Es sabido, desde 2012 en su fase pública, que el Acuerdo para una Paz Estable y Duradera conversado y firmado entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, no sería implementado tal cual como se presentaba en el documento y la sospecha se hizo más certera en las dilataciones de la Firma del Acuerdo Final y en los patéticos y muy pusilánimes resultados del plebiscito del 2 de octubre.
Actualmente, asistimos de manera afirmativa a esta comprobación, sin mayor sorpresa y muy acostumbrados al “modus operandi” de una nación (ficción) y unos ciudadanos (ficción) fatigados, conformistas, corruptos y en muy buen grado, esquizofrénicos. Sabido es, que en este territorio contamos con magníficos escritores de literatura, cuento, novela, crónica, pero muy especialmente de jurisprudencia y normativas que distan años luz de la realidad-real-concreta cotidiana de los colombianos.
Esta realidad no dista de las comunidades: soñamos constantemente con que a mayores niveles de consumo y menores horas de actividad y trabajo, nos darán bienestar y calidad de vida entonces, sostenemos actividades etno y eco turísticas en desmedro de nuestras culturas, actividades agropecuarias como el café, la ganadería o la siembra de forrajes y de agrocombustibles que hacen de la dependencia económica y del ecocidio colectivo, el estándar del campesino, el indígena campesinizado y el indígena colombiano.
En Colombia, el basamento y amalgama de ‘nuestra cultura’, si ello existiera, es la mezcla exótica de falta de creatividad, pereza y dinero rápido. El resultado de esto ha sido una población con un generalizado complejo de orfandad que la expulsa en todas sus versiones, género, clase, pertenencia, status, a la más soberbia humillación. Somos una población multivariablemente pobre y soberbia.
La orilla de las comunidades, de los territorios y de las poblaciones locales ha estado minada y dinamizada por los constantes sueños frustrados, que además de arrebatar a grandes personas de nuestros movimientos sociales y organizaciones, nos ha arrebatado las ganas de vivir, y nos tiene en la ensoñación de un suicido colectivo en el que el laisses-faizer se impone impune.
La orilla de las Organizaciones y los Acompañamientos No Gubernamentales, además de sufrir la misma monetarización de sus economías profesionales, está voluntariamente secuestrada por el marco lógico de proyectos, la prestación de servicios y el ánimo cortoplacista de la mentirosa “Acción sin daño”. Se encuentra uno allí buenas gentes, atadas de pies, manos y conciencia, acompañando tímidamente este funeral territorial, en la aventura de los posacuerdos.
De los cauces gubernamentales, políticos y económicos que desangran el territorio nacional, se ha hablado bastante en los textos de aula y campus, pues de estos sí podemos hablar desde fuentes secundarias. También son estos dominantes, personas multivariablemente pobres y soberbias, sólo que en ellas, su capacidad de corrupción tiene reflejos financieros y económicos seductoramente crueles.
Pululan informes, estudios de caso, encuestasw sectoriales, coeficientes, indicadores, presentaciones, monografías, tesis, artículos, investigaciones, libros, sobre la situación actual, sus causas y posibles consecuencias y a pesar de que ello en territorio, nos brinda una información valiosísima de la estructura que aquí no alcanzamos a ver, no nos es ssuficiente.
Desde territorio, replicamos también las técnicas y tecnologías que los movimientos alternativos proponen para ‘administrar’ la crisis ambiental y ética de nuestra civilización, consiguiendo resultados numéricamente mínimos y anímicamente fortalecedores. Tampoco nos es suficiente, pues hablamos de territorios a más de ocho horas del Virreinato de Santafé, a un 50% de escolarización, a un 80-90% de conectividad a internet, de años luz de leer.
Todos, en la trampa civilizatoria, hemos sido secuestrados y esclavizados por los estándares de calidad, medición y competencia. Todos somos dependientes de nuestras monoactividades laborales y una buena parte de la población colombiana, estamos asumidos en la monetarización de nuestras economías.
Todos, en la trampa política, estamos pensando que el posconflicto estará reglamentado dulce y sinceramente por lo que se encuentra en los Acuerdos para una Paz Estable y Duradera; que del papel el verbo se hará carne y que nos es propio ser observadores de la construcción de la Colombia Nueva o la Nueva Colombia, según sea la versión.
A pesar de ello, todos sabemos que las situaciones y circunstancias de los territorios anegados en la priorización del posconflicto, se están tornando pardas y que la mano invisible de laisses-faizer ha encontrado una muy voluntariosa compañía en la Mano Negra, que ya no es una estructura, sino una manera de pensar ampliamente interiorizada en nuestra población.
Por esto y más, nos urge y nos incumbe, hacernos cargo de nuestras vidas y de los lugares que nos permiten mantenernos en esta condición (cuerpo, territorio, continente, planeta). Nos urge asumir, como campesinos, indígenas, académicos y ambientalistas, una postura comprometida con la vida, esto es, una manera de ser y estar que sirva al propósito ambiental, de cuidar de nuestra salud, de nuestra vida y del hogar del que somos huéspedes.
Nos urge traer los textos al con-texto, porque entonces, estaremos realmente acompañados y cercanos a la realidad. Nos urge pensar de manera más sensible, más razonable, más pragmática. Nos urge pensar-nos juntos las estrategias con las que habitaremos la Tierra y con las que administraremos la crisis ambiental actual. Nos urge aprender-nos, nos urge recrear-nos, experimentar-nos. Nos urge salir a la aventura de vivir, de aprender, de corregir, de tomar decisiones sobre nuestra vida y sobre los lugares-hogares que ocupamos.
Nos urge, sí, la transferencia de conocimientos y la asistencia técnica; más que eso, nos urge aprender atenta y poéticamente a cuidar-nos y a cuidar nuestra Casa Común.
Nos urge, sí, la llegada de la bioconstrucción, la agroecología, los sistemas de adaptación al cambio climático; más que eso nos urge no idealizar al campesino y el indígena y poner esas soluciones en territorio, en la selva amazónica, como en los páramos, pues la medicina no se cobra en cursos cortos de técnicas y tecnologías, pues la medicina y la cosmética ambientalista no están exclusivamente en el pensamiento urbano.
Nos urge asumirnos y dejar de lado nuestro complejo de orfandad: Trabajo útil para nosotros.
Nos urge luchar por nuestros hogares y lugares: Trabajo útil para nosotros.
Nos urge construir y re-crear nuestros territorios, duramente afectados por la perpetua guerra civil colombiana: Trabajo útil para todos.
Nos urge saber la verdad para que esta nos lleve a la justicia y la reconciliación: Trabajo útil para todos.
Nos urge volver al campo y ser útiles.
Nos urge cuidar valiente y sinceramente nuestro ambiente, nuestro Gran Hogar: trabajo útil para todos.
Nos urge reconocernos como hijos de un mismo suelo, maderas de una misma llama, como miembros de un mismo pueblo.
Nos urge que cese la emergencia de ejércitos irregulares; ante todo nos urge, desestructurar nuestro pensamiento paramilitar.
Nos urge alimentarnos con alimentos sanos. Nos urge también cultivar más y mejores alimentos espirituales, pues de no recuperar la sacralidad de nuestras técnicas, nuestros métodos, nuestras cosméticas, nuestros lugares, estamos condenados al suicidio colectivo en el que nos mantenemos vivos.
Nos urge amar poéticamente, la vida y la tierra.
Nos urge amar y actuar.
Nos urge amar.