Las ansias de hacer la mejor película de la historia, la que serviría como una droga para alterar la conciencia de los espectadores, había terminado. En Hollywood los esfuerzos de Michael Sedoux por conseguir los recursos habían fracasado. Nada les importó a los productores de las grandes compañías que en el proyecto estuvieran involucrados Salvador Dalí, Mick Jagger, H.G. Giger, Pink Floyd y Jean Giraud. Nadie invertiría veinte millones de dólares en la película de un loco. La Duna de Jodorowsky explotaría y Aliens, Star Wars y casi todo el cine de ciencia ficción se nutriría con sus escombros.
El creador del teatro pánico estaba desolado. Se encerró durante cinco días en su apartamento de París en posición de flor de loto, sin comer, beber y dormir, poniendo en práctica las severas técnicas de meditación que le había enseñado Ejo Takata, su maestro zen. Cuando el dolor en las articulaciones llenó su mente en blanco y salió del trance, se le vino la idea de hacer una película infantil.
Habló con el productor Eric Rochat y lo convenció de irse a la India, a filmar la historia de una niña que mantiene una amistad con un elefante. A Rochat la idea de hacer El topo pero versionada para niños le encantaba. Se fueron a Bangalore con un presupuesto bastante reducido y en unas condiciones que rayaban la miseria lograron terminar Tusk. Desalentado con el resultado y con 50 años a cuestas, Jodorowsky regresó a París con Valerie, su esposa embarazada y sin un peso en el banco. Desesperado, llamó a un amigo millonario que tenía en Estados Unidos, le pidió diez mil dólares y el hombre apenas le envió la mitad.
Una década atrás, en los sesenta, Alejandro era el cineasta experimental más importante del mundo. Después de revolucionar el teatro al lado de Fernando Arrabal y Roland Topor, debuta en el cine con su Fando y Lis. Realizada en un manicomio en ruinas y en un cementerio de autos en donde las condiciones higiénicas no eran las mejores, Jodorowsky muestra una burguesía en decadencia, dispuesta a mantener las buenas costumbres de una civilización pedófila al servicio de Dios, el peor asesino serial de la historia. Esta película, hecha en México, fue condenada por la censura al hacer explícita la violación de una niña. Despreciada por el grueso del público mexicano, fue recibida con los brazos abiertos por los críticos, intelectuales y artistas europeos.
Sin embargo, la gloria la conseguiría con su segunda película, un extraño western lleno de simbolismos religiosos y sexuales, cargado de una violencia salvaje que haría empalidecer a Sam Peckinpah. Si bien en México la película se convirtió en un estruendoso fracaso, en Italia, por ejemplo, fue la segunda más taquillera del año después de James Bond. En un viaje de ácido, John Lennon la vio en un cine de San Francisco y literalmente lo hizo levitar. Fue tanto el hechizo que causó el film en el beatle que compró los derechos para distribuirlo en Estados Unidos, en donde en pocas semanas se convirtió en una película de culto.
Un millón de dólares le llegaron libres a Jodorowsky, dinero que utilizó para realizar La montaña sagrada, una obra maestra venida de otra dimensión, una invocación a los viejos y olvidados dioses paganos, un manifiesto esotérico que revolucionó para siempre el cine experimental. El camino estaba allanado para que el chamán se instalara definitivamente en el Olimpo cinematográfico y escogió Duna y su ambición desmesurada se abriría y después de tres años de intentarlo, de haber convencido a Dalí para que fuera un emperador galáctico, a Jagger para que fuera su interestelar héroe y a Pink Floyd para que hiciera la música, Hollywood le dio un carpetazo y a Jodo, como le dicen sus amigos, se le cerraron las puertas del cine.
Ahora es 1980 y está con Valerie y sus niños en el apartamento parisino. Si quiere sobrevivir tiene que reinventarse y por eso recordó las enseñanzas que le habían dado Óscar Ichazo, el célebre hechicero boliviano que disciplinó a más de una estrella del rock y las cirugías mágicas, milagrosas de Pachita, la bruja mexicana que abría con sus propias manos la piel magullada de sus enfermos y reemplazaba y ponía órganos con la ayuda inestimable del hermano Cuauhtémoc, el espíritu que la poseía. Él que había visto del tarot una virtud por la cual no se tenía que pagar, empezó a lucrarse con los arcanos, con su sicomagia y sus libros de superación. Jodorowsky dejó a un lado el anhelo de ser un cineasta para transformase en un gurú.
El estreno el año pasado de La danza de la realidad, la primera película de la trilogía que hará sobre sus orígenes, lo reconciliaron con el cine. Ahora está preparando, a sus escasos 86 años, Poesía sin fin. Para completar el proyecto tan sólo le faltan 500.000 dólares. A pesar de que ha contado con el apoyo económico de los gobiernos de Francia y Japón, en su natal Chile no le han querido ayudar con un solo dólar.
Esto no le preocupa a Jodorowsky, él sabe que su sueño de recrear Tocopilla, el pueblo donde nació en 1929, se hará realidad. A peores demonios ha vencido.