Las paradojas y casualidades de la vida me pondrían en el momento más triste de la historia escarlata. Aquel día con algunos ahorros me dispuse hacia la ciudad de Cali con la máxima ilusión de que ese iba a ser el anhelado momento del renacer de los diablos rojos, la noche era cálida en el Pascual pero nuestros corazones quedaron fríos con el balón en el palo del Tigre Castillo y nuestras almas se desboronaron con el gol de cierto ex arquero americano. Como una sorpresa advertida, una puñalada al propio corazón se impondría sobre la cancha, en medio de la zozobra, el llanto y la violencia pensé que nada más importaba, el equipo que amaba me traicionaba, nos estrellábamos contra el piso consumando todo lo malo que habíamos cargado durante tantos años, la tristeza y humillación nos nublo mientras el resto de país celebraba nuestra tragedia, como un portador de la desgracia esa noche nos fuimos a la B.
Tuvo que pasar algunas semanas para volver a sonreír, en medio de la neblina nos cargamos con una consigna de auto aliento que posteriormente se volvería en un incentivo de sufrimiento, volveremos a primera dijimos todos confiados, arroyaríamos en la B y regresaríamos flamantes a primera división, a nadie se le paso por la cabeza lo que nos depararía los siguientes cinco años, el sufrimiento eterno que se iba profundizando con cada nuevo fracaso, con cada revés inesperado y con cada ilusión destruida; este ya no es mi América esgrimí un sin número de veces, pero aferrado a una grandeza pasada, al amor ciego, al gusto por el futbol, cada nuevo partido se convertía en una oportunidad de volver a empezar, nos costaba mucho arrancar.
Cinco años que futbolísticamente se caracterizan por la irregularidad, la falta de jerarquía, planteles desequilibrados y mala suerte. La hinchada acostumbrada en algún tiempo a las mejores escuadras, a las mejores canchas, a los mejores clásicos, se encontraba ahora con nominas mediocres, remedos de futuros futbolistas y glorias en decadencia. Por nuestra camiseta paso una amplia cantidad de paquetes, un sinnúmero de jugadores extranjeros de los que solo tengo buen recuerdo de Lalinde, Schenone, y Viera y un no menor grupo de técnicos entre nacionales, ídolos y desconocidos donde el resultado sería similar para todos: el fracaso.
El equipo conoció todo tipo de potreros a los que les llaman estadios, los clásicos pasaron de ser Nacional y Millonarios a Pereira y Bucaramanga y nuestro querido deportivo Cali se convertiría en un lamentable Súper Depor. Posterior al primer semestre donde nos consagramos campeones pasaron cuatro años sin mostrar la gran cosa, en medio del infierno infinito nos vimos superados por todo tipo de equipos que se codearon con el América de tú a tú, que incluso lo arrollaron futbolísticamente como si no hubiera una historia, una hinchada y un reconocimiento que los diferenciada.
Y mientras pasábamos semejantes derrotas nuestros rivales no hicieron más que lucrarse y llenarse de títulos desde la lejana primera división; los equipos capitalinos con décadas de amargura empezaron a salir campeones e incluso los cardenales dieron el salto a nivel continental; el título del vecino no logro impulsar el ascenso rojo que cada vez parecía más amañado en la segunda división, y Nacional, aquel rival predilecto en los años noventa, en nuestra ausencia levantaba 5 estrellas con las que nos dejó botados en la tabla de títulos, como si fuera poco alcanzo por segunda vez la gloria continental, esa frustración e ilusión que permanece intacta en la retina del hincha americano.
Pero había que volcar la historia, no nos podíamos quedar en el fango para siempre. Después de una cuestionada dirigencia con un rotundo éxito en lo administrativo pero desastrosa en lo deportivo llego el momento de volver a creer, el renacimiento que esperaba años atrás vino desde la sumergida B: democratización, pago de pasivos, adiós lista Clinton y nuevos patrocinios. La llegada de Tulio Gomez en el 2016 a la presidencia revoluciono la institución, la dirigencia le aposto todo al ascenso por medio de una gerencia deportiva con experiencia, una nómina renovada y llena de categoría y la dirección técnica de Hernán Torres quien sería el nuevo gran faro de la ilusión escarlata.
