Alfredo Hoyos, mucho más que un exitoso empresario

Alfredo Hoyos, mucho más que un exitoso empresario

En el marco de un evento de la Andi, Juan Nicolás compartió con el fundador de Frisby. Aunque el tiempo fue corto, la experiencia dejó huella

Por: Juan Nicolás Gaviria B.
diciembre 15, 2020
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Alfredo Hoyos, mucho más que un exitoso empresario

No recuerdo con exactitud el año, creo que era el 2015. Sí recuerdo que estábamos en Medellín, en el marco de la Asamblea General de la Andi. También, que como todos los años me resultaba fascinante participar en ese espacio, donde podía compartir con los grandes empresarios de Colombia como si yo fuera uno más, aun siendo el más joven de todos.

Al cabo de un par de días de asamblea y participar de conversaciones que te abren la mente, concluyó el evento y era hora de regresar a casa. Pues bien, mi vuelo salía de Rionegro y quien conozca ese trayecto sabrá que no es corto, sino más bien dispendioso.

Nos estábamos despidiendo entre todos los pereiranos que asistimos al evento y por esas casualidades de la vida, o quizá por ese sentimiento paternal y de cuidar a los suyos que lo caracterizaba, don Alfredo ofreció llevarme al aeropuerto, no sin antes advertirme que debíamos pasar primero por un punto de venta que quería visitar antes de irse.

Imagínense mi sorpresa, por supuesto le dije que sí. Ni siquiera advertí si podía perder mi vuelo, la verdad no me importaba, pues la oportunidad de compartir y ver en acción a semejante empresario no se tiene todos los días. Estaba a punto de recibir una clase magistral que pocas veces recibiré y espero algún día poder dar.

Emprendimos entonces el camino, el punto de venta estaba ubicado en el barrio Laureles, este punto de venta recientemente había sido remodelado, en palabras de don Alfredo se quería volver a un formato familiar. Un espacio donde el cliente pase más tiempo en el punto, las familias tengan un lugar de esparcimiento y así el ticket promedio se incremente.

En el trayecto desde el centro de convenciones al punto de venta, don Alfredo me preguntó cómo iba, en que negocio estaba por esos días, por mi familia, en fin, preguntas a las cuales respondí rápidamente, pues quería invertir la dinámica y enfilar baterías a poder yo preguntar cuanta cosa se me ocurriera. Mi ansiedad creo que se podía notar.

Le pregunté de todo, cuanta cosa venía a la cabeza sobre estrategia, modelo de negocio, innovación, responsabilidad social empresarial, etc. A todo me dio respuesta. Esto fue un MBA exprés. Finalmente, llegamos al punto de venta donde recibí otra clase magistral; pero esta ya no de empresarismo, esta fue de humanidad.

Desde el momento en que se bajó del carro el hombre dejó de ser hombre, se transformó en un ser particular; la energía del lugar cambio. En los colaboradores se podía sentir una sensación entre ansiedad y felicidad. Era como si una fuerza omnipresente finalmente hiciera presencia.

Don Alfredo no dejaba pasar detalle, baldosa a baldosa, silla a silla, equipo a equipo, todo lo revisó. También con todo su equipo de colaboradores conversó, a la gran mayoría los conocía por nombre y en varios casos incluso a sus familias, todos lo querían saludar a lo sumo interactuar de alguna forma con él. No era el gran jefe quien estaba allí, era el líder quien los visitaba ese día.

En efecto, el punto de venta resplandecía de lo nuevo que estaba. Sin embargo, el “ojo de amo engorda el ganado” y los detalles que para cualquiera pasan desapercibidos para él no. Preguntó por la presión del agua, los puntos de gas, la trampa de grasas, los problemas que se tuvieron en el proceso de remodelación que ni el administrador conocía. La tenía clara.

Revisó palmo a palmo, abrió todas las puertas, se sentó en diferentes mesas y solo miraba, pensaba, analizaba, para después tirar unas perlas o insights que lo dejan a uno frío. Y creo que allí radicaba su genialidad, su capacidad de entender al cliente, entender al humano, el oficio que el cliente necesita sea resuelto y el cómo. Eso no se aprende en ninguna universidad.

La visita concluyó, se despidió de todos y cada uno de sus colaboradores, mandó saludos a esposas y esposos, hijas e hijos, a cada uno le dedico un momento. Emprendimos entonces el camino a Rionegro otra hora más para consultar, indagar y compartir.

Don Alfredo, creo yo, sentía la vida de una forma particular; sin afán, como quien sabe que las puertas de una forma u otra estarán abiertas y las soluciones llegarán. Lo rodeaba un halo de paz y tranquilidad que se contagiaba.

Hoy despedimos al empresario, al amigo, al padre, al abuelo. También despedimos al líder del “capitalismo responsable” en Colombia, quien con hechos y gestos, no con discursos, enseñó que el amor, la empatía y la simpatía resultan ser el mejor incentivo en un equipo de trabajo. Tal vez por eso  "nadie lo hace como Frisby lo hace".

Hoy, yo despido al papá del amigo; al maestro que tuve por unas horas solo para mí.

Hasta pronto don Alfredo.

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