Tal vez mi visión de los resultados de cinco meses de medidas absurdas, contradictorias, pobladas de falta de autoridad, llenas de sesgos políticos y de muchas fake news sea un poco subjetiva, pero, la verdad, no veo ningún cambio significativo desde lo moral, lo espiritual o lo intelectual de la población.
Seguimos aguantando a los vecinos ruidosos y abusivos que no han entendido que los demás merecen su descanso, paz o tranquilidad y no escuchar el reguetón (hip hop o rap) a todo volumen.
La gente prefería gastar los pocos recursos en bebidas alcohólicas que en alimentos y, luego, descaradamente pedían auxilio al Estado que nunca desprecia esas ocasiones para ejercer su paternalismo.
Las personas siguen colándose en las filas y gritando a viva voz “usted no sabe quién soy yo”.
Sigue imperando el “sálvese quien pueda” y el “primero yo, segundo yo y, por último, yo”.
Se siguen robando los recursos del Estado de manera descarada y ya alistan motores para las próximas campañas electoreras. La corrupción campeó a sus anchas en medio de latas de atún de $20.000 y libras de arroz de $30.000 de manos de alcaldes o alcaldesas que vieron su oportunidad de pescar en río revuelto.
Se le abrieron las agallas a un montón de comerciantes que descaradamente aumentaron los precios de los productos necesarios para la higiene personal (alcohol o gel antibacterial están por las nubes) y de algunos productos de la cesta básica.
Se organizó un auxilio otorgado por el gobierno que no servía más que para medio paliar el hambre de muchas familias.
Shows de una hora o más donde los presidentes o funcionarios(as) variopintos(as) (colmados de privilegios e ingresos groseros) decían “quédate en casa” mientras muchos veían sus negocios o empleos naufragar en medio de este virus inmisericorde.
Retenes policiales y decomiso de vehículos para cumplir con las oscuras cuotas de los grandes carteles de los patios de estacionamiento y los servicios de grúa que pululan en los municipios bajo la mirada cómplice de los alcaldes y alcaldesas.
Muchos empresarios que se hicieron los locos y no han pagado el merecido salario a sus empleados u operarios.
Las empresas de telefonía móvil y de servicios de internet o televisión por cable se dieron gusto suspendiendo los servicios y cobrando reconexiones.
Los servicios como el acueducto, la electricidad o el gas domiciliario aumentando inmisericordes para los estratos a partir de 3.
Los profesores de los sindicatos jurásicos que manejan la educación pública que arrasaron con Wikipedia y la web del profesor para planear sus clases, llenando a niños y adolescentes de tareas que debían ser realizadas a toda carrera con la inevitable participación de toda la parentela en el hogar.
La gente al final se tomó las sucesivas “cuarentenas” como festivos largos o vacaciones forzosas, pero no se generó un cambio en la mentalidad de nadie; tal vez, de pronto, en las víctimas o familiares de aquella locura viral llamada COVID-19; pero el resto de la humanidad no aprendió mucho.
Ahora nos llaman a afrontar la “nueva (a)normalidad”, “aislamiento selectivo” o “nueva realidad”; que no es más que salir a la calle con tapabocas, el frasco con gel o alcohol, los guantes y, en caso extremo, el traje de bioseguridad; a ver unos negocios cerrados unos días y abiertos otros; a tomarle la mano al monstruo del desempleo y a sentir la angustia del día a día frente a una pandemia que le debemos a las antihigiénicas costumbres de algunos habitantes de una “potencia mundial” y al desorden de una población que tiene un virus aún peor que cualquier otro que haya azotado a la humanidad, la pura y simple indisciplina.
Pero tras esa visión, tal vez muy pesimista que me inunda, sí lograron brillar muchos héroes anónimos y muchas personas o instituciones que antes, durante y después de esta locura siempre han sido guías y brújulas morales frente a una humanidad más preocupada por banalidades que por intentar evolucionar y ser mejores frente a los demás y a las circunstancias. A ellos mi agradecimiento y felicitaciones.