El desplazamiento del Consejo Comunitario Unión Río Chagüí, en Tumaco, Nariño, se torna sintomático de una realidad que para espanto parece retornar al país. Así también se siente en el bajo Cauca antioqueño. En el Valle y el Cauca. En el Tolima y Huila, en Norte de Santander, en el sur de Córdoba, en Arauca. Noticias de situaciones parecidas llegan desde Putumayo, Caquetá. Regiones como el Urabá se hallan dominadas por grupos armados.
Que no son desde luego la Policía Nacional, el Ejército o la Armada. Se trata de bandas organizadas que imponen su ley y autoridad mediante las amenazas, el miedo y la muerte que pueden ejercer gracias a su poder armado. En algún momento, veinte años atrás, en tiempos de la guerra cruenta con las Farc, estas consiguieron sacar los puestos de Policía de muchos municipios y territorios, ejerciendo de este modo la única autoridad en ellos.
Hoy en día la situación se torna extrañamente más delicada. Ninguno de los grupos armados que dominan amplias extensiones de la geografía del país, ha expulsado las fuerzas policiales o militares. Se entiende más bien que la presencia de las fuerzas armadas oficiales es mayor que antaño, y que permanentemente se habla de reforzarla. Pese a ello las organizaciones ilegales armadas campean, intimidan, violentan a la población. Algo muy raro pasa.
Oímos con asombro que regresan los desplazamientos, las masacres, los asesinatos de líderes sociales y reincorporados en distintas regiones de Colombia. Retornan las noticias de víctimas decapitadas, como en los peores tiempos del paramilitarismo y sus horrores. De hecho se habla de grupos paramilitares, y aunque especialistas y gente común reconocen una diferencia con los existentes en los años 80 y 90, la percepción de su existencia no puede ser negada.
En varios departamentos, como el Chocó, estos grupos se encuentran enfrentados a muerte con viejas guerrillas como el ELN. Se sabe que cuando este tipo de conflictos se presentan nadie está seguro. La lógica de la guerra divide la población en dos grupos, los que se hallan de mi lado y los que están contra mí. Con la dificultad absurda de que así piensan los dos bandos, creando un ambiente de zozobra permanente entre la gente atrapada por ambos.
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Circulan en todas partes amenazas de muerte por parte de grupos armados. ¿Cómo llegamos a este punto?
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Circulan por todas partes amenazas de muerte por parte de grupos armados. ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Acaso los diez millones que eligieron a Iván Duque, lo hicieron deseando esto? Definitivamente no. Votaron por una apuesta de orden, de estabilidad, de autoridad, por un gobierno que impidiera el caos. Creyeron que un retorno de la seguridad democrática les traería un largo respiro. Apostaron a que el aliento de Uribe significaría seguridad con Duque.
Salta a la vista la enorme equivocación cometida. El discurso de inconformidad con la paz y los Acuerdos de La Habana, a los que se culpaba de innumerables problemas en el país, no solo pareció alentar la profusión de grupos herederos del paramilitarismo, sino que desató la conformación de nuevas organizaciones que se llaman a sí mismas guerrilleras, las que bajo el título de revolucionarias, enrarecen aún más la vida rural y urbana del país.
Unas, que invocan el nombre de Farc-EP, alegan que solo hay una única Marquetalia, la que ellos representan como legado histórico, y mediante sus comunicados públicos declaran la guerra abierta a otras que resolvieron llamarse Segunda Marquetalia. Advierten que combatirán al paramilitarismo y mediante avisos de frentes que dicen aparecer en una y otra parte, advierten de limpieza social, de muerte a marihuaneros y de horarios obligatorios.
Aseguran combatir contra el imperialismo yanqui y el régimen fascista. Que su meta es el poder para el pueblo. No captan que sus hechos, su discurso de guerra, sus amenazas, sus enfrentamientos continuos generan un clima insoportable y de rechazo, en un país que quiere cosas distintas. Tampoco que sus catilinarias contra el partido Farc y su dirección, se suman a las acciones de la ultraderecha por hacer trizas la paz y la esperanza en un cambio.
Por su parte crece el despertar social en las ciudades, la movilización popular, afectada también por extremas violentas que abren al régimen la posibilidad de responder con represión pura. La única posibilidad de que Colombia se sacuda de esta situación, se halla en la acción multitudinaria de la gente cuya conciencia le indica que esto no puede seguir así. La acción provocadora o irresponsable de pequeños grupos desanima y desmoviliza a las mayorías.
Por eso las voces que culpan de ello al propio gobierno. Aunque haya acción anarquista que apuesta a destruir con piedras el sistema. Una cosa es cierta, Duque no hace nada. Pese a lo que él crea, con su amigo Guaidó y sus cumbres con Pompeo nada bueno le espera al país. El descontento generalizado apunta a 2022. Una férrea unidad popular puede cambiarlo todo.