“América primero” no sea crea que es simplemente un eslogan utilizado en las campañas electorales para inflamar el patriotismo de los votantes. Es, por el contrario, la expresión más condensada y al mismo tiempo más auténtica del principio que guía desde siempre la política de los gobernantes de los Estados Unidos de América. Que para hacerlo realidad en cada momento están dispuesto a hacer lo que sea, incluido faltar a la palabra dada, romper compromisos o dejar en la estacada a aliados y subalternos. Como dejaron a Francia cuando convencieron a Australia que anular un contrato de compra de submarinos galos valorada en 9.800 millones de dólares. O como acaban de hacerle a su pupilo Juan Guaidó, a quien dejaron con un palmo de narices con el envío a Caracas el pasado 5 de marzo de una misión de alto nivel con el fin de entrevistarse con Nicolás Maduro, sin ignorar que con dicha entrevista le reconocían de hecho como el gobernante del hermano país. A Maduro le han negado obstinadamente la legitimidad sin conseguir por ello anular el hecho de que es él y no Guaidó quien efectivamente manda en Venezuela. Que James Story - que es oficialmente el embajador de los Estados Unidos en Venezuela - tenga su oficina en Bogotá y no en Caracas pertenece por derecho propio a la historia universal del disparate.
La versión oficial afirma que el propósito de la citada misión - encabezada por Juan González, responsable en el Consejo de Seguridad Nacional de los Asuntos del Hemisferio Occidental – no fue otro que el pedir al gobierno venezolano la reapertura de los diálogos de México con la oposición radical, la realización de elecciones “libres y justas”, la liberación de los ciudadanos norteamericanos presos y la condena pública por Venezuela de la invasión de Ucrania por Rusia. Pero en realidad de lo que se trató fue ofrecer a cambio un levantamiento parcial de las sanciones que permita de nuevo la exportación de petróleo venezolano.
Una oferta que seguro ni se habría pasado por la cabeza a Biden si no fuera porque dos semanas antes no le hubiera impuesto a Rusia una impresionante batería de sanciones que incluye el bloqueo de las exportaciones de su petróleo, estimadas en 10 millones de barriles diarios. Un volumen impresionante que a corto y a mediano plazo no puede ser reemplazo, tal y como advirtió ayer un vocero de los emiratos árabes, y cuya interrupción ha disparado los precios del petróleo y sus derivados en el mercado mundial. Y en el de Estados Unidos, obviamente: el litro de gasolina que el 13 de diciembre del año pasado costaba allí 96 centavos de dólar hoy cuesta un dólar con veinticuatro centavos, un incremento exponencial que golpea directamente al consumidor norteamericano ya suficientemente agraviado por una tasa de inflación que ha pasado del 1,7 % en febrero de 2021 a 7,9 % del mes de febrero de este año. Estos golpes demoledores al bolsillo de los ciudadanos norteamericanos de seguro van a influir en su conducta electoral, debilitando aún más las posibilidades ya escasas de que los demócratas ganen las elecciones parlamentarias de noviembre de este mismo año. Y todavía más si la guerra en Ucrania se eterniza.
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Colombia tiene que sacar una enseñanza de este episodio que no puede seguir sacrificando sus legítimos intereses en aras de mantener la ficción de que Guaidó es el presidente de Venezuela
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Colombia tiene que sacar una enseñanza de este episodio que no puede ser otra de que no puede seguir sacrificando sus legítimos intereses nacionales en aras de mantener la ficción de que Juan Guaidó es el presidente de Venezuela. Ni lo es actualmente ni probablemente lo sea nunca. El presidente es Nicolás Maduro, con independencia de lo que opinen tantos compatriotas influidos por unos medios que desde siempre le han sido hostiles, y lo que debe hacer nuestro gobierno es reconocer el hecho, restablecer de inmediato las relaciones diplomáticas con él y acordar el intercambio de embajadores. Y tomar estas decisiones en beneficio del restablecimiento de los intercambios comerciales entre ambos países que en el pasado fueron tan fructíferos y cuya traumática interrupción no ha hecho más que perjudicarnos.