Victoria Eugenia Henao, en su libro autobiográfico Sra. Escobar: mi vida con Pablo, expuso cómo Pablo Escobar llegó a plantearse como meta convertirse en el presidente de Colombia. “Cariño, prepárate para ser la primera dama; las puertas del palacio presidencial se nos abrirán” le decía el capo. Para él, esto era una premonición que lo compelía a seguir el camino de la política. Tanto así que esto se le convirtió en una especie de obsesión.
¿Pero cuál era la motivación de Escobar al intentar una carrera en la política? ¿Será que era la de ayudarle al pueblo haciendo leyes a su favor? Por más que se valoren algunos de sus calculados actos altruistas, es bastante dudoso que este fuera su propositito fundamental.
Escobar, como cualquiera con algo de viveza en este país, sabía que la política es el camino más expedito hacia la impunidad, y que cuanto más se ascienda en ese camino más intocable será para el aparato judicial. Por lo que, si lograba acceder al cargo de congresista, gozaría de inmunidad parlamentaria, además de promover iniciativas en contra del tratado de extradición, disfrutaría de las mieles del poder (cosa que al parecer es más adictiva que la misma cocaína) y en el futuro, por qué no, acceder a la presidencia.
Pero su carrera en el congreso fue fugaz. Porque fue señalado y acusado sin temor por gente honesta como el ministro de justicia de aquel entonces, Rodrigo Lara Bonilla y por periodistas valientes como Guillermo Cano director de El Espectador.
Mientras Escobar hacia sus primeros pinitos en la política pavoneándose por las salas del capitolio, una historia paralela se desarrollaba.
El martes 14 de junio de 1983, en su hacienda Guacharacas, caía abatido por supuestos guerrilleros de las Farc Alberto Uribe Sierra; quien en pocos años había pasado de ser un comerciante al borde de la quiebra a manejar un gran capital, convirtiéndose en uno de los más destacados hacendados de la región. En una época donde aparentemente era solo uno el negocio que prosperaba sin dificultades que parecieran frenarlo.
Cuando se supo la noticia, a su hijo Álvaro el gobernador le había pedido su renuncia como alcalde de Medellín, después de solo 3 meses de haber asumido el cargo, debido a manejos aparentemente non sanctos el año anterior.
Como don Alberto había concurrido a la hacienda en el helicóptero familiar, Álvaro se vio obligado a pedir uno prestado para llegar al lugar lo más rápido posible solo para descubrir a su padre muerto y a su hermano Santiago herido en un glúteo.
Según versiones, el helicóptero había sido pedido al señor Pablo Emilio Escobar Gaviria. Luego, durante el gobierno Uribe, el director de la aeronáutica de aquel entonces, Fernando Sanclemente, salió a desmentir tal versión diciendo que el helicóptero pertenecía a otro empresario (sí, el mismo Sanclemente que era embajador en Uruguay, cuando se descubrió un laboratorio de coca en su finca). Un año después, el de la familia Uribe Vélez fue encontrado durante el allanamiento a Tranquilandia, el más grande laboratorio del cartel de Medellín; probablemente un justo intercambio.
Lo que ocurrió en los años sucesivos fue un baño de sangre. El MAS (Muerte A Secuestradores) había sido creado en años anteriores por Escobar, los Ochoa, otros narcotraficantes y hacendados para liberar a la hermana de los jefes de este clan, quien había sido secuestrada por Luis Gabriel Bernal Villegas, miembro de un comando del M-19, convirtiéndose este hecho en el germen del paramilitarismo. Así que ya se contaba con grupos de mercenarios altamente entrenados.
Luego del asesinato de Uribe Sierra. De acuerdo a testimonios de testigos en su mayoría ya asesinados, estos mercenarios continuaron saliendo en masa, de Guacharacas y otras haciendas en Antioquia y el Magdalena medio principalmente; alimentados por el dinero del narcotráfico, los gamonales regionales, la corrupción política y el aparato militar, que se fundían en una simbiosis macabra hasta que se hizo casi indistinguible una cosa de la otra.
El entrenamiento que recibían estos sujetos no consistía únicamente en el manejo de armas y cuestiones tácticas, no; eran especialmente entrenados para presentar una gran insensibilidad ante la muerte. Incluso desprecio por la vida humana.
De ahí sus cánticos de entrenamiento “mucha sangre”, “mucha muerte” y “mucha venganza”. Cuentan también que entrenaban degollando o apuñalando cerdos, perros y hasta gatos. Para luego engullir partes de sus cuerpos crudas y beber su sangre. Para de esta manera, evitar que los mercenarios (a los que posteriormente se les llamaría paramilitares) sintieran cualquier tipo de remordimiento al decapitar a un niño o abrirle el vientre a una mujer embarazada con una motosierra, si se sospechaba que el vástago era de un guerrillero.
Y así, a punta de muerte y terror (hasta llegaron a extinguir un partido político, la UP, con más de 5000 militantes asesinados) los que participaron de tal alianza fueron ganando fuerza. Con el Cartel de Medellín herido de muerte, tras la desaparición de Escobar en 1993, la izquierda prácticamente aniquilada, y un país reclamando liderazgo. Era hora para que esas fuerzas que habían funcionado en una relativa oscuridad, se unieran y buscaran de una buena vez la consolidación de su poder. Colocando fichas afines en cargos como concejos, asambleas, gobernaciones y alcaldías.
Así fueron afianzando su poder territorial y político, hasta desembocar en el llamado Pacto de Ralito a inicios del 2002, y su famosa “refundación de la patria” que consolidó el poder de las mafias aliadas al narcoparamilitarismo en Colombia.
