Nada más dúctil para la manipulación estratégica en política que la mente colectiva de las masas humanas cuando se fijan en alguien con alto poder de carisma fanatizador, al cual se genuflexan en cuerpo y alma sin mirar consecuencias más allá de sus narices y eso puede suceder en cualquier pueblo del orbe, ejemplos sobran, es que el hombre es el mismo hombre más allá de sus diferencias culturales y fenotípicas.
Aquí en Colombia, tierra querida, el caudillismo mediático cala fácilmente en lo profundo de la masa encefálica de sus pobladores, los cuales siempre están a la espera de otro Gran Moises, que los haga cruzar el Mar Rojo camino a la tierra prometida al golpe de su báculo, y lo que no saben es que VAN de eso para el estanco o mucho peor, al precipicio que no tiene escapatoria.
La idiosincrasia del colombiano nace del el amasijo de lo peor de tres etnias: el Africano esclavizado y que siguen humillando; el Nativo, que lo expropian de sus tierras y riquezas naturales y del pragmático Español, muchos de ellos salidos de las mazmorras imperiales y que como vía de redención se embarcan a la conquista a sangre y fuego de un mundo desconocido, acompañados de una curia adoctrinadora que empuñaban la Biblia en una mano y un látigo en la otra.
Lógico que una sociedad de esos orígenes sea netamente hipócrita y violenta, en la que se consiguen especímenes que al mismo tiempo que se dan golpes de pecho en las iglesias, mandan a asesinar al enemigo cuando llegan a sus casas, sociedad llena de farsantes, de sepulcros multicolores, en la que la injusticia social, la explotación laboral, la intermediación parasita, la corrupción omnipresente e invencible, campea sin freno posible.
De esa debacle social surge un Súper Héroe, un producto mediático que se vende con la premisa, que como él no hay dos, que es el único e irreemplazable Líder de Lideres, el de las pelotas bien puestas, el que está cargado de tigre, el que tiene un tote en el alma y el que le sale lo gamín cuando se emberraca y le pega en la cara a cualquier contradictor.
El Gran Director que firma para conducir una película en 1 cuatrienio , pero que consigue convertirla en un largometraje de 8 años con el cambio de un “ articulito” constitucional ,pagados los costes con mermelada estatal, y tanto le gustó la aclamación de la gente, que pretendió seguir de largo, pero la Corte Constitucional, lo frenó de tajo.
Así las cosas, designa como su sucesor a la altísima dignidad presidencial a alguien de sus afectos, quien que le había demostrado su grande admiración y lealtad, pero no sabiendo que aupó a un camaleón, que se le tuerce no mas agarra la sartén por el mango y ahí empieza, adolorido del corazón, una guerra santa a bombardearlo desde su twitter.
La loa constante y el servilismo abyecto de sus rémoras políticas inflan el ego de este Líder, tanto, que lo impulsan a fundar el movimiento de sus ideas, al cual denomina Centro Democrático, pero que al paso de los días, in crescendo el entusiasmo, ya desaforado el culto a la personalidad, se transforma en Uribe, Centro Democrático, pero para que la cosa sea más clara con el elector, adopta como logo del movimiento, una foto del hacedor de milagros.
Se sabe de sobra el poder de una imagen, algunos dicen que vale más que mil palabras, y así como se forma el culto al Divino Niño, en que millones de seres desesperados veneran la foto de un ser que nunca fue divino, así mismo el uribismo salvaje, sabe que la foto de su Líder prefabricado, arrastrará millones de votos entre los ingenuos de siempre, los que para consignar el sufragio para elegirlo, no se basan en raciocinios, sino en la fe ciega al taumaturgo.
Por eso los detractores del Gran Colombiano, no permitieron su foto en el logo de Uribe, Centro Democrático, pues presentían una barrida total en las próximas elecciones, es que la foto del Divino Niño y la del ex presidente Uribe en el logo del movimiento político, se parecen tanto, atraen tantos seguidores ebrios de fe, que son casi idénticas en lo que representan: un fetiche en que miles y millones de de atribulados, mitigan su necesidad de veneración.