Desde que fue publicada la carta de los cien Nobel solicitando a Greenpeace reconsiderar su postura sobre los transgénicos -- haciendo énfasis en el arroz dorado-- , estuve buscando en la red una voz autorizada que explicara el tema de una forma sencilla y al alcance de los no iniciados. Después de todo, se pueden escuchar muchísimas opiniones de periodistas, generalmente contradictorias y esencialmente superficiales. Cien premios Nobel, en cambio, pueden generar fácilmente una falacia de autoridad en quienes no sabemos nada de biología y, al mismo tiempo, resulta difícil discutir la autoridad de sus argumentos con simples prejuicios preventivos, que son bastante populares en la cultura occidental, especialmente en Latinoamérica. Tras una búsqueda breve, lo único que pude concluir es que la información sencilla y esclarecedora es escurridiza y difícil de encontrar. Sin embargo, una de las opiniones que esperaba con mayor interés era la de Brigitte Baptiste, directora del instituto Humboldt. Su opinión apareció en la Revista Semana, en un prometedor artículo titulado Nobel Vs. Greenpeace.
Inicialmente, y como soy una persona de razonamiento más bien escueto, esperaba una respuesta simple. Pero el artículo de Brigitte ahonda en la ambigüedad e incertidumbre que puede respirarse en un ambiente enrarecido por el apetito económico de las grandes corporaciones y el extremismo ideológico del conservacionismo de Greenpeace. Las preguntas que rondaban en el aire se quedaron sin una respuesta lapidaria. ¿Son malos los transgénicos? ¿Es el arroz dorado esa utopía contra el hambre que prometen los medios? ¿Cuántas veces Monsanto ha aparecido como el maquiavélico demonio de la película? ¿Es fiable el altruismo detrás de quienes impulsan el arroz dorado? ¿O Son tan malvados como los imaginamos? ¿Será posible un punto medio, un transgénico políticamente correcto como presentan los premios Nobel al arroz dorado?
Hablando de arroz transgénico es casi imposible no traer a colación el documental 970, de Victoria Solano, hoy sepultado por el olvido mediático, y que en su momento suspendió la directiva 970 del ICA que ordenaba la destrucción de toda semilla no autorizada dentro de los conceptos de propiedad intelectual. La resolución 970 inició en el 2010 y que se vinculó con las condiciones del TLC con Estados Unidos y las exigencias de protección a la propiedad intelectual. El ICA respondió en su momento alegando que las semillas no habían sido destruidas por violar derechos de autor si no por problemas sanitarios de almacenamiento, y desligó la resolución 970 de exigencias comerciales sobre derechos de autor, más ligadas según Solano y el ICA al UPOV (un convenio internacional para la unión y protección de seres vegetales) que Colombia reafirmó dentro de los requisitos del TLC.
Diga lo que diga el ICA, y desde aquel entonces, para mí la suspensión de la resolución 970 ya implicaba un alto grado de culpa y responsabilidad.
¿A qué viene todo esto? A que según comentarios de algunos periodistas, el arroz dorado carece de patentes. Así que es como un pato de goma nadando en un lago de lava derretida.
Es normal que quienes invierten cantidades obscenas de dinero en la investigación (investigar no es barato, y por eso nosotros no lo hacemos) recuperen su inversión a través del costo de lo invertido. La investigación requiere talento y dinero. Pero existen factores de control (la necesidad institucional de que entre el Estado a regular, cosa que menciona Brigitte en su artículo como uno de los factores de desconfianza de la gente común hacia las industrias) el termino soberanía alimentaria hoy parece ideológicamente propiedad de la izquierda, tratarlo es confuso y muchos describen la soberanía alimentaria como una especie de vergüenza estatal, un discurso primitivo y anacrónico que atenta contra las libertades del mercado. Ese es un tabú económico cuyo sentido desconozco. ¿Por qué es malo que un país produzca su propia comida? ¿Acaso no dependemos ya en demasiadas cosas del mercado exterior como para seguir arriesgando la comida?
En los últimos meses hemos visto que por variaciones de la moneda todo lo que viene del exterior ha incrementado de tal modo su valor que la gente ha optado por buscar alternativas nacionales. Ese sobrecosto le dio un pequeño respiro a la producción agrícola nacional, pero sin duda el respiro se convertirá en ahogo una vez la moneda se deprecie bajo cualquier circunstancia, arruinando de nuevo la enclenque producción agrícola nacional.
Ejemplo de ello es que Colombia produce 2.8 toneladas de maíz por hectárea mientras que Estados unidos produce 10 Toneladas en el mismo espacio. Chile por su lado supera la marca norteamericana y alcanza las 10.6 toneladas por hectárea. Ciertamente no podemos competir en igualdad de condiciones con quien produce 4 veces lo que producimos en la misma cantidad de espacio, así que, ¿Son los transgénicos la salida? ¿Podremos ser competitivos si remplazamos nuestras semillas por semillas mejoradas?
Es más, creo que la pregunta realmente importante es ¿No podríamos nosotros desarrollarlas? ¿No podríamos nosotros llevar a cabo investigaciones en alianzas público-privadas con transgénicos de patentes abiertas? ¿No podría florHuila aliarse con la Universidad Nacional y el Ministerio de Agricultura para financiar investigaciones en transgénicos locales? Eso pondría a disposición de los campesinos semillas competitivas que no comprometan la soberanía alimentaria. Y si nos queda demasiado complicado hacerlo solos ¿No podría Unasur servir para algo, y financiar investigaciones agrícolas para los países miembros? ¿Es acaso tan difícil?
Puede que a los economistas les enoje que el Estado proteja un sector de la economía, y, sin embargo, ¿No podríamos ignorarlos e intentarlo?
En su nota Transgénicos o no transgénicos, publicada en el diario La Patria, la columnista María Carolina Giraldo nos menciona que para muchos de los firmantes, el problema de los transgénicos es político y no científico. ¡Tiene toda la razón! Pero no por el hecho de ser un problema político debe tomarse a la ligera.
@etarinae