Estos días han sido bastante movidos en la “política” colombiana, se ve de todo, cual último día de feria, pues se están eligiendo los candidatos por los partidos políticos para las próximas elecciones. Los colores políticos comienzan a mezclarse y el resultado va tomando un tinte turbio, que después de tantas mezclas, se puede tornar oscuro.
Nuestro país se mueve en este momento en un ambiente bastante confuso por varias razones: la primera es la crisis de la justicia que nos lleva a la siguiente la pregunta ¿cuándo no ha estado en crisis? Solo ahora que altos representantes de las cortes han sido delatados por quienes fueron capturados por corruptos, sale el tema a flote, y como buen país mediático: los políticos, el gobierno y las universidades salen a cuestionar la ética de estos “personajes”; la segunda tiene que ver con el proceso de paz, pues al parecer no se está cumpliendo con los tiempos pactados y ya comenzaron a volver a movilizarse algunos inconformes de la guerrilla. Otro aspecto tiene que ver con el paro de una aerolínea en la que nos han hecho creer que es un servicio público esencial, cuando en realidad no lo es. Lo que sí queda claro es que se trata de un monopolio defendido de madera descarada por el Gobierno Nacional.
Pero no nos desviemos del tema, los actores de esta novela, que finaliza el próximo año con la elección del nuevo presidente, empezaron a generar ese ambiente desagradable que los caracteriza y que lleva a los potenciales electores a abstenerse de votar. Los vemos haciendo lobby, buscando la sombra que mejor les cobije, no importa si se hacen llamar de derecha, centro o izquierda; si son amarillo, azul, rojo, verde o cualquier otro color. Lo importante para ellos es quedar en el poder, ya que a partir de ese momento también se habrá elegido a quienes toman las decisiones en el legislativo. Luego de eso empezará el alzhéimer de estos pillos, olvidando las promesas hechas al pueblo incauto que los eligió y repartiendo sus cuotas burocráticas para poder hacer lo que a ellos se les dé la gana en sus regiones, irradiando a todo el país con su actuar.
El pueblo que cuenta con los recursos constitucionales para hacer valer sus derechos no lo hace por la simple razón de que ya conoce qué va a pasar cuando hagan sus reclamaciones, ¡nada! Y entonces, cómo podríamos llamar a esos políticos que carecen de ideología entendida esta como las “ideas y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente referidas a la conducta social humana”.
Estas ideologías “describen y postulan modos de actuar sobre la realidad colectiva, ya sea sobre el sistema general de la sociedad o en uno o varios de sus sistemas específicos, como son el económico, social, científico-tecnológico, político, cultural, moral, religioso, medioambiental u otros relacionados al bien común”, y este último concepto, bien común, debería ser el principio que los rige, pues temas candentes como: la paz, la vida digna, la salud, la educación, el trabajo, el trasporte, las vías de comunicación, el derecho individual y colectivo, la migración, la seguridad y no menos importante el manejo coherente de la economía nacional, son de vital importancia.
¿Entonces los podríamos llamar ambiguos acaso? El problema es que esa ambigüedad se ve reflejada en el país: obras inconclusas, servicio de salud deprimente, educación de mala calidad, desempleo, en otras palabras, inseguridad en todos los aspectos.
Todos esos temas, por el contrario, deberían ser considerados en la agenda de estas personas como prioridad y no como un discurso superfluo electoral, empañado por el show mediático para captar electores, por consiguiente, a esas malas prácticas que no guardan relación con el bien común, son reprochables.
El discurso debe ser coherente, que muestre lo que no se ha hecho en gobiernos pasados, y lo que en realidad se pude hacer en el gobierno venidero. Esa ambigüedad ideológica no deja que el elector identifique con claridad cuál es el terreno que está tocando con el candidato X, Y o Z, pues lo ha visto militando en diferentes colores y por ende sin una ideología clara.
El elector trata de entender si la doble militancia (que no es otra cosa que estar vinculado con un partido o movimiento político, participar en sus procesos internos y finalmente aceptar ser nominado a nombre de otro sector político) es para hacer realmente un cambio o por el contrario es para perpetuarse en el poder y quitarles la posibilidad a personas que en realidad quieren hacer patria y desean llegar al gobierno por la vía democrática; lo interesante es que esa práctica disfrazada con el nombre de coalición está tipificada como un delito, pero ¿quién hace que se cumpla la ley?
Cuando hablamos de ideologías existen puntos de encuentro entre algunos partidos, pero esto no los puede llevar a creer que coinciden en todo. Por lo tanto, una coalición entre partidos de diferentes corrientes ideológicas no encajaría con un plan de gobierno apropiado y en algún momento llegaría a inclinarse por algunas de las partes, “por lo general la más fuerte”, izquierda, derecha o centro.
No nos engañemos, pues ya lo hemos vivido en otras oportunidades y el resultado solo ha beneficiado a unos pocos que han logrado perpetuarse en el poder y posteriormente a sus familiares, una especie de nepotismo disfrazado y esto, por su puesto perjudicando al país. El ejemplo más claro lo tenemos con el pacto del “Frente nacional” entre conservadores y liberales liderados en su momento por Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo. Este pacto terminó catapultando al país en un mar de sangre con la aparición de los grupos insurgentes. No nos digamos mentiras, hay que votar, no por una persona, sino por un país que necesita un verdadero líder que lo convierta en un modelo a seguir en la región y en el mundo.