¿Alimentos baratos o ingresos para los campesinos? El dilema de Petro que hay que resolver

¿Alimentos baratos o ingresos para los campesinos? El dilema de Petro que hay que resolver

Inti Asprilla puso sobre la mesa la necesidad de reducir el costo de la producción de alimentos y los precios de la canasta familiar. ¿Qué tan posible es?

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septiembre 30, 2022
¿Alimentos baratos o ingresos para los campesinos? El dilema de Petro que hay que resolver

En un reciente debate en el Congreso, el representante a la Cámara Inti Asprilla señalaba la necesidad de una política en torno a la reducción de los costos de producción de alimentos al tiempo que demandaba soluciones inmediatas para bajar el costo de la canasta familiar[1]. El debate, muy pertinente en tiempos de reforma agraria y desarrollo del campo, abre la puerta para plantear varios elementos hacia la construcción de una política pública que pueda garantizar alimentos de calidad a bajo costo para las y los colombianos al tiempo que garantice ingresos dignos a las y los campesinos que los producen. El problema es bastante complejo.

En principio, siguiendo la lógica de la crítica al capitalismo, sabemos bien que para reducir costos de producción necesariamente se pasa por reducir el ingreso de los trabajadores. Osea, la ecuación básica: “Alimentos baratos igual a ingresos bajos de los productores” no va a ser distinta si en esta era del cambio no somos creativos para mejorar el resultado de esa ecuación sin castigar el ingreso de miles de familias que entrarían a producir alimentos (entre otras cosas, porque no podemos darles alternativas falsas a quienes producen la coca, por ejemplo).

Para proponer alternativas miremos el problema de los alimentos caros (y baratos) que se ofrecen en el mercado. Como productor de alimentos agroecológicos hace un año[2] nos enfrentamos con mi familia a competir con los precios de varias hortalizas que se ofrecían a menor precio en las tiendas de abastos de Bogotá y, por consiguiente, a través de la cadena de comercialización de las tiendas de barrio. Nuestros productos eran ofrecidos directamente a familias bogotanas que pagaban por un mercado quincenal a domicilio de lo que la tierra nos entregaba en un esquema de Agricultura Sustentada por la Comunidad que desarrollamos.

Sorprendentemente, para garantizar un ingreso digno a nuestra propia familia y a un campesino jornalero que nos ayudaba, nuestros costos eran mucho más altos que cualquier tienda. La razón es simple: producíamos alimentos agroecológicos, que son muy saludables, pero que para garantizar su calidad requería de un incremento de mano de obra. La agroecología es intensiva en mano de obra a diferencia de la agricultura extensiva y el monocultivo, que es intensivo en capital y en tecnología.

Para convencer de las ventajas de nuestro modelo, insistíamos a nuestros clientes que, a diferencia de otros alimentos producidos por los grandes productores, los nuestros garantizaban un salario digno a quienes lo producían. Éramos los únicos que pagábamos el jornal a 50.000 pesos. Bastante bueno para una región donde la costumbre son 30.000 o menos por día. A

dicional a eso, explicábamos la cantidad de trabajo que una granja agroecológica necesita suministrar a las plantas para garantizar su calidad. Una hortaliza orgánica tiene detrás una compleja pero muy saludable mezcla de fertilizantes orgánicos, compuestos naturales para reducir hongos y plagas, y labores culturales como deshierbe y limpieza manual. El modelo funcionó bastante bien, para ser honesto. Pero masificar el consumo de alimentos saludables y un precio también saludable para la economía de los colombianos requiere, sin lugar a dudas, de la mano del Estado.

En nuestra indagación sociológica respecto a los precios bajos de la competencia nos encontramos varios elementos que podrían caracterizar la comercialización de alimentos a bajo precio: por un lado, las mafias que lavan dinero a través de la producción y venta de alimentos. Ir a abastos y encontrar hortalizas con precios extremadamente bajos nos cuestionaba el origen de estos. Es claro que la producción a escala puede bajar los precios, pero no esta bien que el lavado de dinero del narcotráfico termine afectando la economía campesina.

