Hasta hace poco más de un mes, intentar juntar a iranís, estadounidenses, chiitas iraquíes, comunistas kurdos, a yazidies y a peshmergas del Kurdistán, para que combatieran en un solo bando, no solo sería una pretensión fantasiosa sino que sería una aseveración que rayaría con lo absurdo, teniendo en cuenta la realidad del medio oriente y los antagonismos entre los actores ya citados. No obstante, el rápido avance del Estado Islámico en el norte de Irak, ha hecho posible lo impensable: juntar a toda una gama ideológica y religiosa de movimientos, organizaciones y/o Estados para combatir contra la red de yihadistas que se ha hecho fuerte, con el beneplácito de Estados Unidos y ciertos países de la Unión Europea, quienes ahora sí pretende mostrarse como su contradictores en el campo de batalla.
Ese cumulo de tensiones que hoy ha borrado la línea del acuerdo de Sikes Picot (1916) y erguido un nuevo Estado-Califato –sin reconocimiento internacional por el momento-, no hubiera sido posible sin el papel que ha venido jugando Estados Unidos, en especial desde el inicio de las llamas “Primaveras Árabes” a comienzos de 2011. A partir de ese momento, el país norteamericano se desenmascara por completo, y deja entrever las contradicciones del discurso construido después de los ataques del 11 de septiembre: Mostrarse ante el mundo como el líder en la lucha contra el Yihadismo, pero a la vez apoyar a los movimientos islamistas que se alzaron contra los últimos gobiernos laicos existentes en los países árabes.
Así fue que como fichas de dominó fueron cayendo Tunes, Libia, Egipto y, por poco Siria, quienes fueron presas del poder occidental, ya por presión diplomática y económica o por indiscriminados bombardeos, como los que tuvo que soportar Libia durante largos diez meses en 2010. En esos países, los Estados Unidos se presentaron como “defensores de la democracia y la libertad” sin importar que los supuestos “salvadores” fueran radicales islamistas, en su mayoría curtidos desde las guerras de guerrillas realizadas al lado de los muyahidines afganos contra los soviéticos en los año 80, y sin importarle que esa alianza l se canalizara a través de las dictaduras más brutales de los países árabes: Las monarquías islamistas y absolutistas del Golfo.
En el caso Sirio, la táctica desplegada fue la misma que con libia: una feroz campaña mediática contra el gobierno de ese país, mostrándolo como genocida de su propio pueblo, a la vez que se ocultaban los horrores de las diferentes facciones terroristas, compuestas en su mayoría por radicales fundamentalistas, armados hasta los dientes para derrocar al gobierno laico de ese Estado. En el caso sirio, a los países occidentales no les importó que minorías como los cristianos, los drusos o los alauitas vieran amenazada su existencia por el avance de la insurgencia ultraderechista, a pesar de que estuviera bien documentado que el llamado “Ejercito Libre Sirio”, que en teoría recogía al sector proccidental del país, fuera nada más una amalgama de bandas armadas donde primaban las facciones islamistas. Fue cuestión de meses para que nombres como Al Nusra o el antiguo Estado Islamico en Irak y el Levante –hoy Estado Islámico- se hicieran celebres por su brutalidad contra los civiles, a la par que el autodenominado “Ejército Libre” pasaba a ser una organización terrorista sin relevancia, especialmente después de la estruendosa derrota en la batalla de Damasco, a manos del gobierno laico de Siria y de las milicias libanesas Hezbollá a mediados de 2012. Aun así y a pesar de que esa organización solo controlaba algunos sectores de Alepo, en tanto que la mayor parte de las zonas rebeldes eran controladas por yihaidistas, el apoyo no cesó sino que se intensificó, con Francia, Reino Unido, Turquía y Estados Unidos como principales proveedores.
Así, al igual que con los muyahidines que combatieron en Afganistán, occidente fue construyendo una organización a la que luego pretende enfrentar. Ese grupúsculo que hace menos de una década todos daban por exterminado, en especial después de la muerte de Al Zarqawi a mediados del 2006, resurgió en cuestión de meses y en una guerra de guerrillas relámpago, logró ir tomando pequeñas poblaciones en 2014, hasta que sucedió lo impensable, con la toma de Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, y el consiguiente fortalecimiento de esta estructura armada. Así, mientras el mundo disfrutaba el mundial de futbol de Brasil, una pequeña organización de menos de mil integrantes, no solo tomaba una ciudad del tamaño de Medellín, sino que capturaba abundante material militar de origen estadounidense y pasaba a ser uno de los movimientos armados ilegales más ricos del mundo, en tanto que incrementaba sus filas en más de quince mil combatientes.
En los últimos días, ni siquiera los bombardeos de Estados Unidos parecían frenar el avance de esa organización que ha sembrado el terror entre árabes de religión cristiana o del islam chiita, así como entre kurdos yazidies o laico. Solo con la intervención de las antiguas guerrillas maoístas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, versadas en la lucha contra Turquía, se ha logrado impedir la toma de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí.
Hoy Estados Unidos y los países europeos, a la par que combaten al Estado Islámico en Irak, a ese mismo grupo lo siguen ayudando indirectamente en Siria, donde la mayor parte de dinero y armas que le son entregadas a los grupos terroristas que combaten al Estado laico, terminan en poder de los yihaidistas, quienes han hecho de Raca, la Kandahar del siglo XXI, siendo además la nueva potencia petrolera del Medio Oriente, con la complicidad de occidente, que directa o indirectamente adquiere ese oro negro con el que se financia la organización que supuestamente muestran como “enemiga”.
Aun así, la inestabilidad en Medio Oriente está lejos de terminar, pues atrás quedaron los tiempos en los que a Estados Unidos le interesaba la tranquilidad de la zona para mantener estables los precios del petróleo, ya que desde el 2013 el país norteamericano se convirtió potencialmente en uno de los mayores exportadores de petróleo del mundo, produciéndose un cambio de posiciones, pues una alza en este recurso energético, contrario a lo que pasó tras el embargo de la OPEP en 1973, hoy le generaría ganancias importantes a esa desgastada economía que a pesar de seguir siendo la más fuerte del mundo, alberga a 60 millones de pobres, quienes tendrían un buen nivel de vida con tan solo un 20% de gasto militar anual.
PDATA. Mientras la mayoría de países latinoamericanos ya se han manifestado frente a la posibilidad de abrir mercados en Rusia tras el embargo a las importaciones de productos agropecuarios provenientes de la UE y de EEUU, Colombia ha permanecido muda al respecto ¿Se irá a dejar pasar ese papayazo para no “enojar” al Tío SAM?