Un país tan inestable, políticamente hablando, como Colombia pareciera no poder asombrar a nadie con sus giros inesperados. Acá ya hemos visto de todo. Vimos a un lustrabotas que llegó al Concejo de Bogotá sin tener idea de sus funciones, vimos a un Merlano que por tener 50 mil votos podía conducir en estado de embriaguez, vimos la disputa de una alcaldía entre esposos, etc. No hablo de los presidentes del país de los últimos 100 años, porque parecería más un libro de comedia que una columna de opinión. Somos una vergüenza en el plano político.
A mediados del año 2006, cuando Álvaro Uribe ganó categóricamente su derecho a permanecer cuatro años más en la Casa de Narino, la figura política de Juan Manuel Santos Calderón era, en un altísimo porcentaje, desconocida por el ciudadano promedio del país. Aún cuando ya había sido ministro en dos oportunidades, no dejaba de ser uno más de la familia dueña del Periódico El Tiempo. Ni él mismo, creo yo, podría haber apostado que cuatro años más tarde sería presidente del país de la demencia electoral.
Tan pronto Uribe lo nombró como responsable de la carpeta de defensa de nuestro país, cambió la vida del periodista colombiano. A los pocos meses, como era de esperarse, se convirtió en una de las personas más nombradas en todos los medios del país. Sus golpes a la guerrilla (sí, la misma con la que ahora está negociando) lo llevaron a convertirse en "el salvador" de los colombianos. Por eso, en el 2010, un 7 de agosto se puso la banda presidencial, aunque realmente fue elegido por uno sólo de ellos: Álvaro Uribe. La campaña de Juan Manuel, no fue de él. Fue de Álvaro. Tal como sucedió este año con el candidato Oscar Iván Zuluaga. Solamente cambió el resultado y que, por suerte para él, Santos no repetía cada 5 minutos que había sido él mejor Ministro de Hacienda. Zuluaga era insoportable.
Una vez en funciones como presidente, Santos se alejó ideológicamente de Uribe. El ex presidente, entonces, decidió empezar a ser su más grande opositor. Uribe le daba palo por todo, olvidando incluso que él fue quien lo llevó a estar sentado donde lo está ahora. El gobierno Santos, francamente, fue uno de los más mediocres de los últimos años, pero el país se dejó tapar los ojos por la maldad e inconformidad de Uribe. Es tan bueno, para Santos, lo que hizo Uribe que al país ahora le importa más el debate por paramilitarismo que el paisa deberá sostener en el congreso que saber qué pasó con la mermelada. Nadie habla de lo malo de Santos, todos hablamos de lo malo de Uribe. Los diálogos de paz, incluso, continúan sin dar avances claros, pero todos tenemos los ojos puestos en el congreso. Uribe nos llena los ojos. Uribe es el foco de atención.
En otra palabras, Uribe es a Santos lo que es a Dios el diablo: su más importante peso en la balanza. Santos no ganó las elecciones del 2014, de eso estoy seguro. Las perdió Uribe. Lo peor del caso, por desgracia, es el daño que esto le hace a un país que no siente nada. Nadie habla de mejoras en la educación del país. Santos no expone cómo y cuándo va a aportar para que el sistema de salud del país mejore. Uribe no nos dice que ley, principalmente, quiere impulsar desde el Senado. Solamente se habla del pasado de ellos dos. Esto que se llama Colombia, cada vez parece más una telenovela que un país en el que hay pobreza extrema, analfabetismo, guerra, corrupción e injusticias. Ojalá no nos dejaramos seguir llevando por esto. Ojalá exigieramos resultados y no chismes. Ojalá despertaramos y supiéramos que la solución, indudablemente, no va a llegar de esa clase alta como siempre no lo decía Jaime Garzón.
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