Empezando el primer semestre del año, Juan David Zanabria tenía proyectada una agenda de actividades para un mes. Desde que había fundado en 2006 la compañía Ambares, una iniciativa artística que logró congregar a 40 personas, entre bailarines y músicos, para fundirse en diversas posibilidades de espectáculos en vivo, no se había detenido. Avanzaba al ritmo de presentaciones por Bogotá y otras ciudades, para empresas, eventos sociales y casas de banquetes. El futuro se veía prometedor, por lo que otras ideas bailaban ya en su mente.
Semanalmente y casi de manera religiosa, los lunes, miércoles y viernes los ensayos extraían el sudor creativo de los cuerpos que allí se fundían como en un culto a Apolo. La música envolvía el área de una cancha de basketball en Fontibón, provocando el entusiasmo y movimiento corporal de sus participantes, hombres y mujeres entre los 16 y 27 años de edad. Ritmos del pacífico y del centro-oriente del país al son de tambores e instrumentos de viento revelaban lo mejor de aquellas caderas llenas de alegre vitalidad. Cada fin de semana cumplían profesionalmente múltiples eventos en escenarios distintos y reconocidos.
Los rumores y las informaciones de la llegada de un visitante invisible e inesperado al país, proveniente de China, invadieron la vida de esta compañía como a la de toda actividad productiva y creativa. Todos y cada uno de los miembros de Ambares en un abrir y cerrar de ojos enfrentaron la nueva realidad aquel viernes 20 de marzo. Sin embargo, creyeron como la mayoría, que solo sería cuestión de un fin de semana y que, a lo sumo, se prolongaría por una semana más. No obstante, la realidad fue que el COVID-19 los confinó como a cualquier colombiano, por tiempo indefinido.
La rutina se alteró abruptamente para dar paso a nuevos hábitos y menos movimiento, algo muy ajeno a sus vidas. A cambio, el tiempo, el miedo y la incertidumbre salieron a bailar en paso lento, marcado por la ansiedad en cada uno. “Nos chateabamos dándonos ánimo, pero empezamos a preocuparnos por la falta de plata, y ya nos habían cancelado todo lo que estaba programado de marzo y abril” cuenta Juan David.
Con el transcurso de los días y semanas, la presión de aquel encierro sin alternativas fue en aumento sobre todos, pero en lugar de amilanar a Juan David y a su novia Paola Andrea Visbal —bailarina y abogada recién egresada de la Universidad Libre—, segunda cabeza de esta empresa, lo que hizo fue empujarlos a hacer algo atrevido. Lo que más les alentó fue ver en televisión cómo grupos de parranda vallenata y mariachis empezaban a salir a tocar en las calles. Eso impulsó su inquietud y determinación por reactivar motores.
Comenzando la primera semana de junio y producto de lograr consenso vía chat, se concretó la decisión. Con más energía que nunca, no sin temor y duda ante un panorama sombrío, lo hicieron. Empezaron un peregrinaje musical, sectorizado e intuitivo por conjuntos residenciales de la localidad de Fontibón. En su primer día, Paola, calculó con igual optimismo que el de Juan David, un recaudo probable de $30.000 a $50.000 pesos, pensando en la eventual respuesta del bolsillo de aquel misterioso público.
La sorpresa fue grande y grata, pues aquel primer día recaudaron $800.000 pesos. Lloraron de emoción, contando ese inesperado y sudado resultado. No se lo creían. Fue así que empezó el que denominaron con cierto humor negro el “Tour Covid 2020”.
Esa primera batalla contra la adversidad generalizada no estuvo tampoco exenta de nuevos desafíos. Pronto se encontraron que había abundante oferta en solistas, dúos, tríos y cuartetos con notas comunes. Del género carranga pasaron a la música costeña, pero veían que rutinas y estilos empezaron a ser recurrentes. Fue entonces que pensaron en distinguirse por algo más, decidieron una nueva puesta en escena. Incorporaron bailarines, buena coreografía, vestidos y ritmos colombianos. Nuevamente se anotaron una ola de favor entre ese público, que ahora les aplaudía desde las ventanas de pisos altos y bajos. La recompensa desde entonces llega por los aires en bolsas y con la fuerza de la gravedad, a mayores pesos mayor velocidad.