El objetivo de este artículo no es el de probar los vínculos de Uribe con el cartel de Medellín, ni siquiera con el fenómeno aberrante conocido como paramilitarismo (de eso ya suficiente tinta se ha escrito), lo que aquí se pretende es establecer una hipótesis que no es otra que la de exponer el hecho de que Álvaro Uribe es todo aquello que Pablo Escobar soñaba algún día llegar a ser.
El primer punto para desarrollar dicha hipótesis no puede ser otro que el de la política. Luego de que la ilicitud de la fortuna de Escobar quedara plenamente probada, gracias al registro de su paso por la cárcel en los años 70 y de fotos cargando aviones con coca (tal vez le falto astucia al presentar todo como un montaje de aliados de las Farc), se inició una guerra que duró casi una década y que tiñó de sangre, muchas veces inocente, las páginas de la moderna historia de nuestra nación.
Entonces, como el camino de las instituciones no funcionó para Escobar, intentó someter al país por el camino del terror. Y fue allí donde comenzaron los bombazos y los acribillamientos en cualquier esquina de Colombia principalmente en las ciudades de Medellín y Bogotá.
Lo que Pablo Emilio Escobar pretendía no era otra cosa que generar tal nivel de intimidación en la sociedad colombiana que esta se quedara paralizada y se rindiera, evitando que la justicia fuera servida para él; convirtiéndose en un inimputable... y estuvo a punto de lograrlo cuando el tratado de extradición quedó abolido y el capo fue supuestamente convicto en La Catedral, aquella cárcel enclavada en las montañas de Antioquia que más bien parecía un hotel de lujo, desde la cual seguía impartiendo órdenes y controlando su imperio criminal.
Cuando se vio obligado a escapar, luego de que los norteamericanos le exigieran al gobierno Gaviria terminar con la fiesta de Escobar en la catedral y trasladarlo a una cárcel común, se unieron instituciones de aquí y de allá; unió incluso a los bandidos en su persecución. Hasta que finalmente fue abatido arriba de un techo entejado en un barrio de clase media de Medellín.
¿Pero por qué Escobar no logró su objetivo de arrodillar a esta sociedad? Mi conjetura en este sentido es que no lo logró, por una simple, pero a la vez compleja razón. Él se metió con las elites políticas, económicas, militares y comunicacionales del país, las cuales arremetieron contra él con todo su poderío hasta someterlo sin importar el cómo, ni si quiera la legalidad.
Lamento decepcionar a aquellos que aún piensan que fue únicamente por la valentía de este pueblo que se logró detener al capo de capos. Eso es solo parcialmente cierto. La sociedad colombiana no se somete únicamente con violencia, ya que la hemos padecido durante toda nuestra historia. Hacen falta otros ingredientes.
La estrategia uribista probó ser mucho más efectiva. Esta no fue otra que la de dar todas las prebendas posibles a esa élite, tranzando con ellas cualquier cuestión que fuera posible ser tranzada (ese fue uno de los aspectos fundamentales del Pacto de Ralito). A la vez que nada menos que la muerte le llegaba a cualquiera que pudiera representar un riesgo para esa patria refundada en manos de gamonales aliados, o directamente narcotraficantes, empresarios de cuestionable moral, altos mandos militares y barones políticos.
Y cuando digo que cualquiera podría ser blanco de los asesinos, me refiero a cualquiera. Desde la señora que le vendía una gallina a un guerrillero, hasta los sindicalistas, activistas de derechos humanos, líderes sociales o políticos que se atrevieran a denunciar ese contubernio. El último personaje de resonancia nacional asesinado por el narco-paramilitarismo de estado fue Jaime Garzón. Al darse cuenta del alboroto e indignación que causo, decidieron concentrar su accionar sobre todo en las regiones, profundizando la estrategia. Prebendas a la élite y a los de abajo, ¡bala, señores, bala!
Es así cómo Uribe cuenta con el favor de esa élite comunicacional a la que Escobar atacó. Como consecuencia, la propaganda mediática en favor del Gran Colombiano ha hecho que cuente también con la favorabilidad de una nada despreciable porción de la población de este país. Unos engañados, pero una cantidad cada vez más creciente de gente que lo apoya, con total conocimiento de causa. Porque son como él, hijos de la violencia que profesan el credo de Maquiavelo, en el que “el fin justifica los medios” y piensan (en eso si engañados la mayoría) que el poseer un carro, una casa, y tal vez un par de hectáreas de tierra los convierte en parte de esa poderosa élite rentista que Uribe representa y protege.
Así fue como el señor Álvaro Uribe Vélez logró poner de rodillas a esta sociedad y convertirse en el inimputable que Pablo Escobar soñaba ser: con unas instituciones amedrentadas y otras trabajando diligentemente para que la justicia no lo alcance; y con una mezcla perfecta de privilegios a los poderosos, muertes convenientes y circo para los demás, que lo mantienen aún en el poder usando a Iván Duque como su nueva piel de oveja.
Con este sometimiento de los poderes públicos a sus designios (con la amenaza de que esto se convierta en una dinastía en la que lo suceda uno de sus hijos), todo está servido para que Uribe se acabe de graduar de dictador, opacando al mismo Pinochet o Videla. Todas estas cosas ya están pasando. Cuestiones que tal vez solo hubieran tenido cabida en las más salvajes fantasías inducidas por el cannabis en la cabeza de Pablo Escobar y que lo dejan como un delincuente de medio pelo al lado del que es hoy el nuevo patrón.