El asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, un conservador lleno de principios democráticos, ha calado hondo en la vida política de un país tan corrupto como el nuestro. Más si se tiene en cuenta que fue uno de sus mayores críticos, oponiéndose desde su periódico, El siglo, a esa política engolfada que hoy corroe a todas las instituciones. Era un hombre intachable –así lo deja ver su carrera como servidor público–, por lo tanto no iba a apoyar gobiernos relacionados con las mafias de la época y que dicen que le causaron la muerte. Con él se murió la política de opinión, las ideas que hacen al líder de verdad y una decencia que ha sido cambiada por la desfachatez. Piense, amigo lector, que Duque llega al poder con la ayuda del Ñeñe Hernández, un narcotraficante costeño, y nadie lo ha cuestionado con la seriedad del caso, porque los valores democráticos hoy están en manos de la gente que promueve toda índole de corruptelas.
A Gómez Hurtado nunca le perdonaron haber sido hijo de Laureano Gómez, un conservador fascista, franquista y totalitario que fue uno de los fundadores de la violencia que todavía nos sigue afectando. Po lo demás, era un hombre muy inteligente y capaz. Me atrevo a decir que con él también se murió esa tradición de dirigentes brillantes, cultos y cosmopolitas que no llegaban al escenario político porque sí, sino porque tenían el bagaje para hacerlo. Por eso su partido, el Conservador, hoy es un animal prehistórico, un colectivo que apenas conserva su sede, logo y color. Nada más conserva, esa es la verdad. Tanta fue su importancia que hoy se lo cita, pero apenas para recordar lo que fue una Colombia más o menos decente.
Su familia se niega a creer que las Farc lo asesinaron, porque durante más de dos décadas ha planteado que detrás de su magnicidio está Ernesto Samper, Horacio Cerpa y el narcotráfico. Cree que todo es una estratagema para no llegar a la verdad y dejar como si nada este hecho tan lamentable. Como no tengo filiación política no me da cosa decir que en algo tiene razón la familia Gómez: se quiere cerrar este caso por la vía más sencilla. A Álvaro Gómez lo asesinaron porque estaba dándonos luces de cómo hoy se llega al poder, y la verdad a muchos no les agradaba un tipo que éticamente escribía lo que pensaba. Algunos aseguran que él iba a ejecutar un golpe de Estado, pero son teorías falsas las que reinan y quieren seguir desviando nuestra atención. Simplemente lo mataron porque un tipo decente no le sirve al país.
En conclusión, todo lo que es bueno para algunos colombianos es malo para otros. Por eso cuando uno ve lo que hace Duque, Fajardo o Petro se pregunta por qué ya no hay tipos de altura, y cuando digo altura hago referencia a las capacidades que debe tener un hombre para gobernar. Gómez Hurtado no fue presidente, pero talento no faltaba para haberlo sido. El país no estaba preparado para un hombre de convicciones, ni mucho menos se olvidaba de quién fue hijo. Ojalá, aunque parece poco probable, aparezcan dirigentes como él, porque la política que se hace aquí es más sucia que una alcantarilla.