Paola y Juan David pronto observaron que el entusiasmo y el aplauso podía ser igual de agradecido, más no así la denominación de los billetes y monedas que caen de lo alto o pasan a través de rejas. Por eso, su instinto de supervivencia los fue moviendo a las áreas de conjuntos de los estratos medios-altos. Igualmente, notaron que a mayor presencia de bailarines más público y mejor respuesta; advirtieron también que los viernes, sábados y domingos son los mejores días. Por ello, los fines de semana se integran seis parejas en lugar de tres como funciona entre semana.
Por estos días, de martes a viernes y cuando el clima lo permite empiezan su jornada a las 9:30 de la mañana. Se movilizan en dos motos Vespa y dos bicicletas. Juan David va en una moto con Paola; Caterine va con Karen en la otra moto, mientras que Manuel y Fredy van cada uno en bicicleta. Acomodan morrales, bolsos, una torre de sonido, micrófono y maletas. Así se desplazan en sentido occidente-oriente desde el sector de Versalles en Fontibón hasta un área de conjuntos residenciales, justo antes de la carrera 50 entre calles 26 y Avenida Esperanza.
Una vez allí, se toman la primera esquina. Estacionan cada moto de un extremo a otro, delimitando unos 20 metros. Las bicicletas quedan en la mitad de los dos extremos, casi sobre el andén y un área verde. En segundos sacan vestidos, sombreros y alpargatas casi de la nada. Con micrófono en mano y conectado al parlante, el saludo lo hace Paola. “Amigos buenos días, les traemos lo mejor de Colombia, su cultura.. el gobierno no nos ha dado nada y tampoco esperamos mucho, por eso estamos aquí, con lo que podemos ofrecerles, algo de alegría con arte”. En breve empieza la música y los cuerpos armoniosamente se desplazan ubicándose a distancia para continuar en movimiento sincrónico y en parejas.
Poco a poco se aprecia a lo alto, desde ventanas y balcones a mujeres de cierta edad, niños, hombres que se quedan mirando, primero con cierta curiosidad por el ruido que se ha formado. Empiezan a entender quizás, que solo se trata de otro grupo de artistas callejeros, buscando ganarse la vida en medio de las circunstancias que atañe a todos. Sin embargo, esas mismas caras van cambiando su expresión por una de admiración, algunos sonríen, otros se llevan las manos a la boca en señal de sorpresa, otros más comentan entre sí lo que ven y escuchan.
El ritmo y sonidos autóctonos cobran vida en expresión alegre, sea joropo, cumbia o currulao, se escuchan gritos entusiastas de los bailarines que acompañan algún movimiento más agraciado que el anterior. Se intercambian las parejas, todos sonríen, no hay expresión adusta. Todo el tiempo se les ve entusiastas.
Al cabo de tres o cuatro temas musicales y las palabras de agradecimiento llega el reconocimiento de las otras caras que se asomaron para verlos y aplaudirlos. Una vez más, la retribución cae en forma de pequeñas bolsas o envoltorios, es la ansiada respuesta económica. Algunas personas bajan hasta acercarse a unas rejas para hacerles entrega de algún sobre, billetes o monedas con billetes. No hay entre los miembros de Ambares, allí presentes, alguien exclusivo que recoja el dinero. Todos lo hacen tras escuchar el llamado que puede venir de atrás, de arriba a la derecha o de una esquina a la izquierda o de abajo para luego depositarlo en una mochila que cuelga del manubrio de una de las motos.
El ritmo del recaudo puede ser incierto o variable, pero claramente a los chicos que les correspondió y aceptaron estar por determinadas temporadas, se les garantiza un reconocimiento de $30.000 pesos, por un poco más de tres horas de puro baile y sonrisa por cada mañana soleada de entre semana. Todos descansan los lunes.
La dinámica se repite por esquinas, en breves presentaciones de 10 o 15 minutos por parada y alrededor de una basta manzana. Así va culminando la jornada a la 1:30 de la tarde y en un día más de movimiento alegre y musicalizado que es su trabajo, lleno de comentarios y anécdotas entre sus integrantes en cada presentación.
Las tardes, además del merecido descanso, las dedican en parte a arreglar vestidos, comprar telas para confeccionar nuevos atuendos y elementos necesarios para sus presentaciones. Así transcurre el denominado humorísticamente por sus creadores el “Ambares Tour Covid 2020”.