Difícilmente volvemos a encontrar en estos tiempos cerca un personaje de la resonancia del Doctor Álvaro Uribe. La gente no ha rodeado su nombre por la simple coyuntura política de haber gobernado al país durante ocho años, con el logro efectivo en las áreas de seguridad entre otros. Más allá el país ha observado a un líder genuino, capaz de amontonar opiniones y personas. En el fondo se ha visto a alguien investido de seguridad, de absoluto imperio para confrontar la realidad.
Desde el principio, antes de emprender su primera campaña por la presidencia le envío un mensaje directo a la conciencia ciudadana. El país necesita autoridad, fue el arranque emotivo para llegar a tanta gente, lo cual demostró en el gobierno y sigue enfatizando como un lema vital de hombre capaz. Intentar superar, o al menos equipararlo, a través de posesiones endebles y de espaldas a la nación, solamente lo lleva por caminos mayores de crecimiento, dentro y fuera Colombia; como indiscutible conductor de masas.
He ahí el problema de la envidia y celos políticos, cuya raíz de amargura encamina a toda suerte de calumnias, patrañas y faltas de vergüenza. En un foro como el de Atenas no habría de llegar con los pantalones abajo y la sonrisa mediocre de la hipocresía, ni semejante a la monja recién almidonadoa. ¿Acaso la comunidad internacional desconoce las situaciones reales de la república? Aún cuando el gobierno procure maquillar la verdad real para ganar adeptos. El mundo tiene canas de las muchas quejas para sorprenderse a estas alturas de la vida de oír por enésima vez sobre el disturbio del narcotráfico. O quizás dejamos de ser productores y de la noche a la mañana ya somos santos reverentes de la paz en cuclillas, príncipes del bien común. Estamos convencidos, mientras los jesuitas aplauden, el pueblo valiente habla. Preciso, esa es la obra talante del caudillo del pueblo, senador y expresidente doctor Álvaro Uribe Vélez.