Álvaro Uribe Vélez llegó al poder en 2002 apoyado en una mentira: las Farc estaban próximas a gobernar el país. Utilizó el fracaso de El Caguán para crispar el ánimo de los colombianos y los convenció de que con la insurgencia no se debía ni podía por las buenas. Después se supo que con las dos principales agrupaciones guerrilleras tuvo tratativas de negociación. La coyuntura económica internacional favoreció su gestión gubernamental pues los comodities conocieron una demanda casi sin precedentes y AUV empezó a ejercer su embrujo que lo hacía aparecer como el artífice del “milagro económico”. Los principales voceros de las élites nacionales lo acompañaron en la cruzada que se proponía rescatar al país del caos en que lo había sumido el desgobierno.
Julio Mario Santo Domingo, la cabeza visible del conglomerado propietario de El Espectador, fue el primer empresario que propuso la reelección presidencial de AUV y detrás de él se fueron los demás. El establishment había encontrado el gobernante hecho a su medida que durante tanto tiempo había buscado en un ejercicio que había tenido su precedente más parecido en la Alemania anterior a los años 30 del siglo XX. El frenesí gobiernista se apoderó del territorio nacional y de él hicieron eco los principales medios de comunicación. La oposición legal y democrática fue satanizada, nada nuevo por cierto en el país, y graduada de terrorista o amiga de la disolución. La justicia fue interceptada literal y técnicamente, varios de sus miembros perseguidos y hechos víctimas de burdos montajes. El presidencialismo condenaba o exculpaba en los medios, ordenaba la captura inmediata del algún servidor público en consejos comunitarios y/o en actos oficiales diversos, según conviniera al Príncipe.
La patente de corso que obtuvo en las primeras de cambio le sirvió para adelantar un espurio proceso de negociación y desmovilización con los paramilitares, a quienes quiso convertir en delincuentes políticos. Las atrocidades urdidas desde Ralito y ejecutadas en diversa parte del territorio fueron ocultadas a la manera de ciertos felinos y cuando las cabezas visibles de los paramilitares comenzaron a irse de la lengua y amenazaron con explayarse aún más curó la sarna con la extradición.
El unanimismo, al que los politólogos asocian con el totalitarismo, campeó en Colombia. Uno de los principales medios impresos del país, en ese entonces propiedad de la familia Santos, y hoy del mayor grupo económico, editorializó sobre AUV y lo beatificó como “el irreemplazable”. El editorialista que así escribió presidía la inefable SIP, esa que en su congreso de esos tiempos en Cartagena lo recibió de pie y con aplausos a su entrada triunfal al recinto, a instancias, ¿hay que repetirlo? de su presidente. Los duros términos con los que AUV se refirió a sus contradictores fueron amplificados por los grandes medios o silenciados por los mismos. Por eso, resultan extemporáneos los reclamos que desde la mass se le hacen a AUV, a propósito del asunto Samper Ospina. Se recoge lo que se siembra.
