Pensaba no escribir hoy, pero la noticia sobre la muerte de Alfredo Molano me hizo cambiar de opinión. Creo que para quienes amamos las letras, su partida deja un profundo vacío. Era un escritor, pero también un gran maestro.
Nos enseñó una nueva forma de pensar el conflicto interno del país, de narrar, de adentrarnos en los acontecimientos, de ponernos en los zapatos de todos aquellos que protagonizaban sus historias.
Quienes llevamos años en el ejercicio periodístico, quizá teníamos como referentes a Gabo, Juan Forn y Martín Caparrós, pero, sin duda, en un puesto privilegiado a Alfredo Molano.
Leyendo y releyendo sus líneas se descubría un trabajo juicioso por corregir una y otra vez hasta presentar la historia de una forma tan sencilla, que todos pudieran entender a qué se estaba refiriendo por complejo que fuera, y tuvieran una clara comprensión del mensaje final. Y no hay nada más subversivo y transformador, que la idea sembrada en la mente de una persona. Definitivamente fue un científico de las letras, si ese término es válido en casos como el suyo.
¿Quién no leyó sus columnas periodísticas? ¿O quizá se tomó el tiempo para leer con detenimiento alguno de sus libros? Fuimos muchos. Estoy convencido que las nuevas generaciones manifiestan interés en su prosa, con sobrada razón.
Demostró profundidad sobre los temas que escribía. No improvisaba. Su preocupación no era escribir por escribir ni producir libros como quien fabrica tapas de gaseosa, en serie, paga ganarse unos pesos.
Algo que muchos desconocen es que buena parte de los textos, primero fueron escritos a mano, en libretas que llenaba profusamente, algunas de las cuales conservaba e incluso llevó en el exilio, cuando las fuerzas oscuras que persiguen a quienes piensan diferente, lo hostigaron porque estaba afectando sus intereses particulares. En otras palabras, estaba pisando callos.
Lo escuché no una sino varias veces. Sencillo. Como las personas que saben realmente quiénes son y no necesitan acudir a la arrogancia para que los tengan en cuenta.
Pausado, apasionado, con una mirada brillante que contagiaba la pasión con la que respondía las entrevistas. Pero, además, con la sabiduría de los años que te lleva a caminar sin afanes porque sabes que llegarás a la meta que te has fijado.
Con Alfredo Molano se fue uno de los grandes y cuánta falta nos hará. ¡Paz en su tumba al escritor, periodista y académico!