Hace un siglo, el 30 de junio de 1913, nació Alfonso López Michelsen, el hijo del presidente López Pumarejo que encabezó la “Revolución en marcha”, y los diarios liberales rememoran la fecha considerándolo el “hombre del siglo XX”. Quizá sea solo un panegírico de quienes tanto recibieron de él, pero lejano de las nuevas generaciones que hoy ni siquiera le otorgaron un sufrido voto en la encuesta de History Channel como el colombiano de todos los tiempos.
Y claro, la prensa habla en especial de su periodo presidencial como un cuatrienio de grandes transformaciones. Electo en 1974 como el primer mandatario pos Frente Nacional, que había aletargado al país por 16 años, López Michelsen no fue ni la sombra de las ejecutorias del primer gobierno de su padre, 1934-1938, pero como el progenitor, también terminó por dejar fletadas las esperanzas de tantos colombianos en un proceso real de cambios sociales y políticos.
Algo va de un López a otro
López, el viejo, representante legítimo del establecimiento y gran burgués él mismo, le dio un gran impulso a las reformas sociales que reclamaba el país tratándose de ponerse en sintonía con la modernización tras décadas de atraso. Para ello era necesario contar con el apoyo de la naciente clase obrera en la obra transformadora. Entonces llegó una nueva legislación laboral, avanzada para la época y con ella el apoyo sostenido del movimiento sindical. Los campesinos, por su parte, se ilusionaron con la Ley de Tierras, el primer intento de las clases dominantes de resolver la inequidad agraria.
Sin embargo, en su segunda administración de 1942-1946, y tras la “pausa” del presidente Eduardo Santos, -tío abuelo de Juan Manuel Santos- quien consideraba que se había ido muy lejos, y opuesto a su reelección apoyando a otro candidato, López puso el freno de mano al proceso de cambios que había iniciado en los treinta y terminó renunciando en 1945, un año antes de culminar su mandato. Después vendría el año del liberal Lleras Camargo y el interregno de dictaduras conservadoras hasta la caída del Rojas Pinilla en 1957 que llevaron al país a la peor violencia.
Precisamente con el fin del régimen despótico del general Rojas, Alfonso López Michelsen decide dejar el exilio mexicano y regresar a Colombia. Comenzaba el Frente Nacional que pactaron los sectores dominantes, de los dos partidos tradicionales, encabezados por Laureano Gómez, por el conservatismo, y Alberto Lleras y Alfonso López Pumarejo, por el liberalismo.
El nuevo régimen político, votado en forma abrumadora en el plebiscito del 1 de diciembre de 1957, (y que ponía borrón y cuenta nueva a todo el periodo de Violencia como si un hubiera pasado nada) determinaba un sistema de alternación presidencial en el que los dos partidos se repartían en poder cada cuatro años y ninguna otra formación política podría tener acceso a la dirección del Estado, a las cámaras, asambleas y concejos o a la administración de justicia. Quien no fuera liberal o conservador, automáticamente se convertía en un ciudadano de segunda clase.
El otro cuatrienio
Y aquí viene, entonces, el cuatrienio de la esperanza. No el del Mandato Claro de la administración de López Michelsen, 1974-1978, que el pueblo llamó el “mandato caro, con la más aguda inflación quizá de toda la historia del país, cercana al 40% y el consiguiente alto costo de vida. Todo esto condujo a que el sindicalismo se uniera por primera vez e impulsara con sus cuatro centrales, CSTC, UTC, GCT y CTC, el más grande paro cívico que haya vivido Colombia. La acción represiva del gobierno de López Michelsen dejó un saldo de más de una veintena de muertos, centenares de heridos y miles de detenidos. Fue tal la movilización nacional y la furia popular que el mismo presidente llamó la jornada como “el pequeño 9 de abril”.
El cuatrienio de la esperanza de López Michelsen sí que marcó a toda una generación. Y despunta apenas se conocieron los resultados de plebiscito. En enero de 1958, el dirigente liberal con 45 años, que comenzaba así tardíamente su vida política, alertó al país de los graves males que le deparaba a la democracia el naciente Frente Nacional. Y con un destacado grupo de intelectuales, entre ellos, Felipe Salazar Santos y Álvaro Uribe Rueda, funda el Movimiento Revolucionario Liberal y el semanario La Calle, que se mantuvo, en una proeza de la prensa disidente liberal por cuatro años.
Muy pronto las ideas de López se abrieron paso. Y en las plazas públicas comenzó a bullir el ánimo de cambio con fuerte presencia de todos los sectores inconformes, entre ellos los comunistas y toda la izquierda que veían en el MRL una alternativa real de poder. Eran los tiempos del inicio de la Revolución Cubana que comenzaba a ejercer enorme influencia en América Latina.
Y en los primeros comicios del Frente Nacional, en marzo de 1960, el MRL obtiene 310.000 votos, un holgado 15% del electorado, y 17 Representantes a la Cámara. Entre ellos, el mismo López y cuyo suplente era el veterano dirigente agrario comunista y ex guerrillero Juan de la Cruz Varela, lo que demostraba la claridad política del jefe liberal de mantener alianzas con los sectores sociales más importantes del país y no temerle al sambenito del anticomunismo.
López, dispuesto a derrotar el Frente Nacional, prosiguió su frenética marcha nacional contra la alternación presidencial y decide lanzarse como candidato liberal a la primera magistratura que le correspondía a un conservador. Entonces esgrimió la tesis del constituyente primario como el definitivo a la hora de las decisiones electorales. En los comicios para el Congreso de marzo de 1962, el MRL y sus aliados de izquierda, doblan la votación de 1960: 610.000 votos y obtienen 33 de los 145 Representantes a la Cámara, entre ellos varios líderes sociales revolucionarios, y 12 senadores.
