La pandemia terminó de confundir lo que entendemos por educación; la injerencia de la política en este campo y viceversa.
Fecode es una piedra en el zapato para el desarrollo; desvirtuado, en mi opinión, ese sindicato se dedica a hacer politiquería, administrando rebaños como Fedegan. Su visión protege la precaria capacitación y efectividad de sus afiliados, y no ha gestado algún recurso constitucional para garantizar que la educación sea ofrecida sin restricción a cada colombiano en cualquier época de su vida.
Estado fallido, aquí estudiar no asegura oportunidades. Por eso, el senador Nicolás Pérez propone que solo quienes tengan educación universitaria puedan posesionarse como congresistas y presidentes; a esa cuota inicial luego agregarán “primas técnicas” por ostentar títulos, pues lo importante es nivelar por lo alto sus salarios: no las leyes.
Me pregunto si siente pena ajena del bachiller Macías; quizás reprueba que Duque finja ser economista y que sea egresado de la Sergio Arboleda, porque en Colombia abundan los “garajes” y son pocas las universidades de verdad: ¿estará de acuerdo con la columna de Kalmanovitz?
Otorguen doctorados honoris causa a cada tinterillo del Centro Democrático. Igual, los medios y fines de nuestras instituciones educativas son lamentables; la mayoría son emporios familiares y fundaciones con ánimo de lucro, que dan pasos de gigante, aunque pasan de agache en nuestro gobierno corporativo, donde abundan los casos de corrupción protagonizados por egresados de las universidades más reconocidas.
Muchos egresados de la Universidad Nacional terminan infectados por el esnobismo y arribismo, comportándose como uniandinos desde que el kínder de Gaviria entregó el testigo a esa universidad para realizar “gr-andes” aportes. “Bienvenidos al futuro”, ahora otro Gaviria es rector de la Universidad de los Andes y aspira reemplazar al presidente de la “reapertura” económica; quizás logre cosechar lo que procuró Antanas.
Reconozco la batalla que libró mientras fue Ministro de Salud, aunque cuestiono la miopía con la que se posesionó, ignorando la precaria realidad del sector, la cancerígena Ley 100 y los abusivos comportamientos de las farmacéuticas. Incluso, encuentro desequilibrado su enfoque “la competencia hasta donde sea posible y la regulación hasta donde sea necesaria”, pues adolece de las mismas limitaciones de alcance que el Banco de la República con las tasas.
Retomando, mientras Duque juega a la pedagogía, la Universidad Pedagógica exprime los recursos y los medios de comunicación hacen publicidad gratuita a instituciones que ni siquiera aparecen en los escalafones de calidad, entrevistando a sus “expertos” para analizar los problemas del país.
Ninguna de las principales universidades del país estaba preparada para adoptar la metodología blended, y el Estado dejó pasar la oportunidad de innovar en tecnología educativa; seguramente ignora que las clases en vivo y los videos grabados son cosa del pasado: además de susceptibles a los errores o la desactualización, esos métodos resultan costosos y demandan mucho tiempo del escaso recurso docente.
Aunque en algunas universidades cuentan con “monitores” y “asistentes” de docencia, tal como en los colegios no hay tiempo para el estudiante. Imaginen que estandarizan los tutoriales, las diapositivas y los guiones de clase, y los automatizan aprovechando la inteligencia artificial (síntesis de texto a voz), para que los docentes se dediquen a mejorar los contenidos y las metodologías, y personalizar el acompañamiento a los estudiantes.
Caso contrario, durante la pandemia Duque no ha capacitado a los docentes y padres de familia; nadie ofreció algún MOOC sobre primeros auxilios psicológicos, y ahora presionan una alternancia para la que son insuficientes la infraestructura y los docentes.
De hecho, mediante una carta, Gaviria y otros firmantes (como la directora de Fulbright, programa de fuga de cerebros, cofinanciado con recursos públicos) apelan al derecho fundamental a la educación y el impacto en la salud mental de niños, niñas y adolescentes. Memoria selectiva, olvidan cuán excluyente es la fundamental Universidad de los Andes; también el terrorismo que inocularon los “expertos” y gobiernos cuando se registraban los mismos promedios de infectados por COVID-19 que ahora tenemos.
Eso sí, considero absurda la parálisis por análisis a la que sometió Duque al país; al final no acondicionó la “reapertura”, y tras aquel encierro destructivo para la informalidad, liberó la misma guachafita presencial de la antigua normalidad.
Quizás las objeciones de aquellos “expertos” confunden virtualidad educativa con informalidad económica. De hecho, Gaviria y los demás mencionan que, según “estimaciones del Banco Mundial, el cierre de las escuelas por cinco meses podría resultar en una pérdida de aprendizaje entre 0.3 y 0.9 años de escolaridad, ajustados de acuerdo a la calidad”.
Entiendo que hablan de la misma institución multilateral que tiene quebrado al país y distorsiona las mediciones de pobreza y equidad. Por demás, trasladar a los estudiantes del encierro de cada casa al del salón de clases, pues es la tradición con la que funcionan nuestros colegios y universidades, no creo que haga diferencia: de hecho, la educación colombiana de la antigua normalidad tampoco era de mostrar.
Por demás, el homeschooling existe desde siempre y la “certificación” es requisito esencial de la mercantilización del servicio educativo. Para terminar, en los colegios y universidades carecen los espacios de socialización, y asignaturas de formación en habilidades emocionales, sociales y de liderazgo: ¿qué porcentaje del pensum cursan los egresados de Ingeniería, Economía y MBA de los Andes y la Nacional en estos temas?
Estamos rajados, y no quisiera que la propuesta presidencial de Gaviria sea STEM. Somos un país con muchos “conflictos” y demasiadas carencias.