Álvaro Uribe y Gustavo Petro, un par de déspotas disfrazados de demócratas

Álvaro Uribe y Gustavo Petro, un par de déspotas disfrazados de demócratas

Aunque parecen opuestos, tienen mucho en común. De hecho, si la política en Colombia se ejerciera de forma coherente, ambos pertenecerían al mismo partido político

Por: Omar Eduardo Plata
diciembre 03, 2018
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Álvaro Uribe y Gustavo Petro, un par de déspotas disfrazados de demócratas
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Friedrich Nietzsche hablaba del "eterno retorno” y sobre cómo la humanidad estaba condenada a repetir incesantemente los acontecimientos que una vez vivió, más que todo por su inconsciencia y su testarudez, también de cómo a pesar de la capacidad racional del ser humano, este seguía siendo un animal sin moraleja, que iba por la vida dándose tumbos contra la misma pared una y otra vez. Pues bien, la vida política colombiana es un fiel reflejo de dicha premisa.

Y es que desde los inicios de la nación, esta se ha debatido siempre entre dos polos "opuestos" en su vida política: realistas contra criollos; federalistas contra centralistas; liberales contra conservadores. Cada uno de estas vertientes ha creído albergar la verdad y el horizonte que debe tomar el país a la hora de ejercer decisiones políticas, y en su intento de triunfar sobre la otra han desencadenado orgías de sangre, lágrimas y pobreza sobre Colombia. La Patria Boba le permitió recuperar al Imperio español la soberanía de la Nueva Granada; los liberales y conservadores sembraron el terror en los campos durante gran parte del siglo XX, retrasaron el desarrollo del país y crearon odios sin sustento entre familias y personas que en otrora fueron amigos pero ahora se mataban por el color rojo o azul. Y mientras tanto, Camilo Torres y Antonio Nariño se reunían como alegres compadres en efemérides pomposas, y Laureano Gómez y Alfonso López Pumarejo llevaban a sus hijos a jugar al Jockey Club cual amigos entrañables.

Ahora, en pleno siglo XXI, se denota con facilidad que ninguno de esos precedente históricos dejó mella en el consciente colectivo, que nada se aprendió. Los colombianos parecen llevar en su idiosincrasia el gen de la radicalidad, y ahora los movimientos han mutado y lo que es peor, se han convertido en cultos groseros a la personalidad, como en los momentos más oscuros de la Europa del periodo de entreguerras. En la actualidad son dos personas las que se han adueñado del discurso político colombiano y siembran la discordia: Álvaro Uribe y Gustavo Petro.

El uno se cree un estadista inmarcesible, defensor de las instituciones, soberanía y bienes de los colombianos; el otro se ha denominado el adalid de los menos favorecidos e inquisidor de los corruptos; Uribe, el que vende seguridad; Petro, salud y educación. Los dos con las mismas tácticas y un pasado oscuro a cuestas han polarizado a la sociedad colombiana y con demagogia y promesas vacías, con discursos trasnochados y fútiles, encienden las fibras pasionales de sus adoctrinados, quienes derraman todo su pus y bazofia en redes sociales, las cuales han convertido en campos de batalla virtuales, donde no se admiten los neutrales y con groserías, insultos y hasta amenazas, amedrentan a los que no piensan igual que ellos.

Lo más gracioso del asunto es que tienen más cosas en común que en contra, precisamente por lo mismo: los dos son personas de ingrata recordación cuando tuvieron el peso ejecutivo en sus espaldas.

Uribe se jacta de ser un defensor de la institucionalidad, pero durante su gestión como presidente la dejó por el suelo: los falsos positivos, las chuzadas del DAS, el agro ingreso seguro, la parapolítica, las falsas desmovilizaciones y el proceso de paz con los paras son una pequeña muestra de su desastrosa gestión como mandatario, que dejaron la credibilidad de instituciones como el ejército, la policía, y los ministerios por el piso. Además, se proclama defensor de la legalidad, pero durante su gestión no solo declaró en plurales ocasiones el estado de conmoción interior con el objeto de dictar los decretos con fuerza de ley que se le vinieran en gana, sino que también modificó la Constitución —norma de normas— para reelegirse cuantas veces le diera la gana —como los tiranos— y para cambiar lo que a él le pareciera. Se considera de derecha, pero en su gobierno repartía subsidios como lo hacen los gobiernos populistas de izquierda. En conclusión: un déspota en pleno siglo XXI.

El otro, Gustavo Petro, es un incendiario de la indignación colectiva, de la cual se lucra y se beneficia a su antojo. Como lo definirían los cristianos, es una persona que le encanta ver y denunciar la paja en el ojo ajeno, pero no ve el pajar en el ojo propio. Así mismo, su gestión como alcalde de Bogotá demostró que hay personas que son muy buenas proponiendo debates, denunciando hechos delictivos, pero son malas administradoras. Durante su mandato, plagado de ideas "políticamente correctas" (metro , tranvía, carros eléctricos, unicornios multicolores, etc.) se evidenció una falta completa de procedimiento y capacidad administrativa que llevó a la capital a un colapso en varias ocasiones: desde la semana de la basura hasta el atraso en varias obras que ocasionaban severos colapsos en la movilidad. Además, no podemos olvidar que gracias a Gustavo Petro, Enrique Peñalosa, un "bobolitro" sin títulos, volvió a la alcaldía de Bogotá, haciendo extrañar a la ciudadanía al ideólogo de uno de los sistemas de transporte masivo más mediocres en la historia de la humanidad: TransMilenio. Petro es un político que se jacta de despreciar los métodos politiqueros, pero no se sonroja cuando él los usa. Durante su gestión, como todo político clientelista, repartió contratos a las personas y empresas que apoyaron su campaña, y en la actualidad su secretario de movilidad Rafael Rodríguez está condenado por irregularidades en los procesos de contratación, junto con otros tres funcionarios que también hicieron parte de su alcaldía.

Si en Colombia la política se ejerciera de forma coherente, Uribe y Petro pertenecerían al mismo partido político porque personalmente y profesionalmente son muy afines: son déspotas disfrazados de demócratas, con una hoja de vida que más parece un prontuario y, en últimas, los responsables de que en las redes sociales la gente prácticamente se mate por defenderlos. Han desvirtuado por completo el debate político colombiano, llevándolo a escenarios sentimentalistas y radicales. Lo último que les importa es el bienestar del país, porque su búsqueda no es el desarrollo de sus "ideales" sino el afán de poder.

Uribe es un personaje que desde tiempos inmemoriales ha chupado de la teta de la burocracia estatal y ahora en el Congreso, sin ningún pudor, denuncia y se pronuncia en contra de situaciones que él mismo contribuyó a crear. Por su parte, Petro es una persona que tiene una sagacidad aguda para denunciar la corrupción de sus opositores, pero ingenuidad para observar la propia. Al final, ambos comparten ese descaro humano, esa caradura que esconden detrás de discursos demagogos, resentidos y con un alto contenido de violencia simbólica. Ellos han polarizado de sobremanera a la población y nos llevan históricamente a las puertas de una nueva Patria Boba.

Entonces, la pregunta es ¿cuáles serán las consecuencias de ello?

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