Producir hortalizas no es un negocio rentable para las familias del campo. Aun a pesar de la cadena de intermediarios que existen en los productos ofrecidos en una tienda de barrio (transporte de la finca a abastos + plusvalía del gran comerciante + transporte desde abastos a la tienda + plusvalía del tendero) es aun sorprendente los precios bajos que encontrábamos —en ese entonces— en comparación con nuestros costos de producción.

Ahora la situación ha cambiado por el incremento de los insumos agrícolas producto de la guerra en Ucrania y la devaluación del peso colombiano, según dicen los especialistas en el tema. Sin embargo, no deja de ser vigente la necesidad de darle una mirada al lavado de dinero a través de la producción y comercialización de alimentos.

Ahora bien, es necesario pensar en una estrategia que pueda ser efectiva en solucionar el dilema planteado. ¿Podemos producir alimentos sanos (ojalá construyendo soberanía alimentaria) que puedan ser comercializados a bajo costo sin castigar el ingreso de las y los campesinos? La respuesta a este dilema podría ser una combinación de varias mediadas que incluirían la producción a escala de alimentos saludables, la producción agroecológica de alimentos por familias campesinas, la comercialización directa desde la granja a la familia que los consume, el mejoramiento de las vías principalmente las terciarias, la reducción de los costos de producción y comercialización de los insumos agrícolas, la producción de fertilizantes orgánicos (como por ejemplo a través de la  producción de compost con Mosca Soldado Negra[3]) y principalmente con la intervención del estado a través de subsidios.

En el terreno de la cultura también se tiene un reto importante. Es curioso ver como las clases populares no son muy consientes de la importancia de comer alimentos sanos. Eso se ha ido perdiendo. La gente del pueblo en Colombia, generalmente da poca atención al origen de sus alimentos. Mientras un sector de las clases altas y con acceso al conocimiento están consumiendo mas vegetales, se preocupan por los alimentos orgánicos, van a tiendas organicas, etc; la gente del pueblo y la ciudadanía en general toma sus decisiones de consumo de alimentos en función de su bolsillo mas no de la calidad de estos.

Eso requiere un cambio cultural. Uno de los grandes retos de la agroecología es precisamente ese, producir para el pueblo. Y eso requiere un trabajo cultural importante. Un ejemplo muy interesante para reducir la brecha entre los que pueden adquirir alimentos de calidad y los que no, fue desarrollada recientemente por una holandésa[4] en una granja agroecológica en la ciudad de Wageningen de los Países Bajos.

Lo llamó pago solidario. Básicamente el esquema consiste en que cada consumidor paga una canasta de vegetales con el costo de su hora de trabajo. Si como obrero mi hora de trabajo es 5000 pesos, eso me cuesta mi canasta de alimentos; y si como ingeniero mi hora de trabajo es, digamos 40.000 eso cuesta la misma canasta de vegetales. La idea ha sido muy bien recibida y pues obviamente el contexto holandés de una menor brecha entre los ingresos de los trabajadores y de los profesionales ayuda. Sin embargo, podría ser un buen comienzo en el cambio cultural que se requiere. Las familias de altos ingresos subsidian a las que tienen bajos ingresos. Principio de solidaridad básico para una sociedad en búsqueda del cambio.

Entonces, para mediar la necesidad de un ingreso justo y digno para las familias campesinas con la necesidad de tener alimentos a precio reducido para las familias que los necesitan, se requiere sin duda del subsidio del Estado. Los alimentos deben ser subsidiados para no afectar ni el bolsillo de los productores ni el de los consumidores de alimentos. Aumentar la productividad de las tierras campesinas necesita  hacer de la producción campesina un atractivo económico para las gentes del campo. Sin mejores ingresos las familias campesinas, pero sobre todo las y los jóvenes del campo, no van a encontrar una excusa para quedarse en el.

El dilema entonces, en estos vientos de cambio, pasa por el subsidio a los alimentos, la innovación agroecológica, el combate a las mafias y el necesario trabajo cultural para re-aprender a comer sano, al precio justo y con la solidaridad debida hacia los más necesitados.

 

Referencias

[1]

[2] https://www.facebook.com/granjasemillacampesina

[3] En particular ver la posibilidad de generación de ingresos para campesinos con este sistema productivo https://research.wur.nl/en/publications/fighting-rural-poverty-in-colombia-circular-agriculture-by-using-

[4] https://toekomstboeren.nl/eerlijkloon/

 

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