Una esperanza llamada MRL
Entonces el establecimiento, que comenzaba a tomarle gusto a la repartija burocrática y a las mieles del poder, comenzó a llenarse de pánico, mientras en los sectores populares y de la juventud, que no tenían canales de expresión crecía el apoyo a López y a su programa revolucionario SETT, Salud, Educación, Tierra, Techo y Trabajo.
Nunca se nos olvidará a Manuel Vásquez Castaño, cofundador con su hermano Fabio del ELN, en uno de los pasillos del Capitolio, durante el primer congreso de las Juventudes del MRL, en 1962, despidiéndose de sus compañeros de militancia camino a la Federación Mundial de la Juventud Democrática, en Budapest, donde a esta organización se le otorgó un asiento.
Entre los cuadros juveniles de ese entonces, nutridos en las ideas del MRL, se destacaban también, Marco Palacios, Puyana, Gabriel Bustos, para citar algunos.
Y entre la intelectualidad las filas del MRL se llenaron de personajes dándole brillo a ese cuatrienio de esperanzas: historiadores como Indalecio Liévano Aguirre; poetas como Jorge Gaitán Durán; arquitectos como Hernán Viecco; artistas como Bernardo Romero Lozano, Jorge Elías Triana e Ignacio Gómez Jaramillo, además de los más destacados líderes de la izquierda, entre quienes se destacan Gerardo Molina; Diego Montaña Cuéllar, Alfonso Barberena, el más destacado dirigente popular del Valle; y Estanislao Posada, líder del liberalismo antioqueño, Luis Villar Borda.
Las bancadas del MRL en el Congreso, Asambleas Departamentales y Concejos Municipales, mantenían una férrea oposición al sistema y denunciaban todas las tropelías del primer mandato del Frente Nacional en cabeza de Alberto Lleras Camargo. Miles de cuadros se formaron en esta gesta popular, y no era raro ver al MRL en las carpas de los huelguistas, en las marchas estudiantiles y todas las acciones sociales por el cambio. Fue resonante su apoyo a la huelga de Avianca con toma de El Capitolio.
“Ahí les dejo la sigla”
Vendría la prueba de fuego del MRL: las elecciones presidenciales de 1962. Un solo candidato, el del Frente Nacional, el conservador Guillermo León Valencia. Y López contra todo el establecimiento. Fue una campaña dura y desigual en la que el MRL unido resistía el embate de la gran prensa y radio, que no escatimaba insultos y hacía gala de su arsenal anticomunista. En ese cometido electoral nos tocó apoyar, siendo aun un mozalbete, la gran manifestación de Barranquilla, donde López alternó por primera vez en la tribuna, en una plaza de San Nicolás llena hasta las banderas, con Gilberto Vieira, secretario general del partido comunista. Contrario a lo que se decía, ese paso produjo más votos que los reportados en marzo.
López obtuvo finalmente 624.863.000 votos, un poco más de los sacados para las parlamentarias. Pero aun así correspondía al 25% de electorado. Guillermo León Valencia, sumando liberales y conservadores, sacaba 1.633.873. 000 sufragios.
Entonces, lejano al lema de Franklin Delano Roosevelt, el presidente norteamericano que se ufanaba en proclamar que él era un traidor a su clase, López, sabiendo que continuar esa lucha contra el sistema iba a ser ruda y prolongada, vuelve al redil de su clase. Sin tapujos, decide apoyar el nombramiento de un dirigente del MRL, Juan José Turbay como ministro de Minas y Energía del presidente Valencia, contra el querer del movimiento.
Así se abría paso el terreno de las divisiones y de la trashumancia parlamentaria con el norte puesto ahora en la colaboración con el gobierno. Muy atrás quedaba entonces, la célebre frase de López de “pasajeros de la revolución, favor pasar a bordo”. Pronto el MRL entró en barrena y antes los reclamos de las bases y sectores radicales, López, en una frase de esas que lo marcaban cuando quería poner punto final a algo, les dijo, “si quieren, ahí les dejo esa sigla”.
Esos cuatro años de los bríos de izquierda de López fueron de intensa lucha social y política que con dinamismo y compromiso supo liderar. Y que logró integrar a un naciente movimiento contestatario tras nueve largos años de ostracismo causados por la ilegalidad a la que fue arrojado desde 1948 a 1957. Años en los que se dibujó una esperanza por los cambios.
López pactaría después, en 1967, con el partido liberal. Y en pleno Frente Nacional aceptó la gobernación del naciente departamento del Cesar, nombrado por Lleras Restrepo. Éste revalidaba la entrega nombrándolo después como su canciller.
En 1982 López quiso reeditar su Mandato Claro lanzándose a la presidencia a los 69 años, que perdió frente a Belisario Betancur. Pero la historia debe abonarle dos momentos finales de su intensa actividad política tardía: su apoyo firme al proceso de paz de la Uribe, (que visitó varias veces entablando una cálida relación con Jacobo Arenas) y su intransigente posición frente al gobierno de Uribe para que aceptara la propuesta de las FARC de un acuerdo humanitario que permitiera la liberación de los secuestrados. En esa lid, todo el país, a sus 93 años, pocos meses antes de muerte, lo vio con tenis y camiseta marchar por una tórrida Neiva en favor de los plagiados. Sin duda, un compromiso que demostró hasta sus últimos días su estirpe de luchador sin remedio