Y el principio de temporada no sería nada fácil, los miedos y las dudas seguían presentes, tocaba remontar el mal primer semestre y no se lograba la contundencia que se esperaba, los inconformismos en la tribuna no se hacían esperar. Poco a poco sin darnos cuenta el equipo había ganado cierta imbatibilidad, nos montamos en la segunda posición la cual no soltaríamos hasta finales del torneo, teníamos el mejor cierre de temporada y aunque se nos escaparon algunos puntos, estábamos invictos y llegábamos con una fuerza a los cuadrangulares finales que no se veía desde el primer semestre del 2012
Nuevamente el inicio sería amargo en la etapa final, desde el sorteo volvieron los miedos conspiracioncitas, no voy a desacreditarlos porque realmente dudo de la transparencia del futbol colombiano, nos aferramos a nuestro futbol, por todo y contra todos, era claro que no se nos iba a regalar nada. Y en la primera batalla decisiva pecamos nuevamente ante la presión, el instante repetido donde el equipo se achicaba cuando la historia le exigía imponerse, se vislumbraba un noviembre gris como el de los años anteriores, nuestro futbol nos traicionaba en ese lánguido partido contra el Quindío, Bejarano revivía a los fantasmas de Tardelis, Dairin y Largacha, todos nos tomamos la cabeza con resignación porque no encontrábamos explicación, la historia se repetía.
Pero ante la exigencia de una hinchada que clamaba basta ya, no más cuentos, no me jodas América, afloraría la ilusión con los siguientes tres encuentros, saldría a la cancha un equipo avasallante que desplazo con futbol la impaciencia y el pesimismo, que por medio del juego creció en jerarquía y contundencia, el optimismo no era solo cuestión de corazón y resultados, este era el América que tanto habíamos estado esperando, no había héroes ni mesías la magia estaba en el equipo.
Tras un pequeño traspié en mi ciudad de Popayán, por fin llego la tarde soñada, aquella que tantas veces habíamos imaginado a lo largo de 5 años de sufrimientos y desilusiones, la fortuna nos buscaba a casa para curar la desgracia que nos había cubierto durante media década, el Pascual seria el lugar donde la dignidad y el trabajo se impondrían para el renacer de la grandeza. No recuerdo haber vivido un partido con tanta angustia, el equipo en la cancha era el de siempre pero al frente había un rival dispuesto aguar la fiesta escarlata, nuestros dos alfiles del gol nos ponían adelante en el marcador, Martinez Borja y el Tecla Farias aparecían en el momento que la historia les reclamaba, el error de Mosquera no nos arruinaría hoy; segundo periodo de manejo del partido, mucha roce y pérdida de tiempo, no era un equipo vistoso, pero si el que se necesitaba en el momento.
Y entonces llego el pitido final, un sonido que marcaba el fin de una época. Las puertas abiertas a este bello infierno estallaron, la majestuosidad sublime y retumbante de una hinchada que nunca abandono no se hizo esperar, el anhelado abrazo entre americanos llego y con ello las lágrimas que aún no logro explicar, no era felicidad ni tristeza, era la liberación de la presión y el dolor acumulado, la ira por celebrar ascensos en vez de títulos y la dicha por terminar tan dolido periodo. De nuestras gargantas afloro aquella palabra que nos fue tan esquiva, el grito de guerra para que los demás tengan presentes nuestra existencia, la intensidad de esta pasión y la dignidad que nunca nos abandonó: ASCENDIMOS!
Pocas veces recuerdo haber sido tan feliz, algunas heridas como hincha siguen abiertas, pero al menos hoy, podemos decir, que la época de amargura acabo y que estamos listos para seguir sonriendo, la alegría ya viene.