¿Alguien extraña a Juan Manuel Santos?

¿Alguien extraña a Juan Manuel Santos?

Como en la era pos-Obama, tras el fin del mandato del nobel, la vibración cambió a un polo peligroso, guerrerista, reivindicativo, rencoroso, berrinchudo y bravucón

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
febrero 27, 2019
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¿Alguien extraña a Juan Manuel Santos?
Foto: Instagram @juanmanuelsantos

Como están las cosas en el mundo (al revés y empeorando) cualquier pelele puede llegar a ocupar el cargo de presidente de una nación o autoproclamarse como tal (qué locura, ¿no?), asunto que se va a poner de moda con los precedentes cercanos. Lo que quiero dar a entender es que una cosa es ser presidente (ascendido a esa magistratura por algo, por alguien, a fuerza de maquinaria, o porque el pueblo lo eligió a punta de engaños y tergiversaciones, en fin, porque otro le dejó el camino servido, o como decimos en Colombia, porque se le apareció la Virgen), pero otra muy distinta es ser un estadista. Estadista, lo mismo que decir hombre de Estado, persona experta en asuntos políticos, autónoma, independiente, con criterio propio, con amplio recorrido en la vida pública. En otras palabras, personalidad que está más allá de las circunstancias y de la divisiones políticas, que convoca y no divide, que calma la tormenta y no la aumenta. Y es que un estadista trae sosiego y optimismo en todas las esferas, que van desde lo socio-político y económico, hasta lo más simple y a la vez fundamental como lo es el núcleo familiar. Desde esta perspectiva tener un estadista en “casa” es el mejor calmante para el sistema nervioso y no contar con él es motivo más que justificado para pedir cita con el psiquiatra. Colombia sí que necesita con urgencia un loquero.

Con un hombre de Estado no hay espacio para el caos y menos para esa sensación loca y desesperante de no saber hacia dónde se dirige un país. En todo caso, cuando no sabemos hacia dónde vamos, lo más seguro es que nos aguarde el abismo. Mejor dicho, cuando habemus estadista no hay espacio a improvisaciones ni al caos ni a la incertidumbre ni al pánico generalizado. En fin, si una palabra puede resumir a un estadista sería esta: capacidad. Y siempre que hablo o escribo sobre el concepto de estadista evoco la figura flemática (la famosa flema inglesa, esto es, imperturbabilidad), segura, firme, sensata e inteligente de Winston Churchill, ese gran personaje que durante los largos meses que duraron los bombardeos alemanes sobre el Reino Unido se dirigió a través de la radio para mantener la esperanza, la calma y el valor y la resistencia de su pueblo. Churchill: el hombre sereno y mesurado, culto, artista, Nobel de Literatura, o esa figura clave en la Segunda Guerra Mundial, en cuanto que fue cerebro, guía, sabiduría y templanza para los aliados (mis respetos para un político así).

Por otro lado, y para conectar con el encabezado precedente, ayer vi en internet una fotografía de Barack Obama y Juan Manuel Santos: el reencuentro de dos estadistas, le duela a quien le duela y así armen berrinche los que sabemos, es decir, los de siempre. A pesar de lo criticado y perseguido que fue Obama en EE. UU., por oscuras entidades tipo Ku Klux Klan, nadie puede negar que el mundo durante su mandato tuvo una vibración positiva y, por ende, existió una paz relativa (paz absoluta no habrá en la tierra, así solo sobrevivan al exterminio dos pelagatos, los más seguro pendencieros, y Dios no lo permita, colombianos). Y bien, asumió el histriónico y bufonesco Trump y hoy observamos un planeta que parece una de esas bombas tipo caricatura a punto de explotar. En Colombia sucedió algo semejante: Juan Manuel Santos terminó su mandato y la vibración cambió a un polo peligroso, guerrerista, reivindicativo, rencoroso, berrinchudo, bravucón con los de acá y con los de más allá, con el vecindario: ¡la guacherna se alborotó! Qué imagencita de arrodillados, de lambones y pendencieros la que de gratis nos ganamos los colombianos por cuenta de unos pocos. Los que no tienen la oportunidad de salir de este rancho ni se dan cuenta ni les importa, pero otros que de vez en cuando tenemos la fortuna o el infortunio de cruzar los umbrales de esta parroquia lo vivimos en carne propia.

Señoras y señores del muy tolerante, cristiano y piadoso público: díganme lo que quieran de Santos, “que le entregó el país a las Farc”, “que la mermelada”,” que todo lo maquinó para ganarse el Nobel de la paz”, que esto y lo otro ad infinitum… aún en el extremo que todo hubiera sido negativo nos dejó un legado enorme para fundamentar la paz y el diálogo entre los enemigos a muerte. Para mí ese legado vale más que el huevito, que los dos huevitos, que los tres huevitos, ya no sé ni cuántos son, de alguien cuyo nombre no quiero recordar para no perturbar la paz de los panelistas en esta sala virtual, pues basta mencionar ese nombre innombrable para que se pongan pálidos unos, rojos como un tomate otros, le dé un cólico a este, un soponcio a esta y, por qué no, para que un montón de furibundos echen espumarajos de epiléptico por ojos, boca y nariz y otras partes que no nombro por pudor sacrosanto. Tampoco quiero que se enciendan las redes y haya fumarolas y cortos circuitos y lluvia de madrazos y gonococos a diestra y siniestra, por ese nombre que ya se me olvidó, y por el amor de Dios, nadie me lo recuerde aquí abajo, en los comentarios. Dios me los bendiga: peace and love, be happy. Yo por lo menos, aunque no simpatizo con Juan Manuel Santos, y siempre tuve mis reservas con él, hoy extraño la Colombia de hace 9 meses. La Colombia de hoy es incierta, pues nadie sabe hacia dónde vamos, si a la guerra como Mambrú, si camino a ser sirvientas y meretrices de los marines gringos, o acaso vamos rumbo a convertirnos en una casa de reblujo (yo sé que lo castizo es rebujo, para que los ilustres panelistas puntillosos no tengan el papayazo de insultar a mi santa madre Q.E.P.D), pero es que suena más reblujado que la diga así, pues esto es un pandemónium y un zafarrancho que me tiene mareado, y la verdad con lo que me molesta viajar en barco, y este bendito barco llamado Locombia se mece al ritmo de unas olas muy bravas y azarosas.

Posdata: si alguien sabe dónde dictan cursos para estadistas, que alguien se lo comunique a otro que todos sabemos quién es y que tampoco quiero nombrar.

 

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