En pleno siglo XXI muchas disputas políticas siguen ubicadas en torno a la cuestión religiosa, utilizándola para ganar apoyos populares con discursos mesiánicos y alianzas sin principios, y su impacto mediático contribuye a ocultar los gravísimos problemas que vive Colombia en este gobierno que deja Iván Duque. Así, asistimos hoy a la controversia de los aspirantes presidenciales que creen que ser creyente o ser ateo representa un valor o un pecado, como cuando el recién lanzado candidato Alejandro Gaviria hace alardes de ser lo segundo, y Gustavo Petro, quien lidera las encuestas, lo primero.
El ateo Gaviria estará pensando que así conseguirá votos dentro del espectro progresista, y Petro, al parecer para responderle, que al hacer “pactos con Jesús” captará posibles electores no progresistas. Además, porque su consigna mesiánica coincide con el ingreso al Pacto Histórico de un dirigente oportunista de congregaciones cristianas, Alfredo Saade, quien ha tenido posturas en contra de los derechos de las minorías y apoyó a la nefasta Karen Abudinen al Ministerio de las TIC (Ver en Semana). Tenebroso panorama porque lo que está predominando es la manipulación efectista, el todo vale electorero y los golpes de opinión oportunista, mientras que se ocultan realidades que deben atender a los principios y a los programas políticos que le den una salida a la indignación en el campo y en la ciudad.
Pero la historia de esos atajos politiqueros no es nueva y los protagonistas tampoco. Van a ser 12 años (10/01/2009) que Alejandro Gaviria escribió en el diario El Espectador una columna titulada 'En defensa de Petro', en la que resalta el “realismo político” del entonces senador del Polo Democrático Alternativo (PDA) para contrastarlo con la “intolerancia, el odio, el resentimiento y la confrontación” reinantes. Porque según él, Petro había hecho lo correcto, un acuerdo con un opositor extremo, con un fiel seguidor del gobierno de Uribe, lo que reflejaba su “flexibilidad” y su “cooperación reflexiva”. La columna de Gaviria iniciaba con estas preguntas: “¿Puede un senador de izquierda llegar a un acuerdo programático, a un entendimiento parcial con un católico recalcitrante? ¿Puede un miembro de la oposición tener una colaboración constructiva con los partidos de la coalición oficialista?” (Ver columna completa en El Espectador).
La respuesta evidentemente estaba dirigida al sí, según el título que lo anunciaba, y Gaviria hábilmente centró toda su argumentación en descalificar a los líderes de opinión que consideraban lo contrario. En efecto, se refirió concretamente a Ramiro Bejarano, a Daniel Samper Pizano y a Cecilia Orozco, quienes con toda razón habían criticado la posición de Gustavo Petro por haber votado en el Senado por Alejandro Ordóñez, el candidato del oficialismo para la Procuraduría. Y lo habían hecho denunciando el clientelismo que explicaba ese y todos los votos que lo eligieron, porque ese proceder, que ofrecía puestos en el máximo organismo del Ministerio Público a cambio de sufragios, se comprobó después en la práctica —incluso Petro estuvo involucrado—, por lo que Ordóñez fue destituido por el Consejo de Estado (Ver en Portafolio).
Y de ese aspirante a la Procuraduría también se conocía ampliamente su trayectoria fanática religiosa, cuya tradición venía tanto desde que había quemado libros en Bucaramanga por considerarlos contrarios a su fe, como por su posición contra los derechos de las minorías y la equidad de género (Ver en El Espectador). Que existiera un personaje así en Colombia no tiene nada de extraño, pero lo inaudito es que un oportunista político, vestido de progresista, contribuyera a elegirlo para un cargo nacional de responsabilidad pública, poniendo en riesgo el principio constitucional que consagra el estado laico y la defensa de los derechos, como en realidad sucedió durante el mandato del elegido. Pero más asombroso aun que un oportunista mediático, arropado de tolerancia y flexibilidad, fuera el único respaldo a esa elección que ha pasado a la historia como ejemplo de corruptela y de transgresión de los principios políticos.
Ese apoyo de Petro a la elección de Ordóñez, a finales de 2008, incluso contribuyó a darle inicio a la destrucción del proyecto de unidad de la izquierda democrática, al confrontarlo con la oposición a ese respaldo, la del presidente del PDA Carlos Gaviria, quien consideraba al postulante como un “fanático premoderno”. Desafortunadamente, la mayoría de la bancada del Polo en el Senado, con Iván Moreno, Alexander López y cuatro senadores más, respaldó a Petro, mientras que la posición consecuente de Carlos Gaviria tuvo el seguimiento solo de tres senadores, entre ellos el del actual precandidato del partido Dignidad, Jorge Enrique Robledo, quienes argumentaron objeción de conciencia para votar en contra de lo decidido por la mayoría de la bancada (Ver en El Tiempo).
Seguramente Gustavo Petro, en agradecimiento por la defensa que de él hizo en aquella ocasión, recientemente invitó a Alejandro Gaviria, primero a ser su candidato a la alcaldía de Bogotá, en 2018, y después a integrar el Pacto Histórico para estas elecciones presidenciales. Y como Gaviria rechazó esas invitaciones melifluas por su interés en arrebatarle el liderazgo progresista, entonces Petro resolvió convertirlo en su peor enemigo, cercano al demonio, y por eso, en otro acto de “realismo político” se declara nuevamente aliado del fanatismo cristiano, tanto en la prédica como en la práctica —¡Coherente!—. Solo que ahora no tendrá quien lo defienda.