El pasado 17 de septiembre los colombianos pudimos ver, por enésima vez, como la figura del hoy senador Uribe era ‘vilipendiada’ por el siempre molesto senador Cepeda, quien parece haber dedicado su labor parlamentaria a la búsqueda de una verdad, que según él, debe incluirse en la historia reciente del conflicto armado colombiano.
El expresidente se negó, acertadamente, a responder las preguntas propuestas por este instigador, este colaborador de las ONG’s de derechos humanos, y se retiró del recinto arguyendo ‘la tamaña injusticia’ que contra él y sus siempre bienintencionados colaboradores se estaba presentando en aquel recinto.
Sin embargo, la siempre sensata y concienzuda Senadora Paloma Valencia, quien ganó su curull con el apoyo claro y casto de los miles de cultos votantes del partido centro democrático, se quedó para defender a su mentor, líder espiritual y mesías personal.
Entre sus múltiples argumentos ad hominen y el desenfreno de su voz alzada (No en armas, dios nos ampare) desenfundó la espada ‘libertaria’ y otorgó el título de “Simón Bolívar” a nuestro siempre humilde expresidente, comparando su salida del recinto con la salida de aquel de Bogotá.
¡Y está claro y hay que decirlo! ¡Uribe no es ningún Nariño o Santander! ¡No es ningún George Washington y menos un Cincinato como este último pretendía ser! ¡Uribe es sin duda alguna la reencarnación de Simón, que era el reencarnado, a su vez, de Napoleón en las américas!
Nadie más podría competir con el prócer latinoamericano esa habilidad para correr por pasillos, batallas y ventanas sin que nadie les viese, porque Simón era un corredor nato, corrió en la batalla de Puerto cabello (si batalla se entiende a una recua de españoles desarmados contra un ejército bien equipado), corrió en La puerta, y corrió en Caracas, corrió en Barcelona y Cumaná, corrió en Santa Marta y en Cartagena, corrió siempre dejando saber de antemano que él no era un cobarde, que corría por la patria (Sea cual fuere pues entregó a Miranda a los españoles).
Con quien otro podría dividir nuestro nuevo mártir la necesidad de sangre, extendiendo las batallas indiscriminadamente y declarando la guerra a muerte; pidiendo sin mayor dilación la masacre de prisioneros indefensos (380 españoles en Valencia (1813)) o permitiendo a sus tropas realizar todo tipo de vejámenes contra la población durante la toma de pueblos y ciudades (Todo el mundo parece olvidar que sitió a Santafé de Bogotá y permitió por dos días la violación de sus mujeres, la masacre de prisioneros y su saqueo).
Uribe y Bolívar comparten y compartirán siempre su amor desenfrenado y fanático por el poder, ese mismo que hizo al primero desvalijar nuestra constitución, chuzar magistrados, chuzar periodistas y opositores y al segundo declararse de la forma más humilde “Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia”. Claro está, ya quisiera Uribe tener siquiera la oportunidad de “liberar 5 naciones”.
Son tan parecidos que se dividen el amor por el inglés y la confianza inversionista; pues a quien más ha de confiar Uribe su futuro exilio que a los gringos y a qué otro granadero confiaría su vida el libertador sino a William Ferguson.
Es innegable el parecido, el perfil de ‘gran corso’ que ha llevado al primero a pasar tristemente a la historia como “libertador” y al segundo como “el mejor presidente”. Ni siquiera Chávez en su más grande delirio podría haber compartido la cuna criolla y respetable de aquellos dos.
Son la misma estampa, y me temo, que las palabras de la ‘proba’ senadora uribista terminen convenciendo a nuestra siempre letrada y crítica sociedad de las barbaries cometidas contra su enviado salvador y las plazas colombianas tengan que poner otro caballo en bronce y un butaco.
@Andresaldana