palpitó arriba y todo desde muy temprano auguraba una linda victoria, una victoria que esta vez no pudo ser.
El sueño de un país, de un continente se hizo sentir desde las primeras horas. Las vuvuzelas retumbaban y el celeste y blanco vistió la capital argentina. Todos soñaron, desde el más chico hasta el más grande. Los cantos se escucharon por días y la soledad fue para muchas calles en Buenos Aires un denominador común: muchos no lo dudaron, empacaron y se fueron. Esta vez se valía más que nunca soñar.
El alma sureña y más que nunca latinoamericana también me embargó y siendo colombiana, me sentí parte de esa ola celeste que creía. Una ola celeste a la que me sumé porque me siento parte de esta región y porque celebro tantas cosas lindas que pasan en este país tan generoso, en esta linda Argentina, que no solo soñó, sino que nos permite a tantos soñar.
Confieso no saber nada de fútbol, pero haberme emocionado con mi selección tricolor, con un James luchador y luego trasladar toda mi energía y buena onda para un Mascherano único. Un Mascherano que recuperaba no solo un balón, sino una esperanza, con un Messi que jugaba con la presión de ser el mejor. Al final fue humano y eso para mí es más que valioso.
Son escasas las palabras para lo que se siente ahora. No soy argentina, pero hoy me sumé a esos 40 millones de almas que alentaron hasta lo último. Hoy alenté a once hombres, pero también a un país que nos invita a soñar en bloque, a soñar juntos.
Qué lindo habría sido alentar de verdad todos, en bloque a los nuestros. Qué lindo habría sido que Colombia y su gente dejara atrás los estereotipos y esta vez hubiera alentando unánimemente al país conosureño. A un país que nos recibe sin visas, que nos recibe como hermanos, un país en el que la educación ni la salud es un negocio y donde los genocidas son señalados, no andan campantes.
Qué lindo sería hacer memoria y como escribió una amiga “Ver la historia común de nuestros territorios”, qué lindo habría sido dejar de reforzar esas tristes divisiones que nos hacen más débiles y por las cuales el “Sueño de una América Latina unida parece imposible”. Pero creo en un final diferente, creo que somos algunos, no sé cuantos los que creemos en esto, en esto que desde países andinos y conosureños llaman la Patria Grande. Creo en una región diferente: un Brasil que no ignore su realidad y la atienda, una Colombia menos dividida… una Argentina con mandatarios que sean coherentes con su discurso.
Al final, el fútbol nos permitió soñar, vuelvo a incluirme a mí y a unos tantos que creemos en las buenas cosas que aún pasan en esta tierra, en Argentina, en América Latina, en este “Pueblo sin piernas, pero que camina”, como lo recita Calle 13.