Era divina. Recuerdo que una vez la vi entrar al cine con un novio que tenía. Era el 2014 y la camiseta de la Selección Colombia era la nueva piel de los nacidos en este país. Ella tenía puesta una de esas camisetas horribles y aun así se veía hermosa. En esa época no era Amaranta Hank, era Alejandra Omaña, una provocadora bloggera que había crispado los nervios de la ciudad con una de sus columnas titulada El cucuteño promedio. Eso fue en el 2012 y Alejandra revolucionó Twitter, esa red social que en ese momento estaba en pañales y que se aterrorizó al ver como una mujer cuya foto era esta
Podía tener neuronas. Ya saben pues el viejo tópico machista de que sólo los buenos escritores deben ser señores nauseabundos de barbas espesas y cochambrosas. Debo decir que esa columna nos inspiró a todos los que creíamos eso de Cúcuta, de que era un hueco que debería taparse. La odiaron por igual los hombres, que no podían creer que tremenda mamacita tuviera cerebro y las mujeres que, histéricas porque se les metieron con sus cirugías, no la bajaban de vagabunda. Fue horrible y Alejandra mostró una entereza de la que fui testigo.
La Omaña era la jefe de prensa de la Feria del Libro del 2014 a donde fui invitado. Yo tenía un blog que creía que era el Diario de un Escritor de Dostoyevsky. La señora había leído algunos post míos que se habían viralizado y me había destruido. Decía que no sabía usar las comas. La odié. La odié hasta que la conocí. Una vez con un amigo la llevamos a donde vivía, un barrio humilde de Villa del Rosario, el histórico pueblo que es vecino de Cúcuta. Nos contó que le había hecho a la casa materna un apartamento donde vivía. Jamás me imaginé que era tan guerrera. Había estudiado unos semestres de Comunicación Social en la Universidad de Pamplona. Como hace rato perdí si número no puedo corroborar esto que voy a decir pero es lo que recuerdo, creo que no se graduó porque le hicieron tanto matoneo por El cucuteño promedio en clase que se retiró. El matoneo se lo hacían también sus profesores. La situación se volvió insostenible. Alejandra es de esas pocas personas que no necesitan de un título en la Universidad para ser lo que quieren. La educación convencional tan sólo le quitaban las ganas de leer todos esos libros bonitos que leía. Si, la vieja además de ser inteligente era culta y estaba bien conectada en Bogotá.
Hace diez años Daniel Samper Ospina tenía mucho poder. Era el sumo pontífice de Soho. Alejandra era amigo de él, de Salcedo Silva –antes de que lo acusara de acoso sexual- y de buena parte de la intelectualidad colombiana. Sus contactos permitieron que en el 2014 la Feria del Libro de Cúcuta tuviera personalidades como Tomás Gonzalez, Carlos Duplat, Diana Uribe y Mario Jursich. Incluso se puede decir que desde que se fue Alejandra de la Feria del libro el evento no fue el mismo. Ella se fue a Bogotá con el famoso Jorgito C, el de su hilo de trino y vivió el infierno que acaban de conocer. Debió ser duro para ella saber que afuera de ese apartamento en donde la encerró este cucuteño atarván los escritores se peleaban para tenerla en sus tertulias. Era mucho más que un pedazo de carne. Empezando el 2015 Samper Ospina le propuso ser portada de Soho. Fue una locura. Los cucuteños seguían odiándola así le haya hecho un homenaje inmerecido al Cúcuta Deportivo cuando apareció con su camiseta.
Y de pronto, en el 2016, después de una sugerencia que le hizo Daniel Mendoza, autor de Matarife y de una novela rockera llamada El diablo es Dios, se sumergió en eso de ser una estrella porno e incluso intentó ponerle un toque feminista a sus performances. El porno le trajo cosas buenas además de la fama, la liberó de Jorgito C y vinieron las fiestas con Nacho Vidal y la conmoción de la movida bogotana. Así publicite con furor sus orgipiñatas. Una de las últimas veces que la vi, antes de que estallara su fama, fue cuando abrió un restaurante en Chapinero. Fui con mi esposa. Nos hizo un carne con pastas bastante ricas. Ella misma cocinó. Luego nos acompañó a Tonalá, a una fiesta que organizaba el cineasta Jorge Navas. No se tomó un trago, nunca la vi fumarse un porro o meterse en una línea. Ella no era como yo.
Supe que se separó, que decidió contar todo lo que le hizo Jorge Cabrales, su novio de la época en la que llegó a Bogotá. Me alegra por ella. Además de todo el maltrato sicológico que le dio lo que me impresiona es eso de subestimar a una mujer porque es linda por fuera. A Alejandra sus amigos nunca la buscamos por las tetas, sino porque era un delicioso reto enfrentarse a un cerebro como el de ella. Era lindo intentar impresionarla. Ojalá este mensaje lo pueda leer ella pero Mónica la extraña y yo también. Alejandra es de las pocas personas que nos alegramos de ver en esta ciudad de mierda.